Merci lleva puestas zapatillas blancas de cuerina, esos jeans celestes que parecen haber sobrevivido al ataque de un león, una camiseta blanca traslúcida con la palabra “love” enorme, incontables pulseras de colores y una gorra crema que repite el mensaje de su polo.

Ella sale apresurada de su casa y se acomoda al lado del conductor de un mototaxi, el joven enciende su equipo de sonido hasta decibeles que superan el motor de su vehículo; luego de unos segundos, se miran cantándose “Yo soy el que le gusta, su cuerpo me reclama. Cuando se siente sola, yo soy el que ella llama”. Y se marchan a cruel velocidad.

En el año 2015 una campaña contra las letras violentas en las canciones de reggaetón fue lanzada desde Colombia; una crítica fotográfica creada por Lineyl Ibáñez que retrata, desde su percepción, la degradación a la que está expuesta la mujer en este ‘estilo musical’.

“Usa la razón, que la música no degrade tu condición” (imagen: Lineyl Ibáñez)

“La crítica va dirigida a los contenidos de las canciones que solo dejan a las mujeres como objetos sexuales, que no solo en las letras son agredidas, sino que, además, en los videos son usadas como símbolos de sexo”, remarcó Ibañez.

 

 

Mujeres jóvenes como Merci, que disfrutan de esas canciones, dicen que no le dan mayor importancia a la letra y que el ritmo es lo contagioso —aunque todas suenen similares—. ¿No percibes que ese tema es misógino y ofensivo? No, porque no están hablando de mí en la canción.

A pocas casas de la muchacha, hay quienes piensan que escuchar un tema musical instrumental es uno de los mejores pasatiempos que se pueden disfrutar sin exponerse a la distracción que cualquier frase de una canción popular ofrezca.

Las sensaciones que puede producir la combinación de ritmo, armonía y melodía, están personalizadas por quien la escuche y, aunque no parezca, son usadas constantemente. Si usted se concentra, solo un poco, en la música de fondo la próxima vez que vaya al cine o vea su serie favorita, durante el spot publicitario o viendo las noticias y reportajes sensacionalistas de la televisión peruana, sabrá a qué me refiero.

 

 

Una posición radical considera que la descendencia impura de la música sería la canción popular; canciones que proponen —a veces obligan— escuchar lo que personas quieren expresar específicamente dentro de ellas. Lo que debió ser una oferta perfecta: música y literatura, dos artes en uno, se volvió —con el pasar de los años— un producto de la industria musical.

La psicóloga mexicana Marina Castañeda, en su libro El machismo invisible regresa, señala que los estereotipos sexistas —incluidos en las canciones populares— generan actitudes discriminatorias hacia las personas del sexo opuesto. El machismo es la forma más común de sexismo y se define como el conjunto de creencias y conductas que manifiestan la superioridad del hombre sobre la mujer y que no están circunscritas a las relaciones de pareja, sino que se extienden a todos los ámbitos de la vida social.

El 8 de marzo último, las encuestas señalaron lo difícil que será luchar por los derechos de la mujer; en 2017 hubo, según el Ministerio de la Mujer, 81 mil 9 víctimas de maltrato físico, psicológico y sexual en nuestro país, 20 mil más que en 2016.

Dentro de los detalles en los resultados, sobresalió que el 78% de los peruanos considera que no se respetan los derechos de la mujer. Además, el acoso sexual que ellas reciben en su trabajo, centro de estudios o en cualquier lugar llegó al 41%.

 

 

Las canciones nos pueden transmitir sentimientos y emociones que toman significado en mensajes que se interpretan en un contexto comunicativo dado, como planteó el musicólogo Christopher Small, allá en el 2003. Para él, los textos de las canciones van cargados de valores sociales, es decir, si vivimos en una sociedad sexista, esto quedará reflejado, para bien o para mal, en sus formas artísticas.

Recuerdo que de pequeño aprendí el “arroz con leche” porque fue parte de mi aprendizaje. Ahora no comparto el anhelo de casarse ni viajar a Portugal. Tampoco espero que ella sepa coser o bordar ni que sepa abrir la puerta para jugar. Solo señalo algo para recordar: poner atención a las canciones que escuchamos.

Dime qué escuchas y te diré tu edad (imagen: Pictoline)

Y es que, como remarca el músico y escritor Josep Romero, la memoria sonora genera un sinfín de relaciones con lo más profundo de nuestra mente, y a esa acción inconsciente se le adhieren los impactos emocionales.

Si un niño escucha constantemente, estilos musicales y canciones en donde se menosprecia continuamente el rol social de la mujer, lo más probable es que reconozca —sin darse cuenta— valores positivos en la violencia de género.

 

 

Hay canciones feas y bonitas, buenas y malas —en todo sentido—, que quieren expresar algo y no logran su objetivo. Sobre los mensajes violentos en algunas canciones, creo varios coincidirán en que las antiguas o clásicas eran —o trataban de ser— sutiles hasta hace algunos años.

Filosofía pura (imagen: internet)

También habrán notado que cantar dejó de ser hace tiempo un arte en varios géneros musicales. Si para esta generación de ‘artistas’, la manera como quieren expresarse es esa, deberían buscarle un nombre a lo que hacen antes de intentar —a punta de desafinaciones— llamarlo música. Y todos felices.