Escriben Ronny Álvarez y Carlos Jaramillo

Era el cumpleaños de Tony. “Por fin llegaron los 18 años”, murmuró en voz baja entre las colchas húmedas, mientras despertaba esa fría mañana limeña. “Ya no más 17”, pensaba. Para él significaba un poco de libertad, pues no lo dejaban entrar a las discotecas por ser aún menor de edad.

Cuando le entregaron su libreta electoral de tres cuerpos en la oficina descentralizada de San Borja, decidió -a modo de celebración- ir junto con Marco, su amigo de correrías, al Perseo. Marco había obtenido su libreta dos meses antes, por lo que le había contado cómo era el ambiente en el Splash, el Gitano 2050 y el Perseo. Tony hasta ese momento solo se imaginaba esas escenas a partir de lo que Marco le contaba los domingos al mediodía, cuando pasaba por su casa para luego ir al vóley. Esa noche iba a ser diferente, esa noche de sábado irían al Perseo. “¡Por fin!”, decía Tony.

– ¡No sé cómo ir!

– Ponte algo práctico y listo

– ¿Quiénes van a ir a aparte de nosotros?

– Jaime, su pareja, el viejo de Pedro; y Manuel, amigo de Pedro. ¡Ese es tu regalo!

– ¿Queeeé? Pero Marco, ¿cómo es?

– Es alto, trigueño, agarrado, dicen que es ‘chala’[1] y que pecha, así que está bien para ti. Además, es de la Policía

– ¡Qué miedo!

– No pasa nada, es buena gente, un poco tosco, pero está bien

– ¿Tú ya has estado con él?

– Sí, al comienzo, cuando me lo presentó Pedro en una reunión

– ¿Y qué pasó? ¿Por qué ya no siguieron saliendo?

– Pues, porque estuvo bien para un rato. Me pechó las salidas, me llevó a su depa; pero ahí quedó la cosa. Además, hay que buscar mejores partidos.

– Ah, ok. Ojalá le agrade…

– ¡De hecho que sí!, además, le gustan las pititas; y como tú aún lo estás… Te hemos promocionado bien

– ¡Qué malditas, ustedes!

– ¡Ay! ¿Pero acaso esa no es tu carta de presentación, mamitaaaa? Jajaja

– Nada, tú loca, que has estado regando toda esa cosa. Ahora todas en el parque Kennedy saben que aún estoy pita

– ¡Mejor! Mira a Alberto, cómo nos llama y nos invita de todo en el Twist, antes de ir al Gitano. Es un amor como se porta

– Pero nada como la suerte de la Gisela, ¿no? Por lo que me enteré de la Luis, le está marchando todo bien

– ¡Ni me digas! Esa perra maldita salió ganada con ese viejo que le puso de todoooo. Ahora la maldita vive en La Molina, tiene auto, le están pagando la carrera. Claro, tiene que aguantar al tío, ¡pero ya!, no es para tanto, con todo lo que le da

– ¡Qué suerte de esa! ¿Cómo lo hizo?

– De ahí te cuento, viene mi mamá, con la ‘B’

Esa noche, como de costumbre, las amigas se encontraron en el parque Kennedy, en el gran cubículo de concreto que estaba casi en frente a la Iglesia Virgen Milagrosa, ubicación estratégica para observar a quienes pasaban de norte a sur, y viceversa. Estaban las de siempre: la Miguel, conocida como ‘la musculosa’, amante de los hombres maduros; la Esteban, alias ‘la cazagringos’, que terminaría casada y viviendo en Suiza; la Carlos, más popular como ‘la coreógrafa’, que a los años se volvería famosa en un programa concurso de baile de los sábados; y la Manuel, popular por ser ‘la Barbie Lobo’, debido a su cuerpo extremadamente velludo y que depilaba a punta de cera.  

Ese espacio era como el centro de operaciones y planificación. Era ya un hábito encontrarse ahí, chismear, planear la noche, contar penas, hablar de puntos[2] y hacer puntos incluso. Esto último era un clásico del ambiente miraflorino, pues se podía ‘fletear’ sin ser ‘flete’[3]. Pasaba un auto, el conductor te miraba, respondías la mirada, entonces se estacionaba más adelante, conversaban, quedaban en algo, te subías y listo, pasabas una linda noche, y si había suerte, quedaban como amigos o como amantes, hasta podía caer una ‘propina’ sin tener tarifa. Era una rutina muy conocida, claro, los profesionales eran otra cosa, esto era un juego ‘inocente’ para luego presumir los trofeos entre las amigas: “¿A dónde te llevó a beber? ¿Te invitó a comer? ¿A qué hotel fueron? Ah, ¿era extranjero? ¿En qué hotel se hospeda? No me digas, ¿te invitó a hacer un viaje? ¿Te dio su dirección para que le escribas?”.

