«Clorinda», de Giovanni Arce: la literatura, la humanidad, la querencia

Ainaí Morales-Pino (PUCP)
“Ninguna palabra nunca
ningún discurso
-ni Freud ni Martí-
sirvió para detener la mano
la máquina
del torturador
Pero cuando una palabra escrita
en el margen en la página en la pared
sirve para aliviar el dolor de un torturado
la literatura tiene sentido
Cristina Peri Rossi, “Ninguna palabra nunca”… (Estado de exilio, 2003)
“El lenguaje nos reintegra a la comunidad humana; una desdicha que encuentra palabras para expresarse ya no es una exclusión radical, se vuelve menos intolerable. Es preciso hablar del fracaso, del escándalo, de la muerte, no para desesperar a los lectores, sino, por el contrario, para tratar de salvarlos de la desesperación”
Simone De Beauvoir, “¿Para qué sirve la literatura?”, p. 81.
Para Simone de Beauvoir, la potencia de la literatura radica en su dimensión humana y situacional. Frente a los discursos que aspiran a la construcción de identidades monolíticas, De Beauvoir enfatiza lo contingente: el hecho de que somos según nuestras circunstancias. Con ello, reafirma tanto la fuerza del arte como la relevancia de la figura autoral. Desde su perspectiva, la literatura sirve en tanto posibilita una convergencia y, sobre todo, una comunidad, a pesar de las distancias temporales, ideológicas y geográficas: “para que la literatura atraiga es preciso que me identifique con alguien: con el autor. Es preciso que entre en su mundo y que su mundo se convierta en el mío” (74). La potencia de la literatura radica entonces en su capacidad de conectar con lo humano, es decir, de presentarnos un mundo en el que podamos, por algunos resquicios, (re)conocernos y hallar pequeñas instancias o arraigos para hacer que la vida sea vivible: para sentirnos acompañados en la desesperación o el desamparo.
Cuando, hace un par de semanas, asistí al Teatro Roca Rey de la Asociación de Artistas Aficionados, para ver la obra Clorinda, escrita y dirigida por Giovanni Arce, producida por Eduardo Adrianzén, protagonizada por Natalia Torres junto a un acotado y contundente equipo de artistas, no pude dejar de pensar en las palabras de De Beauvoir en torno a lo que puede la literatura que, más allá del compromiso deliberado o el documento, pone en el primer plano lo humano y posibilita, de esa forma, puentes de convergencia y (re)conocimiento.
También pensé en la potencia de la literatura para ser aquello que Sylvia Molloy llamó, en un precioso ensayo sobre la extranjería y las escrituras en la intemperie (en el exilio, el insilio, el ostracismo o el destierro, situaciones que vivió la misma Clorinda a lo largo de su vida), una “querencia”. Usando el término en la acepción que se le brinda en el marco de las corridas de toros, la “querencia” es un espacio de resguardo, reparación y hasta regocijo en un contexto de profunda y sistemática violencia. Y es que, al poner a la escritora cusqueña (nacida en 1852 y fallecida en Buenos Aires en 1909) en el primer plano y al crear las condiciones de posibilidad para un encuentro explícito entre la Juana y Richie del presente, quienes viven en un Cusco empobrecido, olvidado por el Estado y víctima de la violencia, con la Clorinda del 25 de octubre de 1909, exiliada en Buenos Aires; la obra forja los pasajes claves para el reconocimiento terapéutico para esta triada de personajes. Más allá de sus diferencias, Juana, Richie y Clorinda entienden que convergen al ser los puntos ciegos de un históricamente fallido proyecto de nación y ciudadanía.

Mediante el quiebre de la linealidad y la apuesta por la simultaneidad geográfico-temporal, la obra conecta la asediada trayectoria vital de la autora con pasajes de sus textos, referencias a las correspondencias que mantenía con intelectuales como Ricardo Palma (con frecuencia, orientadas a pedirle al gran patriarca de las letras su apoyo para ingresar al campo literario e intelectual limeño) y, también, con representaciones explícitas de algunas de las violencias que padeció durante su vida en el Perú. Por ejemplo, la quema de la imprenta La Equitativa a manos de las fuerzas pierolistas (1895) o los insultos que le propinó en la prensa del momento Juan de Arona.
