En aquellos heroicos arenales que alguna vez vieron brillar el liderazgo social y político de María Elena Moyano y que fueron conquistados por un pueblo pujante, organizado y luchador, se erige como un terco cactus del desierto el teatro Vichama de Villa El Salvador. Con más de 35 años de trayectoria y un gran aporte a la cultura, a la formación de generaciones y procesos de transformación social, aquel laboratorio de teatro comunitario nos presentó el domingo 23 de septiembre la reposición de un arriesgado unipersonal inspirado en los poemas de César Vallejo, nuestro vate universal. 

Escribe: Jorge Millones

EN BUSCA DE UN SUEÑO

“La rebelión de los sueños. Donde amanecen los sueños idos”, data del 2016 y empezó a gestarse en este laboratorio artístico, en este centro de experimentación cultural y estética entre su director César Escuza, Marie-Eve Gougeon, en el vestuario e iluminación y Luis Ángel Quispe en la actuación principal. La primera parte del trabajo fue enfrentarse a, quizás, la obra más interpeladora, más metafísica y densa de Vallejo, “Poemas humanos”. Todo un desafío que los obligó a largas jornadas de debate y deliberación no solo sobre el sentido de los textos, sino también, sobre con cuáles debían quedarse para poder lograr una expresividad dramática que les permitiera construir un discurso. Menuda tarea, tomando en cuenta que Vallejo no es sencillo de digerir. Una vez acabada la selección, se centraron en la construcción del esqueleto de la obra, paralelamente iban surgiendo las ideas estéticas que irían arropando el discurso, dejando también un amplio margen de creación e identificación que aporta el actor principal, como es el estilo del director César Escuza.

De ninguna manera esta obra es una mera declamación teatralizada de los poemas de Vallejo, para nada. Es un drama construido a partir y con los poemas de César Vallejo, no se le ha agregado ni quitado nada a los textos. Lo más correcto sería decir que fueron deconstruidos, re-interpretados y devueltos como una obra dramática. Obra que es audaz en muchos sentidos, pues nos presenta un Vallejo bastante diferente al que estamos acostumbrados.

“La rebelión de los sueños” no es una obra solemne que destaca la seriedad, el dolor, el pesimismo, el compromiso político o la tristeza como nos han acostumbrado hasta el hastío cientos de obras y montajes sobre Vallejo. Es la propuesta de un César Vallejo que también reía, que bebía y disfrutaba -como nos dice Escuza- más integral. Pues al poeta lo encasillaron a partir del estereotipo del cholo sufrido y triste, rematado, además, con la seria foto del abogado Juan Domingo Córdoba, amigo personal de Vallejo que jamás imaginó que su célebre fotografía tomada en París se convertiría en un ícono nacional y universal. Más tarde Picasso volvería esa imagen más célebre aún con un ágil apunte que pasó a la inmortalidad. Cuenta Juan Larrea que cuando a Pablo Picasso le leyeron “La rueda del hambriento” y “España, aparta de mí este cáliz”, quedó tan impresionado que exclamó: “¡A este sí le hago yo un dibujo!”. En fin, todo eso contribuyó a la imagen seria del poeta.

ALÉGRATE VALLEJO

Pero volviendo al Vallejo de “La rebelión…”, es un ser humano atribulado claro está, su momento fue una época difícil llena de tribulaciones, un Perú injusto y doliente, el ascenso del fascismo, París en aguacero, un hueco en el zapato y sin un peso para cenar, los temores previos a la segunda guerra mundial, la guerra civil española, pero también los hermosos gestos solidarios del internacionalismo obrero, los primeros logros de la recién estrenada Unión Soviética, el estallido estético de los “ismos”. Una época para tomarse todo en serio, para asustarse, pero también para ilusionarse.

Sin embargo, en el Perú, cuando formaba parte de esa fabulosa vanguardia literaria conocida como el “Grupo Norte” que agrupaba a intelectuales y artistas de la década de los 30 del norte peruano como Antenor Orrego, Macedonio De la torre, Alcides Espelucín, Víctor Raúl Haya de la Torre, Francisco Xandóval, un joven Ciro Alegría, entre otros, César Vallejo participa de la vida bohemia del Trujillo de su tiempo. Se cuenta que el buen César era gran conversador, galanteador, bebedor y bailarín. Incluso, ya viviendo en parís, se sabe que era un empedernido noctámbulo que recorría con sus amigos bares como el “Gypsy” o “Les Noctambules”, de los cuales salían directamente a tomar desayuno.

