- El apartamento (The Apartment, Billy Wilder, EEUU, 1960) tiene la capacidad de mostrarnos cómo se organiza el patriarcado (y el capitalismo) en un espacio corporativo.
De 1960, año que se filmó la película, a 2025, han pasado 65 años y un activo movimiento feminista de por medio, pero ni así dejaron de articularse estas poderosas estructuras que promueven y legitiman diversas formas de violencia contra las mujeres y algunos hombres, trenzadas con otras formas de opresión (racismo y explotación económica). ¿Cómo lo han logrado? Porque pueden pasar desapercibidas.
Es en su sutilidad en donde está el secreto de su éxito, porque se interioriza de forma inconsciente a través de diversos dispositivos, uno de ellos el cine, ya sea por medio de la risa a través de la comedia disparatada, o de la conexión emocional a través de la comedia romántica.
Para dar un ejemplo de sutilidad, la escena inicial es la más indicada. A modo de noticiero, el protagonista nos va dando cifras sobre la población de Nueva York, 8’042,783 de habitantes, mientras vemos imágenes aéreas de la ciudad. Luego nos enteramos de que él conoce esos datos porque trabaja en una compañía de seguros que cuenta con 31,259 empleados. Una gran compañía en una gran ciudad. El capitalismo nos abre las puertas de par en par.
A modo de “Tiempos modernos”, nos adentramos en los mecanismos que ponen en funcionamiento el modelo económico de la vida americana: cientos de empleados al servicio del gran capital. Y ahí está Calvin Clifford Baxter, nuestro Buddy (Jack Lemmon), una pieza más de ese enjambre deshumanizado que trabaja maquinalmente.
Pero Buddy quiere progresar y para ello presta servicialmente su departamento a sus superiores para que se encuentren con sus amantes. Y nunca mejor dicha la palabra “superiores”. En el masculino ecosistema capitalista, hay quienes están arriba y quienes están abajo, esperando estar arriba. Así como una corporación empresarial, el “corporativismo masculino”1, articula las relaciones entre hombres a través de la lealtad y la jerarquía, en donde el macho supremo debe ser obedecido y el macho de la última escala hará cualquier cosa para pertenecer a la corporación.
Buddy quiere ascender de puesto, pero, a diferencia de secretrias y ascensoristas, no tiene un cuerpo para intercambiar; en lugar de ello, tiene entrega su casa. Pero esta contraprestación también lo afecta, Buddy sufre consecuencias directas en su salud: pasa frío, no duerme bien, toma ansiolíticos, vive estresado. Sus superiores no sienten la menor empatía por él, porque, en el paradigma de explotación capitalista, las personas son mercancía y, en consecuencia, sus vidas pueden ss no sienten la menor empatía por él, porque, en el paradigma de explotación capitalista, las personas son mercancía y, en consecuencia, sus vidas pueden ser sometidas a formas de desprotección y precariedad infinitas.
Hasta que aparece Fran (Shirley MacLaine), el componente romántico de la historia, una ascensorista víctima de un depredador emocional que va dejando cadáveres a su paso, como luego se lo hace saber otra de sus víctimas. En esta historia no hay amigas, solo hay mujeres que han perdido su lugar por una más joven, más guapa o más nueva. Aquí las mujeres no solo son enamoradizas, manipulables y displicentes, incluso cuando las tocan indebidamente; también son vengativas.
Pero Buddy y Fran se parecen más de lo que quisieran, ambos son empujados al papel de objetos disponibles y desechables. Y aunque pareciera que Buddy le ha salvado la vida a Fran, es ella la que lo ha salvado a él, pues ha logrado que rompa el mandato de masculinidad que empuja a los hombres inferiores a obedecer servilmente a los superiores para algún día ocupar su lugar. La mujer ha servido nuevamente como puente para que un hombre recupere su dignidad y pueda relacionarse sanamente con el mundo. Una vez más, no nos han dado un final feliz.
- Segato (2003). Las estructuras elementales de la violencia. Traficante de sueños. ↩︎