El cine peruano viene del sur: el aporte de los cineastas Catacora

Por: Renzo Caycay, Diego Sosa, Rubi Quiroz, Lady Vinces
Cineclub de Lambayeque
Hablar de cine peruano, en los últimos tiempos, es mencionar al recordado Óscar Catacora, quien dirigió el primer largometraje aimara y en lengua aimara, su lengua originaria. Este joven cineasta trabajaba junto a su tío, Tito Catacora, también cineasta y docente, ambos de Puno. Desde cortometrajes, largometrajes en ficción y documental, esta dupla sureña se convierte en referente del cine nacional, por la calidad cinematográfica de sus propuestas y la visión que representan en ellas, haciendo un cine auténtico y desde una mirada propia, que ha sobrepasado fronteras.
En este texto revisamos sus largometrajes, desde “Wiñaypacha” hasta “Los Indomables”, una cinematografía que viene del sur peruano y que es, hasta ahora, una de las que mejor nos ha representado, pese al contexto de desprecio y masacre que las ciudadanías aimaras padecieron —por el derecho a protesta que ejercieron— durante este gobierno.
1) Wiñaypacha (2017)
Dir: Óscar Catacora
Ya que tenemos un Mes Conmemorativo de la Lengua Materna, toma importancia la reflexión sobre lenguas originarias, la conservación de su memoria y el orden simbólico al que dan lugar. La exclusión de estas lenguas del discurso identitario nacional es una realidad persistente, agravada por la discriminación, la migración y la presión de un modelo de progreso que ignora su valor cultural. En este contexto, «Wiñaypacha», ópera prima de Óscar Catacora, cobra gran relevancia al ser la primera película peruana filmada íntegramente en aimara, una decisión que resiste el desplazamiento y la invisibilidad de esta lengua ancestral.

La necesidad de verla con subtítulos para entenderla, es un recordatorio de la adicional barrera que enfrentan las películas indígenas en nuestro país. La historia nos lleva a las alturas del altiplano peruano, donde Phaxsi y Willka, de unos ochenta años cada uno, pasan su vida juntos en un tiempo detenido y desatendido como su propia lengua, en un país que les ofrece sus espaldas hechas de cordilleras.
Las imágenes construyen un universo visual de profunda expresividad. El altiplano se presenta con colores apagados, su aire denso y su inmensidad helada. En este paisaje, todo parece oscilar entre dos polos opuestos: lo resguardado y lo vulnerable. La lana de oveja, la paja y la neblina cubren los cuerpos, el ganado y las viviendas; mientras que la desnudez de los ríos, las rocas, la vejez, las manos y los rostros revelan la desprotección y fragilidad visual de la vida altoandina. Esta tensión atraviesa toda la película, marcando la lucha cotidiana de los protagonistas por mantener el equilibrio entre la estabilidad y el desamparo.
Los rituales y ceremonias, por ejemplo, ordenan el mundo colectivo de la pareja. En su feroz soledad, los rituales son su desesperada conexión con el colectivo y la comunidad aimara, con su cosmovisión y su orden simbólico. “Los tejidos son como nosotros, los colores deben estar en armonía”, dice Phaxsi, reflejando la necesidad de balance entre las partes del mundo que conforman su vida cotidiana. Wiñaypacha, que significa “eternidad” en aimara, es la clave para entender la búsqueda del tiempo recursivo en los protagonistas, contra los peligros y acontecimientos de ruptura, su miseria, los malos presagios, la migración de su hijo y las desgracias.
En la tradición andina, el tiempo es cíclico, lo cual se opone al relato recortado y lineal de la propuesta audiovisual en formato largometraje. Los planos fijos de Catacora, sin embargo, refuerzan los tiempos recursivos de la pareja, transmitiendo la sensación de estabilidad y continuidad en cada ritual. El uso de la horizontalidad que enfatiza la vastedad del paisaje altiplánico, nos invita a una postura de respeto y humildad frente a las comunidades originarias y sus cosmovisiones.