Ya era momento de parar un taxi para dirigirse a San Borja. Tony tenía lista su libreta, estaba orgulloso de poder darle un buen uso. Era su primera vez. Bajaron las escaleras, y Tony no podía creer lo que tenía frente a él. Solo lo había imaginado por lo que Marco le había contado de sus incursiones previas, y antes Tony pensaba que ese tipo de lugares solo existían en el extranjero, que en el Perú era imposible una disco para gente como él.

(“Recuerda que estaremos tranquilos cuando ambos tengamos una profesión, un trabajo y así poder vivir juntos sin que nadie nos moleste”)

¿Por qué Tony recordó en ese momento ese discurso? Esas palabras de su incondicional amigo del colegio, que se convirtió en su amante, o ¿novio?, luego de acabar la secundaria y que le prometió que iban a ser felices por siempre una vez que hubieran logrado triunfar en la vida. “¡No! Ahorita no, por favor”, se dijo para sí mismo, mientras se ubicaba frente a la barra con la boca abierta de sorpresa.

Tony estaba perplejo por lo que veía: hombres, muchos hombres bailando entre ellos, besándose. ¿Era cierto? ¿Era real?

– Esssss maravillosoooooo

– ¿Quééééé?

– Estoooooooooo. No loooo puedoooo creeeeeerrrrr

– Ay amigaaaaaa, disfrútaloooooooo

– Nuncaaaaaa penséééé que habíaaaaaaaa un lugar asííííí

– Vamosssss paraaaa alláááá, hayyyy menosssss ruidooooo

– Okkkkkkkkk

El lugar estaba repleto, el grupo se movió hacia una esquina menos bulliciosa, donde no tenían que gritar para conversar.

– ¿Cómo la estás pasando?, preguntó Pedro

– Muy bien, me encanta

– Y eso que luego viene el show, creo que hoy se presenta Naamin Timoyco y Coco Marusix. Ahí viene mi amigo, te lo voy a presentar

– Ok

Tony estaba nervioso, pues sabía que le habían arreglado esa cita. Manuel se acercó y le dio un beso en la mejilla diciéndole “hola” y poniéndole la mano en la cintura.

– ¿Cómo te llamas?

– Antonio, pero me dicen Tony

– ¿A qué te dedicas?

– Pues ingresé a la universidad por la pre, pero mis clases comienzan el próximo año, así que por ahora solo esperando.

– Ah, ok

– ¿Y tú?

– Trabajo en la Policía, creo que te lo han dicho

– Ah, sí, Marco me mencionó algo

– ¿Te dijo algo más?

Tony sintió que Manuel se acercaba más y le ponía la mano sobre la cintura repetidas veces, haciéndolo sentir algo incómodo.

– Psss, psss. Marco, este Manuel no me gusta. ¿Qué hago?

– ¿No te gusta nada?

– No, nada

– Ay, dile que tienes pareja entonces

En ese momento Manuel le dice a Tony para bailar y se lo lleva al otro extremo de la pista de baile. Ahí, bajo el ritmo de “dónde están esas cartas, esas flores, detalles… Esos labios que mataban a besos, dónde están, promesas dónde están…”[4], Manuel se le acerca más y más. Tony llega a sentir la dura entrepierna del oficial de Policía, mientras le zampa un beso con lengua profunda.

– No. Hey, para…

– ¿No te gusta? Vamos a mi casa, ahí estaremos más cómodos

– No puedo. Debo regresar con Marco y llegar antes del amanecer a mi casa

– Vamos, luego te llevo a tu casa. Lo prometo

Tony, por alguna razón, no soportaba los bigotes del oficial, ni menos que le raspara la mejilla cuando se le tiraba encima.

– No, de verdad que no

– ¿Por qué no quieres venir?

