No lo olvides, poeta.

En cualquier sitio y época

en que hagas o en que sufras la Historia,

siempre estará acechándote algún poema peligroso.

Este es uno de los poemas de Heberto Padilla que le costó la cárcel y el exilio, pero antes de ello, la debacle moral, una performance de la ignominia frente a decenas de escritores como él, que, entre el silencio atónito, la vergüenza disimulada y el miedo recubierto de sudor, escuchaban una autoinmolación de casi tres horas aquel aciago 27 de abril de 1971, el día que Fidel Castro decidió convertir a los poetas en prisioneros de la revolución. Un día en que murió, una vez más la libertad.

Treinta y ocho días antes del 27 de abril, Heberto Padilla había sido detenido por seguridad del Estado, llevado a una de las celdas de Villa Marista y trasladado un par de veces el hospital militar Carlos J. Finlay, por desmayos y alucinaciones, generadas por las conversaciones con los agentes del Estado, que tenían como objetivo que enmiende el camino para que vuelva a ser un hijo de la revolución y un incondicional de Castro, papel en el que había fallado desde varios años antes, pero que podría ubicarse en 1968, cuando ganó el Premio Julián del Casal con su poemario Fuera de juego, un título profético, pues desde ese día, Padilla quedó fuera, sus pasos, relaciones, amistades, actividades y cada letra que publicaba serían investigados y sumados a un enorme legajo de todos aquellos que se habían convertido en agentes de la CIA por disentir con el rumbo que estaba tomando la revolución, ese sueño de libertad se estaba desmoronando con la creación de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción-UMAP, campos de trabajos forzados a donde fueron a caer hippies, homosexuales, religiosos y cualquiera que no encajara en esas categorías, pero que resultaban perturbadores, por lo que se les catalogó como sujetos de conducta impropia.

Veinticinco mil jóvenes de conducta impropia ─extraños de pelo largo, fans de los Beatles, afeminados y aficionados al padrenuestro─ estuvieron presos en esos campos de concentración desde 1965 a 1968, año en que Heberto Padilla, ya casado, con un hijo y un prestigio que lo hacía sentirse poderoso, decidió defender la calidad de la obra literaria de Guillermo Cabrera Infante, considerado un asalariado del imperialismo, dar entrevistas a investigadores extranjeros que luego escribirían sus temores sobre la revolución, o escribir poemas como este:

Los poetas cubanos ya no sueñan

(ni siquiera en la noche).

Van a cerrar la puerta para escribir a solas

cuando cruje, de pronto, la madera;

el viento los empuja al garete;

unas manos los cogen por los hombros,

los voltean,

los ponen frente a frente a otras caras

(hundidas en pantanos, ardiendo en el napalm)

y el mundo encima de sus bocas fluye

y está obligado el ojo a ver, a ver, a ver.

Padilla no esperaba que, en la cima de su labor poética, con un premio a cuestas, los mismos que le otorgaran el premio, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la UNEAC, decidiera partirle la ilusión colocando en cada libro impreso un aviso de su contrariedad por lo escrito, pues “resultaba ideológicamente contraria a la Revolución”. Y cómo no iba a ser contra la revolución empezar a retratar, con maestría, el derrotero peligroso de un Estado policiaco, que pedía consejos de Rusia y de China para construir al hombre nuevo.

Si después que termina el bombardeo,

andando sobre la hierba que puede crecer lo mismo

entre las ruinas

que en el sombrero de tu Obispo,

eres capaz (lo imaginar que no estás viendo

lo que se va a plantar irremediablemente delante de tus ojos,

o que no estás oyendo

lo que tendrás que oír durante mucho tiempo todavía;

o (lo que es peor)

piensas que será suficiente la astucia o el buen juicio

para evitar que un día, al entrar en tu casa,

sólo encuentres un sillón destruido, con un montón

de libros rotos,

yo le aconsejo que corras enseguida,

que busques un pasaporte,

alguna contraseña,

un hijo enclenque, cualquier cosa

que puedan justificarte ante una policía por el momento torpe

(porque ahora está formada

de campesinos y peones)

y que te largues de una vez y para siempre.

Huye por la escalera del jardín

(que no te vea nadie).

No cojas nada.

No servirán de nada

ni un abrigo, ni un guante, ni un apellido,

ni un lingote de oro, ni un título borroso.

No pierdas tiempo

enterrando joyas en las paredes

(las van a descubrir de cualquier modo).

No te pongas a guardar escrituras en los sótanos

(las localizarán después los milicianos).

Ten desconfianza de la mejor criada.

No le entregues las llaves al chofer, no le confíes

la perra al jardinero.

No te ilusiones con las noticias de onda corta.

Párate ante el espejo más alto de la sala, tranquilamente,

y contempla tu vida,

y contémplate ahora como eres

porque esta será la última vez.

Ya están quitando las barricadas de los parques.

Ya los asaltadores del poder están subiendo a la tribuna.

Ya el perro, el jardinero, el chofer, la criada

están allí aplaudiendo.

