El nuevo estreno de Netflix que hará las delicias de las feministas es No soy un hombre fácil, una distopía en donde un hombre, luego de un fuerte golpe, despierta viviendo lo que viven las mujeres desde que nacen, es decir, una serie de desventajas en la sociedad que están tan naturalizadas que parecen normales.
Así, el accidente de Damien, el protagonista de la película, es la puerta a un mundo “desconocido”, increíblemente desconocido a pesar de que somos capaces de verlo/no-verlo a diario.
De pronto, los espacios de poder son tomados por las mujeres, las oficinas tienen en su mayoría mujeres, los hombres son sexualizados constantemente, mientras las mujeres se convierten en cazadoras de sexo, con iniciativa para intervenir en la vida de los hombres y hacer comentarios sobre cómo visten, cómo sonríen, cómo se comportan y cuál es su posición en un mundo dominado por ellas.
Vemos a los hombres vistiendo ropas generizadas, es decir, ropas diseñadas para mujeres y predispuestas a enseñar más piel que la de los hombres; más ajustadas y más coloridas. Los vemos realizando tareas y labores consideradas femeninas y con una actitud más pasiva, más encerrada en sí mismas y más temerosas, los vemos intentando defenderse de la discriminación con organizaciones “masculinistas”, y en general, todo lo que hacen las mujeres en este mundo para resistir. La escena con los padres de Damien es simplemente genial, no más de 15 segundos para entender cómo el género interviene en la vida de las personas para dotarlas de ciertas cualidades arbitrarias.
Esta película, dirigida por Eleonore Pourriat con guión de ella misma junto a Ariane Fert, no es necesariamente una proclama feminista, su clave de comedia permite reírnos de cuestiones que son violencias cotidianas que viven las mujeres, e intentar reflexionar sobre ellas. También puede hacer posible que los hombres que la vean se pongan en la piel de las mujeres y se den cuenta de todo lo que viven.