– Es que… Tengo pareja

– Uhmmm, no sabía, pero él no se va a enterar. Esto queda entre nosotros

– No, de verdad que no. No podría hacerlo, me sentiría muy incómodo

Santo remedio, terminaron de bailar, Manuel desapareció del grupo y no se supo de él en toda la noche. Se imaginaron que se habría encontrado con alguien mejor dispuesto.

– Ay, amiga, si no hubieras dicho nada hubiéramos tenido trago asegurado toda la noche, y quizás ahorita estaría llegando para llevarnos en su auto al vóley

– No me gustaba, iba muy rápido

– Mamita, no eres mujer ehhh… Aquí esto es rápido, sino no vas a pasarlo bien. Tienes que divertirte y conocer gente. La mayoría se va a la cama, y luego ya lo vas conociendo

– Sí, ya veo, es al revés por lo que parece

– No somos héteros, amiga. Esta huevada es así en este mundo.

– ¿Te imaginas que nos podamos casar?

– ¿Para qué? Habría muchos divorcios. Las locas somos bien arrechas, todos se sacan la vuelta. Por eso yo no estoy con nadie. Yo soy siempre la otra, jajaja

– Te creo, pero es que ayer no sé por qué me acordé de Ernesto…

– Ay, ¿por qué? Ya fue, además era ‘chipy’[5]

– Desgraciada. No importa eso

– No mientas, maricón…

– Es que pensaba en lo que me dijo esa vez cuando se fue… Además, ¿cuándo hubiese llegado ese día en que habríamos podido ser felices? ¿Llegará algún día? Sea con él o con quien sea

– Pero, ¿tú que le dijiste?

– Que quería ser feliz ahora, que no quería esperar a tener profesión, casa, independencia, ¿por qué esperar tanto? ¿Acaso no podíamos ser felices y ya, sin escondernos? Yo no quiero esconderme

– ¿Y que dijo?

– Se fue y desde ahí no sé nada de él. A veces lo extraño y ¿si hubiese esperado un poco?

– Bueno, él estaba loco, era un traumado de clóset, no ibas a conseguir nada. Es mejor que conozcas más gente, no sabes si llega alguien especial

– Cierto, mejor vámonos a jugar…

Tony encontraba el ambiente del parque como un hogar ideal, pues todas de alguna forma u otra se veían felices. Felices en sus riquezas, reales o inventadas; en sus pobrezas, siempre escondidas; y en sus aspiraciones de entrar algún día a The Piano o levantarse a uno de los guapos chicos blancos que salían ‘volando’ de Bizarro. 

Por ejemplo, nadie -al menos que fuera un secreto bien guardado- decía que tenía o sospechaba tener el ‘bu’[6], eso significa la muerte social para una maricona del parque; aunque un tiempito después se decía que la Samir lo había contraído de un medio novio danés que venía a Lima de forma regular. Las habladurías comenzaron cuando esta comenzó a adelgazar de manera inesperada. Tony no podía creerlo, “¿sería eso posible?”, se preguntaba, recordando las tantas veces que habían bailado las noches de sábado el ‘Wannabe’ de las Spice Girls, siendo Samir, Mel B ‘Scary Spice’, mientras Marco era Mel C ‘Sporty Spice’, Esteban hacía de Emma ‘Baby Spice’, Jaime era Geri ‘Ginger Spice’, y Tony tímidamente personificaba a Victoria ‘Posh Spice’; o cuando en medio de la pista de baile insultaban a las chuxurus[7] atrevidas que osaban entrar a la disco de locas, gritándoles Stupid girl, de Garbage, que sonaba harto en el Splash, para luego ya, amas y señoras del ambiente, ponerse en modo vedettes con la omnipresente de la noche discotera, 100% pure love de Crystal Waters.    

Los chismes comenzaron sobre ese asunto, y todas se preguntaban cómo haría Samir, “¿se marcharía del país?”, pues tener el ‘bu’ era casi una sentencia de muerte. A pesar de ello, nadie hablaba de manera seria acerca de ese tema, Tony y sus amigos solo se preocupaban de ser felices, de planear el fin de semana y de tener lo suficiente para solventar la salida a la discoteca.