El encuentro entre planos temporales distintos es posible gracias a un ritual chamánico por parte de Richie quien, formado dentro de los criterios epistemológicos del siglo XXI, descalifica y, sobre todo, descree la validez de los saberes ancestrales heredados de su familia de chamanes. El ritual se enmarca en una escena previa en la que vemos a la joven Juana practicando las líneas de Hima Sumac, obra homónima de Clorinda Matto (1892), y explicándole a su amigo Richie quién era la autora cusqueña a la que, en pleno siglo XXI, nadie había leído y, quizás, en el mejor de los casos, solo identificaba con el nombre azaroso de alguna calle o colegio de la ciudad.
Juana es una joven precarizada: la temática del olvido de las provincias, pese a los ingresos que representan para el país gracias al turismo o la explotación minera es una constante en la obra de Arce. Evidenciando lo que tantas teóricas feministas han definido como la condena naturalizada de las mujeres a la violencia (Butler, Segato), la pobreza y la explotación (Federici), Juana debe sostener sobre sus hombros un hogar disfuncional: la muerte de la madre por causa de las extorsiones no solo evidencia el quiebre del tejido social, sino también el fracaso de la promesa positivista que afirmaba con frívola certeza la posibilidad de progresar mediante el trabajo y el esfuerzo.
El padre, entre tanto, y como ocurrirá con tantas figuras masculinas en las obras de Matto, ha caído en una depresión que lo lleva a la abulia. La crisis del pater familias no hace más que agravar el empobrecimiento de la hija-mujer, quien debe trabajar hasta el cansancio para intentar sostener a su pequeño hermano, a su padre y a sí misma y, además, para tratar de pagar el préstamo gota a gota al que acudió por desespero. A todo esto se le suman las tareas de cuidado del hermano y la casa, las cuales multiplican sus jornadas y limitan sus posibilidades de acción y movimiento. Iluminando la poca distancia entre las condiciones materiales y sociopolíticas del Perú del siglo XXI y el de la etapa transicional al siglo XX, la obra evidencia las muchas dificultades que enfrentan las mujeres para sobrevivir en un sistema que, por distintos medios, las aplasta.
Vuelvo a De Beauvoir y la relevancia de la Clorinda-sujeto que la obra sabe poner en primer plano: esa Clorinda que, al escuchar las desgracias de Juana, va narrando también sus vivencias, plasmadas en pasajes de sus textos y los documentos que conforman su archivo disgregado. Para Juana, que quiere visibilizar a Matto y su obra, la escritora cusqueña no solo es una autora “rescatada”, sino, también, un salvavidas al que aferrarse mientras vive con el agua al cuello . Hima Sumac le brinda, en medio de las híper-realistas penurias y violencias que la acechan, una posibilidad para ser, para soñar, para creer y, en especial, para crear un potencial mundo distinto. El rescate de Clorinda y su obra tiene, así, implicaciones bidireccionales. Como lo ha explicado Karina Vázquez (2025, p. 176), cuando se trata de las reediciones o reactualizaciones de las literaturas escritas por mujeres y de sus propias figuras autorales, constatamos que son estas “rescatadas” quienes terminan rescatándonos o, como lo diría De Beauvoir, salvándonos del desasosiego.

Ahora bien, el encuentro entre Clorinda y Juana dista de ser idílico o edulcorado. Al contrario, prevalecen la hostilidad, la desconfianza y, sobre todo, el dolor al constatar que el futuro por el que Matto habría luchado tercamente mediante la escritura, no dista demasiado de aquel duro presente en el que vivió pobrezas, violencias y fue condenada a distintas formas de destierro. Clorinda constata, en los lamentos de Juana y en el deseo de Richie de irse del país a hacer lo que sea, al costo que sea, que el Perú sigue estando atravesado por guerras fratricidas, por el racismo, el clasismo y la corrupción de las figuras de poder envilecidas.