El 27 de abril de 1971, decenas de escritores de la UNEAC, entre los que se encontraban Reinaldo Arenas (Antes que anochezca) y Virgilio Piñera (La carne de René), perseguidos luego por homosexuales y llevados a las UMAP, fueron testigos de cómo Heberto Padilla renunciaba a toda dignidad para sobrevivir. Despotricó de su obra, delató a sus amigos y a su esposa, y rechazó la carta de solidaridad que escritores como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Margarite Duras, Susan Sontag, Italo Calvino, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Julio Cortázar habían firmado exigiendo su liberación.

Diatriba tras diatriba, Padilla dejaba un testimonio único, indomable, ingobernable, de una sociedad del miedo, pues lo que se creía que serviría como testimonio para mejorar la imagen de la revolución, se terminó convirtiendo en el rompimiento de cientos de intelectuales con el gobierno de Castro, solo con la marcha atrás de Cortázar y García Márquez, quienes ponían por encima la protección del sueño revolucionario frente a los feroces ataques del imperialismo, a pesar de las serias contradicciones del régimen, como el encarcelamiento cruel de presos políticos y la persecución de la disidencia ideológica y de la disidencia sexual.

Luego de la triste asamblea en donde uno por uno los acusados por Padilla también tuvieron que hacer su propia autocrítica, una segunda carta firmada por los anteriores y a los que se sumaban Pier Paolo Pasolini, Carlos Monsiváis, István Mészáros, Alain Resnais y Juan Rulfo, daban por finalizada la esperanza y abrían los ojos ante la censura, la vigilancia y la caza de brujas.

La transcripción de lo dicho por Padilla había llegado a todas partes, y era imposible pensar que un testimonio así era posible sin la acción de la amenaza y la tortura de por medio. ¿Quién podría creer que Padilla decía la verdad cuando señalaba que los agentes del Estado, amablemente, lo habían hecho reflexionar? Una parodia dentro de otra parodia.

Ese día, frente al pelotón de fusilamiento, Padilla conoció el hielo. El “quinquenio gris”, que fue como se llamó a lo que vino después de su alocución, fue una etapa de degradación para todos aquellos que habían encontrado en la escritura una forma de vivir. Perseguidos por la policía política y asesinada la confianza entre ellos mismos, porque cualquiera podía ser un espía o un delator, la cultura fue tomada por el Ministerio del Interior, y los directores de instituciones y revistas culturales pasaron a ser tenientes y generales.

Cincuenta años después, la grabación de esa asamblea, realizada y mantenida oculta por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos-ICAIC, sale a la luz gracias al director cubano radicado en España, Pavel Giroud (La edad de la peseta, Omertá, El acompañante), quien pudo acceder a un casete de betamax, archivo que, restaurado, llega al público como El caso Padilla (2022), un testimonio impactante y desolador de Cuba. Somos testigos de un patético y desgarrador suicidio moral, en donde Padilla atraviesa uno a uno todos los pisos de ese ascensor hacia el cadalso al que es sometido, y que, para quienes siguieron el caso desde que se hizo público, solo puede dejar una estela de tristeza infinita, porque de ninguna forma esto es el pasado.

FICHA TÉCNICA:

País: Cuba, España

Documental-B/N-2022-78min

Dirección: Pavel Giroud

Idioma original: Español

Documentalista: Ana Blázquez

Guion-Fotografía-Edición: Pavel Giroud

Sonido-Música: Pablo Cervantes

Producción: Lía Rodríguez, Alejandro Hernández

PREMIOS Y FESTIVALES

2022 Festival de Cine de San Sebastián

2023 Festival de Cine deMiami

SINOPSIS:

La Habana, primavera de 1971: el poeta Heberto Padilla acaba de ser puesto en libertad y comparece ante el gremio de escritores cubanos donde entona una “sentida autocrítica”, según sus propias palabras. Se declara agente contrarrevolucionario y acusa de complicidad a muchos de sus colegas ahí presentes, entre ellos, su esposa. Un mes atrás, su arresto bajo los cargos de atentar contra la seguridad del Estado cubano, movilizó a la vanguardia intelectual del mundo entero, quienes dirigieron una carta a Fidel Castro, exigiendo la libertad del poeta, cuyo único pecado fue disentir y criticar a través de su obra poética. El mea culpa del escritor, cuya filmación se muestra por primera vez al público, marca la línea narrativa de una historia, en la que aparecen, además, testimonios de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Jean-Paul Sartre, Jorge Edwards, Guillermo Cabrera Infante, Carlos Fuentes y Fidel Castro. “Elcaso Padilla”es un documental sorprendente que abre una ventana para explorar uno de los aspectos del pasado de Cuba que persisten en su presente: la falta de libertad de expresión y los movimientos del mundo cultural para obtenerla.

Funciones:

Sala Azul | CCPUCP

Dia: 15 de agosto

Hora 5:30 p.m.

Sala Azul | CCPUCP

Dia: 17 de agosto

Hora 7:30 p.m.