Era, además, la época de las súper modelos, en donde muchas se creían inmortales e intocables. Por desgracia, muchas vivían fascinadas con la idea de ser una de ellas. Samir siempre había dicho que era Naomi Campbell, y se paseaba modelando por las aceras adoquinadas del parque miraflorino; Marco, delgado y con su pelo algo castaño, siempre se anunciaba como Claudia Schiffer, aunque a veces cuando le entraba la sensualidad, decía que era Cindy Crawford; mientras que Tony, haciendo propaganda de su moderación natural, se autopublicitaba como la Christy Turlington; Jaime se hacía llamar la camaleónica Linda Evangelista; y finalmente, Manuel, con su eterno problema de pelos, no le quedaba de otra que hacer de mánager de todas, o el Gianni Versace que cerraba el desfile improvisado en pleno corazón del parque.

Eran una maravilla las coreografías que se armaban cuando en la disco sonaba “you better work bitch… Work, turn to the left. Now, turn to the right. Work, sashay, chante[8], lema aún vigente de la mariconada para la época en que Tony y sus camaradas invadían las discotecas de ambiente de Miraflores de finales de los 90.

– Maricón, sal… Disfrútalo…

– ¡Qué roche!

Tony no sabía si hacer caso, pero sin darse cuenta, ya lo habían empujado a los brazos de un inmenso stripper que lo montó sobre sus piernas. Le hicieron las clásicas piruetas eróticas, y luego de un rato que lo tuvieron en medio de dos toros de lidia, lo dejaron ir, entregándole como regalo una tajada de sandía… Tony, en su avanzada borrachera, miró la fruta, le dio una mordida y la tiró hacia el público.

– Ven, vamos, que debo decirte algo…

– ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? Yo estoy mareada huevona, no me persigue nadie por la sandía, ¿no?

– Vamos a la barra del otro salón… Sabes, debo decirte algo… Me voy a España.

– ¡Súper! ¿Cómo así?

– Estoy con el ‘bu’…

Tony abrazó a su amigo, lo abrazó fuertemente y empezó a llorar en silencio, no era el regalo de cumpleaños que se esperaba recibir, solo le quedó aferrarse a la idea de que él estaría bien con la decisión de partir al Viejo Continente, la esperanza de muchas.

Samir estaba desconcertado, pero con fuerza y determinación. Se iría a España y ahí seguro estaría mejor, era su anhelo. Tony no podía creer lo que le acababa de confesar y pedir que no dijera a nadie, pues sabían que sería una comidilla incómoda en todo el parque.

– No te preocupes, no diré nada, querido Samir…

– Gracias, amiga, sabía que podía confiar en ti, discúlpame que te cague el cumpleaños

– Nada, estamos juntas, que es lo principal

– ¡Vamos a seguir bebiendo, carajo!

– Vamos mujerrrrrr

Mientras salían de uno de los salones previos hacia la pista de baile, Tony no dejaba de pensar, “pude haber sido yo en vez de Samir, o también Marco, o Esteban, en realidad cualquiera de nosotras”.

Mientras se perdía ese pensamiento, sonaba el inicio de aquel himno de toda marica que ha vivido como tal… “At first I was afraid, I was petrified…[9]

– ¡No lo puedo creer, cabro! Mi despedida con esa canción…

– Vamos a bailar hasta la mañana Samir, por ti y por mí.

Las dos, cogidas de la mano, entraron a la siempre dispuesta y reconfortante pista de baile… Para, entre lágrimas escondidas, seguir soñando con siempre poder regresar ahí.

Querida Charlotte:

Pucha, no sabes toooooodo lo que he tenido que hacer para librarme de la fiesta de Promoción, o sea, aggggg, o sea, harta de todo ¿manyas? Me quiero ir, huevona, me quiero ir; pucha, antes que un pacharaco me pase el brazo por el cuello y me diga: “Promo, ven tómate este vaso lleno conmigo”. ¡Me muero muerta! No me interesa que sea en el Jockey Club ni con esa banda patronal de Grupo Cinco, tan folk, tan cho… Tú sabes. Cinco años aquí por culpa de mi papá y su maldita institución. Y mi mamá con su vida social de morondanga. Pantaleón Pantoja y Pochita de la novela de Vargas Llosa ¿y yo? Cagada. Además, en esta ciudad que marca veinte en el cholómetro, qué quieres que te diga.

