Este sábado 28 setiembre se celebra en el mundo entero una jornada de lucha por el derecho de las mujeres a acceder a un aborto seguro, sin ser penadas por la ley, si así lo decidimos. El aborto inducido voluntariamente es una realidad, un hecho, existe desde que las mujeres nos embarazamos sin desearlo y se ha practicado en todas las épocas y pueblos del mundo.  

Mi mamá se hizo un aborto: ya tenia cuatro hijos, pasaba los 40 años, y no se sentía con fuerzas para embarcarse con uno más. Mi hermana mayor tuvo un aborto, tenía apenas 20, su pareja era casado y tenía hijos propios, ella no se veía iniciando una familia con él. Yo también tuve abortos, no uno, varios. Era adolescente, quería estudiar y hacer una carrera como profesional, definitivamente no quería tener hijos, no en ese momento de mi vida. Las tres usábamos anticonceptivos cuando quedamos preñadas: ningún método es cien por ciento seguro, aun hoy. Las tres, por suerte, tuvimos suficiente dinero para ir a un consultorio privado y tener abortos seguros, practicados por una persona calificada, en condiciones higiénicas y con anestesia. Casos excepcionales: para la gran mayoría de las mujeres en nuestro país, un aborto seguro e indoloro está vedado: si no tienes dinero, tienes que arriesgarte con un(a) empírico(a), o probar con hierbas o pastillas, o introducir agujas o ganchos en tu vagina: todos implican riesgos y posibles daños. Aun en las mejores condiciones, es doloroso y una decisión nada fácil. 

Desde muy pequeñas se nos dicho, por todos los medios -desde los cuentos de hadas, el púlpito, la tv, la escuela, las novelas- que las mujeres nacimos para ser madres y que una mujer no es tal, no está “completa”, si no es madre. Y desde muy pequeñas se nos entrena para serlo. En vez de carritos o pelotas nos regalan muñecas y cunitas, se espera que nos hagamos cargo de los hermanos menores o de los primos, se nos aplaude cuando jugamos esos roles, se nos augura un futuro feliz si conseguimos el príncipe azul y nos llenamos de hijos. No es fácil resistir a tales mandatos, decir “no quiero tener un bebe”, “no es el momento” o simplemente “yo no quiero ser mamá y punto”. Menos aun cuando de todos lados te asaltan voces “autorizadas” que te gritan que lo que estas haciendo está mal, que es pecado, que está contra la ley. 

Se requiere mucho valor, una enorme convicción y fortaleza para tomar la decisión de hacerse un aborto en esas condiciones y mantenerla, máxime sabiendo que pones en peligro tu salud, que podrías ser denunciada y procesada. Pero miles de mujeres lo hacemos a diario, con esos riesgos a cuestas, pese a esas voces que nos asedian: porque son otros nuestros planes de vida, nuestras ilusiones; porque no tenemos medios para mantener a una criatura o para darle una infancia feliz; porque el embarazo fue producto de una relación no deseada, incluso de una violación. Y miles de mujeres mueren por ello a diario. En varios países de nuestra América el aborto es la primera causa de muerte materna. Por eso este 28 de setiembre salimos, una vez más, a exigir nuestro derecho de acceso al aborto seguro, libre y gratuito, junto con acceso a educación sexual: por nuestras abuelas y nuestras madres, por nuestras hermanas y nuestras hijas, por ti, por mí.