Una adolescente queda embarazada y su prometido la acepta a pesar de que podía repudiarla por indigna. Ese es el segundo milagro de la historia de María. El primero es que una Divinidad escoja venir al mundo como vienen todos los seres humanos y que le pregunte a la futura madre si está de acuerdo con engendrar y maternar a este niño-Dios.

Navidad celebra el feliz término de un embarazo que no fue fácil: las mujeres feministas y creyentes nos identificamos con esta María y reclamamos que la sociedad y cada ‘onvre’ nos pregunte, tal como lo hizo la Divinidad, si estamos de acuerdo con los planes que nos involucran; y sobre todo esperamos que NO se hagan  proyectos ni se tomen decisiones donde nosotras no estamos y donde nuestras voces diversas no sean escuchadas.

La maternidad deseada es a lo que aspiramos para todas, que no haya niñas obligadas a ser madres, que no exista violencia obstétrica, que toda la sociedad posibilite un embarazo sano y acompañado. 

Celebramos el nacimiento de un hijo del pueblo, Jesús, pero meditemos también en los nueve meses que María le dio de su propia sangre para que creciera, en los nueve meses de cambios físicos y emocionales que experimentó, en los anhelos y expectativas que toda futura madre tiene respecto a sus hijes. Dar a luz cambia completamente la vida de una mujer y por eso nadie puede decidir sobre eso sin preguntarle, ni siquiera la Divinidad.

María tuvo un hijo extraordinario, que también es producto de la formación que le dieron ella, José y probablemente la familia extendida. Creer que existe una Divinidad que se encarna como ser humano es un acto de fe, que no se le puede imponer a nadie, pero solo si esta fe da frutos de justicia y amor, puede tener un lugar en el mundo actual. Dejemos de lado toda creencia que asusta, que discrimina, que juzga que destruye la autoestima de las personas. Las enseñanzas de odio y castigo no tienen nada que hacer con la Divinidad tierna y vulnerable de quien Jesús nos da testimonio.

Que nuestra celebración navideña tenga algo de la sencillez de aquella primera noche, rescatemos la Navidad de la orgía consumista y de la obligación de regalar, aun en este tiempo de pandemia. Si lo hacemos así, tendremos más tranquilidad para relacionarnos desde los afectos y poder experimentar lo divino a través de cada encuentro que nos sea regalado. También podremos ser solidarixs con aquellas personas que sufren por la  soledad, por la pobreza o por la violencia, especialmente las niñas, mujeres y las personas de la diversidad sexual.

Que nuestra Divinidad nos conceda alegría y la certeza de que desde lxs más humildes llegan los cambios que transformarán las sociedades para llegar a construir el Reino de Dios en esta tierra. ¡Felices Fiestas Navideñas!