Cuento las horas para regresar a Lima, que ‘La horrible’ y todo lo que tú quieras, pero es ¡la capital! Tengo que llegar al Perseo y a las noches de Barranco. Y si me cruzo con el hiperchurro de Pedro Suárez Vértiz, me desmayo. Mami tiene miedo de algún atentado, pero la pobre quedó traumada con tanta noticia en la tele en la época pufi del terrorismo, pucha, que aquí ni se sintieron, pero ya sabes como es de exagerada. Eso fue en la Sierra, pobrecitos, poor awful people. Ya no hay apagones ni coches bomba ni nada, ¡solo conciertos en la playa El Silencio! Lo único que voy a extrañar de este findemundo es ya sabes a quién, pero estamos en los noventa: “Ya nadie se enamora”. Nada que ver. O sea, a ver, regio aquel día cuando nos conocimos a la hora del recreo. Yo bailaba Saturday Night de Whigfield y él cruzó. Cruzó a propósito, con su carita de Tom Cruise de Cajamarca sonriéndome, creo que nunca volveré a ser tan feliz como ese viernes en la mañana. Y te juro que nunca volveré a llorar como la semana pasada cuando me dijo que su pareja de Promo era en realidad su “señorita enamorada” y no su prima.

«Mil pedazos de mi corazón

volaron por toda la habitación,

se quedaron todos rotos por el suelo,

uno fue a clavarse en su chaqueta de cuero»[10]

Chaqueta de cuero que ¡yo! le regalé al pendejo en su cumpleaños. No importa. Costó tres mamadas a mi vecino, el abogado de narcos viendo Anal Nation en su VHS. Bah. Ok. Me recontra quemó el checo[11] ya. Tenía que decírmelo justo saliendo del cine Oro. Justo cuando habíamos planeado escaparnos de la fiesta para irnos a la playa y ver el amanecer. Justo cuando iba a tragarme el sapo de usar terno. Justo cuando iba a dejar de irme a Lima por él.

– Maurito: dos hombres no pueden vivir juntos ni ser felices ni tener una hija como en la película. No vivimos en Italia.

– Son vampiros, huevas, y la hija es psicópata. Y sí se puede ser feliz aquí y sin irse a otro país.

– Si fueses mujer…

No lo quiero volver a ver. Te lo juro sobre mi póster de Christina. Ayyyyy, lo oooooodio. Recontra estúpido. Cretino de lo peor. Zampatortas. Mongolo de mierda. Ni cómo maldecirlo porque es guapo, guapo, guapo como Fersen, y yo quedé aquí hecha una María Antonieta con acné en mi frentaza, un maldito bozo que me viene a salir en diciembre y sin Lady Oscar que me defienda. Carajo, me quiero moriiiiir. Aquí no hay nada más que hacer. A Lima. Voy a comprar un par de pilas para mi Walkman y llegando allá me pinto el cabello como Ruth Infarinato, que la adoro como la vaca al toro.

«Dile a papá que me voy de la ciudad

Dile a los chicos que no volveré más»[12]

Nunca pensé que las avenidas interminables de Lima iban a aburrirme. Una cosa era venir de vacaciones y otra vivir aquí. Tungasuca, Carabayllo, aquí está mi nueva casa y menos mal nadie sabe. En verdad es mi casa porque mis abuelos tuvieron a bien ilusionarse con un terreno inmenso para construirse un caserón y dejar para siempre el laberinto de quincha que era su casa del Rímac. Una casota al estilo San Borja, esas que parecen un televisor porque seguramente los que viven adentro tienen espíritu de transistor, diría la China Tudela. Pucha. Vivo en Carabayllo, pero estudio en la Católica. Medio regia. Todavía falta para ser regia. En cuanto herede este bodoque de cemento lo vendo y me compro un depa fabuloso. Ojalá que cuando terminen de tumbar esas mansiones de la avenida Arequipa o de la Javier Prado o de la San Felipe me alcance para un loft. O un matadero. Los hombres no me interesan por ahora. Un polvo higienizante para no terminar loca por abstinencia de pichula. Ay, la herencia. El abuelo ya va por el segundo infarto. Mi abuela en cambio está mas sana que sus plantas de tomate. Si no está arreglando las macetas con un pucho en la boca, la encuentro tomando café en la cocina de la vecina. La vecina es la reina de las papas que llegan todos los días del Valle del Mantaro al mercado mayorista de La Parada. Toda ella, llena de anillos y pulseras de oro, pero a la vez campechana como nadie, siempre lista a cambiar el café de las tardes por una cerveza bien fría y poner sus LP de Flor Pucarina.