Esta representación ni hagiográfica ni idealista de una Clorinda demasiado humana también ilumina otro aspecto clave de la obra: el agudo reconocimiento de un contexto que dificulta la articulación celebratoria de un discurso sobre sororidad femenina (tal como el que desearían ciertas lectorías actuales). Al contrario, la obra muestra que, en tales condiciones de precariedad y difícil sobrevivencia, resulta complejo entablar vínculos afectivos plenos, confiados y generosos. La Clorinda de la obra, al igual que la joven Juana, están demasiado asediadas y exhaustas y esta representación no solo logra superar el buenismo que, en clave acrítica, suele esperarse de las mujeres, su accionar y, sobre todo, sus textos, sino que también dialoga con el pragmático realismo con impronta de género que caracteriza, en términos estético-ideológicos, la producción literaria de Clorinda Matto.
Así, el trabajo de Arce y su equipo pone de relieve la necesidad de volver a la biografía, pero no en un gesto tautológico, que busque dar coherencia o que apunte a encontrar explicaciones últimas para los textos de su autora (ni mucho menos, sus tensiones). Es, en cambio, un trabajo que, al apelar a la humanidad sin edulcorantes, ilumina contextos, condiciones de posibilidad, desafíos, asedios y precariedades angulares para comprender las derivas de Matto y, así, acceder, como lo diría Nelly Richard, a esas “entrelíneas rebeldes” (p. 136) en la que se encuentran estrategias de contestación y creación frente a distintas formas de censura. También, permite, como lo mencionaba en líneas precedentes, superar el imperativo buenista que reduce los textos de las mujeres, en tanto mujeres, a luchas absolutas por la justicia social. Sin negar que haya mucho de eso en la producción de Clorinda Matto, parte del trabajo crítico pasa por reconocer las complejidades y tensiones para entender, también, el complejo contexto en el que se movía y sus problemáticos diálogos con un proyecto de modernidad que representaba, paradójicamente, mayores formas de opresión y exclusión para las mujeres.
Por último, si bien algunos espectadores podrían resentir el ver a la autora decimonónica interactuar con un hípervisible productor de contenidos para las redes sociales e identificar allí cierto anacronismo, considero que se trata de una apuesta sensata y productiva que desromantiza y desmonta una idea de lectura purista y que, más bien, muestra con claridad contundente cómo, por más que nos esforcemos en la contextualización y la historización, no podemos evitar leer los textos desde nuestros presentes y las contingencias que estos nos imponen. Como diría Cornejo Polar (1993), el pasado se construye y se reconstruye desde los imperativos del presente y las expectativas que nos trazamos para el futuro. Clorinda ha logrado una puesta en escena que permite aprehender la vigencia y la contundente dimensión ética y política de los textos de Matto, una autora condenada al doble exilio, tanto en su momento, debido a las tensiones con el campo literario-intelectual, la iglesia y el gobierno de Nicolás de Piérola, como en los años posteriores, debido a la exclusión o simplificación de su trabajo en las historias literarias. Por fortuna, el destierro y la simplificación se van subsanando y, como docente dedicada al estudio de las vapuleadas autoras peruanas y latinoamericanas del siglo XIX y el temprano siglo XX, no puedo sino agradecer el trabajo de Arce y su maravilloso equipo artístico: han logrado acercar a la autora, con toda su complejidad, sus sesgos y, en especial, con su humanidad no complaciente, a una comunidad lectora/espectadora que puede hallar solidaridad, compasión, regocijo, pero, también, terca esperanza y transformadora indignación en sus textos. Además, han logrado este cometido sacando el máximo provecho de la potencia de la ficción, al reescribir las condiciones de su muerte y mostrarla no enferma ni desvalida, sino, hasta el último respiro, en pie de lucha.
"Clorinda", de Giovanni Arce: la literatura, la humanidad, la querencia