Para nosotros es difícil imaginar al poeta estallando en carcajadas, haciendo bromas, vociferando y hasta burlándose de sus textos. Pero ¿Quién sabe si lo hacía o no? Esa línea en la que podemos imaginar un Vallejo no tan serio es fascinante, lo humaniza y lo saca del estereotipo, a la vez que sus poemas se entienden de otra forma, se entonan de otra forma y adquieren frescura. Bueno, eso logra “La rebelión de los sueños”, una nueva entonación de la voz de Vallejo, una sacada de lengua a la solemnidad, una mueca arriesgada y loca que seguro por momentos raya en la comicidad, pero que es necesaria para hacer respirar esos textos vallejianos que tocan temas sin duda asfixiantes.

LUCHITO, VAMOS POR OTRO CÁLIZ

Luis Ángel Quispe Rodríguez ya no es un joven actor formado en Vichama, es un actor cuajado, con el repertorio emocional necesario para interpretar personajes de esta envergadura. Porque este tipo de personajes necesitan de un cuerpo joven y ejercitado -es verdad, por el despliegue físico y gimnástico que exige la obra- pero también necesita de un alma honda, de personas intensas, con las vivencias y experiencias necesarias para poder hacer vibrar esos textos, capaces de tensarse con el público, de transmitirles su dolor, sus incertidumbres y encarnarse como un abogado de la humanidad gritando esos alegatos contra el tribunal de Dios que Vallejo solía esgrimir en sus poemas.

Para hacer rodar el denso amasijo metafísico de los poemas de Vallejo, era necesario atildar el ritmo de la obra, se nota la mano del director y su manejo del ritmo. La obra en general, es bastante dinámica y ágil, pero se necesita buen tino para acelerar y hacer la pausa, para extender las mesetas del monólogo hasta romperlas con un giro, un grito, una mueca, un gesto que es acompañado -y complementado- por las luces y los elementos de la escenografía que van cobrando protagonismo a lo largo de la obra.

LA EXCUSA DE ESCUZA

En general, es una obra que nos lleva de un límite a otro. Del drama a la comedia, del dolor, a la alegría, del goce a la desesperanza, de la pregunta metafísica a la afirmación militante. Como también militante es el director de esta rebelión de Vallejo, César Escuza, que tiene la firme convicción en que el teatro en particular, y el arte en general, pueden ser formas de transformar la sociedad, de hacerla más humana, más justa y solidaria, empezando desde la comunidad. Vallejo es pues una excusa para Escuza, una forma de responderle desde Vichama que, aquellos nueve monstruos pueden ser vencidos.

La música está muy bien escogida, arranca y termina con La Internacional, ese canto que identifica al proletariado mundial, rápidamente nos dice que el Vallejo que veremos es un hombre de compromisos éticos y políticos, pero poco a poco aparecen otras piezas musicales que acompañan al poeta en sus vicisitudes, sus interrogantes y sus angustias. La música por sí misma nos cuenta una historia, nos traslada a tiempos y lugares distintos, en esta obra la música no deja de cumplir ese rol de “máquina del tiempo”, pero ajustándose al drama y complementándolo bien.

Algo que llama la atención de este montaje es el enorme esfuerzo para desplegar diálogos en el escenario. Porque, aunque hay un solo actor, éste dialoga con las luces, las luces le responden, la escenografía también es un sujeto, no está ahí de adorno y el propio personaje se desdobla muchas veces para conversar consigo mismo y con personajes de la vida cotidiana. Los elementos del escenario se vinculan dinámicamente uno con otro.

“La rebelión de los sueños” es una obra audaz hecha en Villa El Salvador y es de carácter universal, porque el teatro Vichama ha sabido albergar muchas voces del mundo en su seno, tan universal como el dolor, como universal es César Vallejo porque retrata la condición humana.