– Buena gente la serrana, pero ya me tiene fundida con los huaynos, confesó la abuela con su gracia limeña imbatible y siempre con su poquitito de desdén para todo lo andino.

«Como quisiera tomar chichita de tus flores

Y así podría beber el néctar del olvido

Ayrampito…»[13]

Oí por ahí que Leonor Chávez, Flor Pucarina, se bebía la vida y se bebía los hombres, una auténtica estrella. Apagada violentamente por el cáncer. Su entierro fue multitudinario. La otra Lima negada, la de los migrantes, no podía negarse más. Mujer pasión, así sería yo si hubiese nacido mujer… O tal vez lo seré.

Mauro caminaba temprano rumbo al paradero de bus mirando lo que quedaba de la Muralla del Señorío Colli o Muralla de Tungasuca; mil años antes de Cristo para ser ahora basurero humeante y letrina o el hogar final de un gato muerto, envenenado, tieso. Lima es así, levantándose, casi siempre mamarracha, sobre la civilización precolombina y sus edificios, templos, cementerios y canales de regadío. Lima es una vieja perica que esconde a su madre india, mintiendo su edad real al mostrar apenas sus balcones de perfume árabe y de caca de gallinazo.

Mejor apurar el paso, no vaya a salirme de la nada algún fumón o esos loquitos del techno y el eurodance que parecen ser el último escalón en la decadencia cultural peruana, oye. Rumbo a la PUCP desde Carabayllo límite con Comas: eso si es un trip para la gentita de Sociales o una instalación de arte en el esplendoroso Centro Cultural de la universidad. Todos los sueños se iban cumpliendo, aunque empezaba a notar que faltaba algo. Algo que el espejo no devolvía al contemplar su rostro húmedo después de la ducha, inconsciente de la fugacidad de la tersura. Ni pensar en eso a los 18 años. Había cosas más vitales en qué pensar, por ejemplo: la batalla diaria de combinar su escaso ropero para no parecer siempre igual o peor: pobre. No era Alicia Silverstone en Clueless. El único lujo era una botella de CK One comprada a punta de propinas en Plaza San Miguel. Mal que bien podía hacer una tímida pasarela por el Tontódromo del campus, ver rubios de verdad en la cafeta de Artes o tirarse en el pasto detrás de la Biblioteca con los compañeros de Estudios Generales Letras. Alguna ahí tenía apellido de avenida pintada en el costado de la combi y otro venía de Zárate con un Tank de Cartier. Mauro ponía mucho The Smashing Pumpkins en el Walkman porque no alcanzaba para el Discman en Hiraoka y trataba de seguir Historia y no Derecho, como exigía el abuelo.

Un día, esperando los resultados del examen final de Historia del Perú I, mientras el grupo iba de Estructuras andinas del poder a la disolución de Siouxsie and The Banshees (música de cabro nerd dijo uno por ahí), se le acercó alguien.

– ¿Diste bien tu examen?, preguntó a Mauro, un chico con ojeras leves y pálido hasta la anemia. Ya sabía quién era con su apellidazo y su teléfono Celular 2000. Súper gay, archigay, holocausto gay.

– Creo que sí. Va a ser mi carrera

– ¿En serio? Tenías pinta de ir a Derecho

– Nada que ver, no es mi rubro

– Ah, o sea, debes tener plata porque Historia es carrera de dinero y relaciones sociales

– Haré mi mejor esfuerzo, estamos en los noventa

– Jajaja. Oye, creo que te he visto en el Splash de Miraflores, nene

(Esta creo que me está haciendo punto, dios mío, encima de espesa y de deberle su dinero familiar a la cagada de las aves guaneras y la corrupción del leguiísmo, no se da cuenta que soy ultramusher ¿o de repente es de esas todoterrenos que en marihuanas te la empujan? Ay, qué miedo, ahorita la cago por airosa)

– Ah, ¿Miraflores yo? No, yo voy a los lunes de ambiente en el Retablo de Comas, por mi casa…

Santo remedio, la descendiente de 150 años de corrupción en el Perú corrió hasta la rotonda a destruirme con su grupito, y yo saqué un rico 18 en el examen. Jojolete.