Los rituales de iniciación y casamiento del ganado son momentos clave en la cosmovisión andina, en los que se despliega un complejo entramado de rezos, sonidos y danzas con el propósito de asegurar la fertilidad y la abundancia. Estos actos buscan la prosperidad, pero también funcionan como un mecanismo de protección espiritual, un intento de armonizar las fuerzas naturales y alejar los malos presagios que acechan en la dureza del altiplano. Los malos augurios solo acechan, pero cuando realmente suceden en la película, se entiende por completo la posición y la gravedad de los rituales de reparación y el cuidado de las ceremonias en la vida de la comunidad. Las tragedias y desgracias establecen límites en la experiencia, en la pareja, vivencias que permiten la identificación del espectador con lo aimara, sino desde la lengua, desde los acervos colectivos.
El lobo que se come a los hijos —estos son el ganado de la familia— o la pobreza agravada por la vejez son tan peligrosos como la colonización pasiva de la gran ciudad sobre las comunidades nativas; la migración y el ideal de progreso los desmiembra. Este lobo que no se muestra, que no tiene rostro ni color, ingresa cuando las cosas tambalean, en momentos de crisis, hambre y enfermedad. Del mismo modo, el lobo neoliberal desmiembra los cuerpos de las comunidades, con colmillos del abandono estatal y el centralismo en la repartición de recursos.
La migración de Antuku, dejando atrás sus valores y lengua materna, conforma la soledad de los adultos mayores. El recuerdo de esta partida es un quiebre con los lazos de la comunidad, de camino hacia la enorme ciudad anónima, individualista y desencantada. “Para mí esas grandes ciudades han cambiado a nuestro hijo. Hablar el aimara es vergonzoso, así dijo. Ojalá algún viento lo regrese a casa”, dice Phaxsi. La madre sufre la partida y la inconexión con su hijo migrado y autoexiliado; esta ausencia satura su inconsciente a través de pesadillas, miedos y presentimientos.
Tras la consumación de los malos presagios, Willka muere y la película termina mostrando un paisaje áspero y rocoso por el cual Phaxsi desamparada huye en busca de su nuevo destino, detrás de la nostalgia de su corazón. Las secuencias crudas contrastan con la ternura de las texturas del inicio. Se rompe el poco equilibrio, conseguido con mucho esfuerzo en la vida de la pareja. De manera alegórica se desmorona uno de los dos ídolos de piedra erigidos en ceremonia de florecimiento por la pareja. La película termina con el sabor afectivo de la lucha entre balance y desorden, entre equilibrio y muerte, entre armonía y peligro.
Óscar Catacora nos entrega una sugerente muestra de la exclusión de las comunidades originarias, el desarraigo cultural y el dolor de la migración forzada. Con profunda sensibilidad, cada imagen en Wiñaypacha, cada silencio y cada ritual, nos recuerdan que la lengua, la identidad y la comunidad no son solo parte del pasado, sino un reto constante por la supervivencia en el presente.
2) Pakucha (2021)
Dir: Tito Catacora
Partiendo de la premisa de un ritual y conocimiento ancestral, Tito Catacora nos presenta este largometraje documental que nos sumerge en el proceso del ritual, reflejando sus contrastes y características. A lo largo del documental, vamos acompañando a la familia de una comunidad de los Andes a invocar a Pakucha (el alma de las alpacas), a través de un ritual sagrado y místico, que no solo muestra parte de las creencias familiares como evento aislado del cotidiano, sino, al contrario, nos muestra que estos son parte de su habitualidad, enmarcada en una forma de vida alejada y distinta de la ciudad y las características de los comportamientos urbanos que esto trae consigo.

Documental grabado totalmente en aimara y desde la dirección de cineastas aimaras, nos envuelve en un estilo muy propio y observacional, a través de planos fijos, se nos presentan a los personajes que son parte de este relato, de una forma intimista y de acercamiento sutil, resultado de compartir los mismos códigos culturales, entendiendo la importancia de cada acto ritual y el factor espiritual que se vincula con el plano familiar, respetando cada uno de sus procedimientos frente a la cámara.
