“El cielo rojo”, la mujer como catalizador de los vacíos masculinos
- En El cielo rojo (Afire, Christian Petzold, 2023) podemos observar, entre tantas cosas, parte de la tesis que desarrolla Hernando en La fantasía de la individualidad (2012).
Almudena Hernando señala que los hombres han construido una identidad individual (dependiente) y las mujeres una identidad relacional, esto es, que ellos han dejado de construir vínculos con la comunidad, porque ese papel ha terminado recayendo en las mujeres; así, mientras los hombres desarrollaban una individualidad basada en la razón, el intelecto y el progreso, cercenando sus emociones, las mujeres continuaban ligadas a los vínculos comunitarios, encargadas del cuidado de los seres vivos, en posición de objeto, con las emociones a flor de piel y una particular empatía que tradicionalmente se llamaba ‘sexto sentido’, pero que era simple sabiduría.
Gracias a estas construcciones identitarias, los hombres no necesitarían crear vínculos emocionales profundos que les permitan vivir en comunidad, pues para eso están las (sus) mujeres, que son un puente a través del cual ellos pueden tener vida comunitaria sin necesidad de relacionarse profundamente con nadie ni perder su individualidad. Son las mujeres (o los sustitutos de ellas, llámese lgtbiq+) las que sirven para que los hombres (heterosexuales) puedan vincularse.
En la película de Petzold, León (Thomas Schubert), el protagonista, es un ejemplo de este tipo de identidad, alguien que no necesita sus emociones, pues en el mundo en el que se desenvuelve, lo importante es la reflexión y el pensamiento, lo demás puede ser negado o sustituido. De esta forma, mientras que los que lo rodean no estén a su nivel intelectual, él sentirá desprecio por cada uno de ellos: por su amigo artista, que no logra definir bien qué presentar en su portafolio; por el amante socorrista, que probablemente no tiene poder adquisitivo; y por la vendedora de helados, que seguramente es una ignorante. Ninguno de ellos le merece su atención.
Así también, despreciará las labores de cuidado o todo aquello que lo acerque a esa naturaleza irreductible del ser mujer, como compartir casa, limpiarla, preparar la comida para todos, compartir actividades al aire libre, ser amable con los invitados o simplemente preocuparse por el otro. Nada de eso es un trabajo honorable para un narcisista intelectual.
Más allá de preguntarnos por qué León es así, podríamos preguntarnos por qué Nadja (Paula Beer) le presta atención, por qué ocupa su tiempo en intentar incluirlo, por qué se esfuerza en ayudarlo. En la fantasía del director, siempre hay una mujer que puede salvarte la vida, o por lo menos cambiártela1, a punta de prepararte el café, hacerte la cena, reírse de tus chistes o leer tus manuscritos, y mejor aún si esa mujer también está en el mismo nivel intelectual que uno. De pronto descubrimos que Nadja no es una simple vendedora de helados, sino una futura doctora en literatura. Ahora sí es la mujer ideal.
“El cielo rojo” es un coming of age tardío, pues León está demasiado viejo para ser nuestro héroe, y Nadja es el catalizador que logrará hacerlo madurar a punta de atenciones, sonrisas y comprensión, por más que este sea un tipo desagradable, clasista, egocéntrico y mediocre, y solo sea capaz de servir, ser cuidadoso y atender a alguien que considere superior: su editor.
Si hay algo “clásico” en esta película, como han mencionado diversas críticas, es la idea de que una mujer será el puente hacia la luz, la trasformación y el progreso de un tonto. Narrativas como estas perpetúan a esa tribu que el feminismo ha querido derribar: «la de las que mueren cuando aman», como menciona en el poema que declama Nadja. A estas alturas, ya no hay nada romántico en morir por amor.
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