Los viernes a la noche ya no eran sangrientos como en la antigua canción de Frágil, pero la Avenida Larco mantenía su poder de fascinación como pasarela consagratoria para las maricuelas de todo el país; recorrido romántico de lesbianas entrelazadas, espectaculares travestis o transexuales: era el fin de siglo y la libertad había llegado…al menos en las cuadras entre Schell, Berlín y Diagonal casi a cualquier hora. Miraflores está como Miami: loco, había dicho un tío suyo atrapado en los cada vez más obsoletos ochenta. Mauro lo creía. El Parque 7 de Junio, luego Central, y el contiguo parque Kennedy (en Lima todo tiene más de un nombre) se habían hecho uno solo en el imaginario de la ciudad: el parque Kennedy, La Meca, donde la leyenda urbana contaba que encontrabas hombres hermosos de camiseta remangada hasta los hombros, sentados sobre el respaldo de novísimas bancas de terrazo color salmón rosa, muy ad hoc, con relucientes zapatillas Troop sobre el asiento y la mítica cinta roja alrededor de la muñeca como símbolo de su oficio: flete. Si el chico hermoso estaba sentado correctamente en la banca y bajaba mucho los párpados era un cabro, un bollo, un brito, una loca, un buses.

Buses, palabra cabalística, risueña y misteriosa. Las viejas consejas del vals de Chabuca[14] ya no hablaban de la injusta distancia del amante, sino contaban la versión en la cual un chiquillo del Markham College, colegio de ricos, de apellido Buses, iba derramando lisura marica en uniforme por las avenidas miraflorinas a la salida de clases mientras, desde los autos con chofer que los recogían, sus compañeros le gritaban con toda la burla zigzagueante entre el deseo y el asco: ¡Buseeeees! Estas y otras coloridas historias se podían escuchar por esa época en un programita de radio, programa “de homosexuales”. Es decir, declarados, porque la mitad de la radio, la TV, el teatro y el exiguo cine nacional estaba sostenido por gente de ambiente. La cortina del programa era casi siempre A quién le importa de Alaska y Dinarama, lo cual a Mauro lo remitía a los ochenta que, hemos establecido, apestaban a viejo. A esa canción llamaban ‘el himno’. Incluía sección busco amistad con anuncios tipo moderno reservado o varonil con departamento y un lexicón donde se enteraba uno del vocablo teterita que atendía por el pico y abría la tapa detrás para llenarse de agua. Contracultura limeña finisecular. También estaba lo del sida, el condón y esos temas desagradables.

Curioseando entre los artesanos de ojos rojos y pantalones rasta, tan in en el momento, Mauro reparó en un grupo de chicos gay quebrándose en lo que rápidamente identificó como un concurso de supermodelos para Calvin Klein. Conchudas. Se ve que la pasan bien. Tony lo reconoció como un gay nuevo y le hizo un gesto amistoso, Mauro se acercó saludando con la practicada entonación alimeñada miraflorina súper lejos de Carabayllo, ag. Como estudiaba en la PUCP solo debía parecer más cool, tener cidis de Bjork y haber veraneado en San Bartolo.

La ‘lora’ del grupo estaba en acordar la hora de reunión al día siguiente para ir al Sargento Pimienta de Barranco y pasó a lo avanzada que estaba la construcción del ultramoderno Larcomar, centro comercial que llevaría al distrito al siglo XXI construido debajo del Parque Salazar, ícono de la época fetiche de los noventa: los sesenta. Y Lima adora añorar.

– Puchicana, creo que ya no seremos tan tercer mundo con el nuevo mall, ¿verdad?

– Para nada, estás loca, oye, han destrozado el parque que era lindote. Se va a llenar de gente…así, ya sabes. Y de combis. Mira Pardo que ya parece la avenida Abancay…

– ¡Chico migraña! ¡Chico migraña! Es el precio de la civilización y no jodas, ya te veré de cabeza metido ahí.

– Mi papapa Iñigo dice que Lima ya no será Lima nunca más y es por culpa de los provincianos invasores. Ay, perdón amigo ¿Cómo te llamas? Sorry, darling, de verdad, de verdad, fue sin querer. ¿Tú eres del norte verdaaaa?

Mauro, que había cometido la torpeza de contarles sobre su secundaria en provincias, replicó: “Estudié el cole en Chiclayo, pero Dios me perdonó”. Risa general. Choque de palmas. Casi bienvenida al grupo de las divinas. Mauro solo pensó: “Creían que me iba a arrochar. Asquerosas”.