Tito Catacora comparte una obra audiovisual que nace del espacio familiar y que es parte de un sistema comunitario dentro de los territorios indígenas aimaras del sur peruano. Cada miembro de la familia toma un rol protagónico a medida que va transcurriendo la película, reforzando el sentido de pertenencia e involucramiento dentro de la ceremonia. Los espectadores nos convertimos en observadores, testigos directos de todo lo que viene pasando, con amplios encuadres que nos invitan a la contemplación y a conocer estas dinámicas milenarias de la cultura aimara, donde la vitalidad de la fuerza de la naturaleza coexiste con las personas en un mismo territorio, en los Andes peruanos.
Otros de los elementos a destacar es el sonido dentro del largometraje, la cadencia de los diálogos, mezclados con los sonidos ambientales, nos envuelven y transmiten las emociones de de los miembros de la familia, al igual que el uso de la música como elemento de espíritu de fiesta y celebración al terminar con éxito las labores, con gran significado para sus vidas, las de las familias y las de sus comunidades originarias y andinas. Las risas compartidas en las comidas, los cantos grupales, suman a la alegría coral de esta celebración de la vida a la que nos traslada Catacora.
Pakucha (el alma de las alpacas) es la renovación de la esperanza, la relación de los seres humanos con los animales y la naturaleza, que va a permitir la continuidad de la vida. Hacer una película desde este plano y enunciada desde realizadores indígenas como son los Catacora, es de suma relevancia dentro de la cinematografía nacional, amplía la perspectiva, horizontes y miradas dentro del ecosistema de producción de cine en nuestro país, contribuyendo a que no se fortalezca lo hegemónico y exclusivo.
Estamos ante un documental que nos acerca al corazón de la cosmovisión andina de la región aimara, donde el alma de las alpacas es el centro de la esperanza, el bienestar colectivo y la vida en comunidad, que es renovada a partir de esta relación convertida en ritual.
3) Yana Wara (2023)
Dir: Óscar Catacora-Tito Catacora
Yana Wara es una película que trasciende lo visual para convertirse en una denuncia social profunda. Dirigida por Óscar Catacora y finalizada por su tío Tito Catacora tras su fallecimiento, la película no solo expone la violencia de género en los Andes, sino que también lo contextualiza en una cultura marcada por la tradición y muchas veces el sufrimiento silencioso, donde los abusos se hacen menos públicos o mediáticos, pero que justamente no significa que no existan, sino que hay víctimas con mayor vulnerabilidad que nunca encuentran justicia ni empiezan el proceso de emprender su búsqueda.

Desde su planteamiento narrativo, Yana Wara sigue la historia de una niña de 13 años y su abuelo, cuya vida se ve alterada por la llegada de un forastero. La historia gira en torno a la vida de Yana Wara, una niña indígena de territorio aimara, cuya existencia ha estado marcada por la tragedia desde su nacimiento. Su madre muere en el parto y su padre fallece tras ser alcanzado por un rayo, lo que provoca que la niña deje de hablar. La película construye un relato donde su mudez no solo es una característica física, sino una metáfora de su imposibilidad de denunciar los abusos que padece dentro de una sociedad patriarcal y machista como la nuestra.
A lo largo del film, Yana Wara enfrenta una doble tragedia: una mítica y otra social. Su condición de mujer en una comunidad dominada por hombres la convierte en víctima desde su nacimiento. El abuso de su profesor, la indiferencia de la comunidad y su matrimonio forzado son muestras de la violencia estructural que la rodea. Como último recurso, busca ayuda en el Supay, un demonio de la tradición aimara llamado Anchanchu, quien le promete protección, pero a un alto precio. La posesión de Yana Wara por esta entidad se presenta como una alegoría de la opresión que la niña sufre a manos de los hombres de su comunidad.
