Once años le tomó a Johana Cubillas ganar el juicio de alimentos que empezó su madre en el 2007 cuando ella tenía 17 años contra su padre, quien fuera ídolo de multitudes y crack mundial, Teófilo Cubillas.
En el interín del proceso, se enfrentó a la maquinaria corrupta del Poder Judicial, que buscaba envolverla en una maraña de trámites para que desistiera, para que se cansara, para que ya no diera más y dejara de exigirle a quien fuera su padre que se haga responsable de la vida que engendró, la de ella.
En el argot judicial, los innumerables desaires que se le hacen a los que buscan justicia tiene una referencia futbolística: peloteo. Así estuvo Johana por más de una década, de peloteo en peloteo, mientras en paralelo iba creciendo, terminaba el colegio, ingresaba a la universidad, se graduaba como periodista deportiva y se casaba. La corrupción la hizo convivir con el proceso judicial, la ausencia de su padre y la frustración de la impunidad toda su madurez, hasta el jueves 24 de octubre.
Ese día era la audiencia pública para dar la sentencia del juicio de alimentos más largo de nuestra historia republicana, justo contra un personaje que representa la pasión y la identidad de muchos: el fútbol peruano.
El Poder Judicial, que tanto le había dado la espalda, sentenció a su favor e hizo el cálculo de la deuda que tiene Cubillas con su hija todos esos años: 83,900 soles más intereses. Ahora se espera que con la sentencia dada, el proceso para que se pague la deuda continúa, Cubillas, que vive en Estados Unidos, y que se sigue negando a pagarle a su hija todo lo que le debe, debería ser extraditado por la Interpol.