En términos cinematográficos, la película destaca por su fotografía. Es la primera vez que los Catacora usan el blanco y negro, que refuerza la dureza del altiplano y la soledad de la protagonista, dada las situaciones de agresión que atraviesa. Los planos abiertos, los silencios y los sonidos prolongados crean una atmósfera de aislamiento y desolación. El uso exclusivo del aimara reafirma la identidad cultural de la historia; nuevamente nos ofrecen un cine hecho desde directores aimaras, hablada en su lengua y desde su voz y mirada, mientras que los elementos míticos se entrelazan con la realidad de manera sutil, pero impactante.
El desenlace es tan desgarrador como inevitable. Después de ser atacada por el Supay y de recuperar momentáneamente el habla, su abuelo, convencido por el curandero, decide acabar con su vida, creyendo que la muerte es su única salvación. Sin darle la oportunidad de decidir, le arrebata su destino. La comunidad busca un culpable, castigando con latigazos al líder comunal y desterrando al abuelo de Yana Wara, pero la verdadera raíz del problema sigue intacta. Con esta película, el legado de Óscar Catacora y de Tito Catacora se sigue consolidando en el panorama del cine nacional contemporáneo.
Más allá de su factura técnica, Yana Wara es un grito silenciado, una crítica al machismo y al abandono institucional hacia las mujeres del Perú y de territorios andinos. Aquí los directores han utilizado sus propios recursos culturales, como sus mitos y creencias ancestrales, para evidenciar esta situación de abuso sistemático hacia las mujeres, en este caso, hacia las niñas.
Yana Wara no es solo una película más dentro de la filmografía de los reconocidos directores, es un testimonio de las injusticias que a diario viven las niñas, adolescentes y adultas que habitamos este país, cuya estructura social les sigue dando la espalda.
4) Los indomables (2024)
Dir: Tito Catacora
Una película histórica, con la dirección de Tito Catacora, que aborda la rebelión de los Amaru-Kataristas aimaras, donde Sapa Inca, personaje principal del relato, y su esposa, últimos descendientes de los incas aimaras, se enfrentan a los españoles, continuando la insurrección, por la liberación de la población indígena del yugo español.

Escenas que exponen el abuso continuo y la atrocidad de la violencia, que no se guarda absolutamente nada a la sugerencia, y una voz en off llena de solemnidad, que narra por capítulos lo que viene sucediendo acompañado de textos en pantalla negra, hacen de “Los Indomables” una propuesta distinta a la que habíamos visto en sus películas anteriores, que contienen otro ritmo y virtudes visuales a las que nos tenían acostumbrados.
Queda claro que Tito Catacora hace esta película con el objetivo de reivindicar las luchas de las poblaciones originarias, pasajes históricos que son poco revisados en nuestra historia como país, y mostrar sin reparo alguno la crueldad de los enfrentamientos entre ambos bandos, así como las estrategias y dinámicas que se desarrollaron desde el pueblo aimara en este conflicto.
Las memorias de la violencia, retratadas en tonos grises y opacos desde la propuesta de fotografía, para retratar las sensaciones propias; tomas frontales, personajes que hablan a la cámara en un intento de cercanía y complicidad con los espectadores, pero que, consideramos, no logra completarse. Si bien la película puede tener inconvenientes técnicos, consideramos que puede ser objeto de una apertura al diálogo, debate frente a hechos que, como país, nos atraviesan y no podemos siquiera hablar, y menos recordar.
Es así que “Los Indomables” puede ser esa posibilidad de diálogo en distintas instancias, una provocación que puede ir más allá del ecosistema cinematográfico y que, en estos tiempos de avanzadas autoritarias en nuestros territorios, nos recuerden que hay heridas que siguen sin reparar, así como violencias ejercidas en nuestro país por los poderes políticos que nos gobiernan, aniquilando con brutalidad a la ciudadanías indígenas, lugar desde donde se enuncia y hace esta última película de Tito Catacora.
Frente al desprecio por esta región por parte del gobierno actual, la respuesta es la frontalidad y el diálogo con el presente. Hacer una película en este contexto, con las marchas de comunidades aimaras contra el gobierno actual, es totalmente desafiante.