Tony y Mauro habían conectado al instante como amigos o, mejor dicho, amigas. El mujerearse es toda una muestra de intimidad amical, como también un arma venenosa para disminuir a alguien que te caía mal. Formas de la misoginia que aprendes a identificar y evitar de algún modo. Mujerear en el vóley es todo un capítulo en la educación sentimental gay. En vano trató Tony de involucrar a Mauro en la emoción del juego. Detestaba el juego. Al menos hacía una excelente porra en las graderías o, mejor dicho, en el suelo alrededor del espacio de la cancha. Partido aparte el del intercambio de ingenios, pullas, burlas y revanchas en el público. Las eternas telenovelas en la arranchadera de maridos o relaciones tumultuosas entre participantes. Misias o pitucas, bagres o regias, todas revolcadas en el mismo bururú. Y qué divertido era. Y es.

Viernes de previas en el Splash; el grupo, la mancha, la gente bonita estaba algo desganada afuera de la Iglesia. Haciendo hora, como se le dice en Lima a matar el tiempo. Con esos desganos de la generación X que ni el Prozac ni la promesa de la juventud eterna mirando al cielo podían aplacar. Mauro no había terminado de acoplarse al grupo, sobre todo desde que empezó a, más que mujerear y ser la Elle Mcpherson que faltaba en el grupo, a hacerse demasiado cabro, y más que eso: una traca, una travesti, eso era too much, inexplicablemente. Ya no llegaba al parque y decían que empezaba a frecuentar las atmósferas del espectáculo trans de la capital mientras corrían las apuestas de quién la encontraría alguna madrugada en el puente Quiñones de la Vía Expresa o siendo correteada por algún carro del servicio de seguridad del distrito al grito famoso de: ¡Chicas: Serenaaazgoooo. Corraaaaaaan! Tony escuchaba entre divertido y angustiado las teorías de su amigo, para él los travestis y más las putracas eran gente digna de conmiseración, pero demasiado frívola. “No me veo sentado en la terraza del Haití con ellos”, pensaba.  

Tony estaba en plena vida universitaria en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas. La rutina le asentaba bien, pues alternaba clases en la mañana y en la noche, pasando horas intermedias en la biblioteca de su facultad y de otras también. Llegaba a su casa muy tarde, mayormente cansado por las clases, las lecturas, las interminables conversaciones con amigos, y de vez en cuando una que otra pequeña borrachera en los bares sobre la avenida Venezuela, en donde aprendió y disfrutó de los apetecibles secretos de algunos hombres ‘héteros’.

Uno de esos espacios, la famosa Ramadita, era el favorito, aunque luego lo fue El Acuario. Eran lugares bastantes sencillos, espacios techados de esteras y calaminas, y con mesas y sillas de madera típicos de bares precarios. Vendían mayormente cerveza, aunque también había trago corto, como ron con Coca-Cola. Una tarde de calorcito de abril, Tony fue con unas amigas de psicología y un amigo de sociales a la Ramadita, percatándose que en otra mesa estaba Daniel, un compañero de su facultad, pero de los últimos años. Tony sentía atracción hacía él. Era un muchacho blancón, de cabello crespo, de mediana edad; sus amigas consideraban que no tenía nada de atractivo, pero a Tony le movía el piso cada vez que lo veía. Tony lo observaba, estaba con otros muchachos, al parecer de su base. Hasta que decidió seguirlo al baño, por recomendación del amigo de antropología, “anda a pulsearlo a ver si atraca”, fue la recomendación de este.

– ¿Qué me miras tanto?

– Eres de Derecho, ¿no? Te he visto en la Facultad.

– Ah, o sea, me has estado chequeando… ¿Quieres ver esto?

Daniel se da la vuelta hacia Tony, dejando al aire su miembro para sorpresa de Tony.

– Chúpalo, anda… Es lo que quieres, ¿no?

Tony, se acerca, pero busca la mirada de Daniel, se planta en frente de él, mirándolo fijamente… Cuando Daniel, salta encima de Tony con un torpe y tosco beso

– Puta madre, no sé como besar; o sea, a un pata, no sé cómo hacerlo.

– Igual, solo que más rico…

Tony se encontraba en la dicha, estaba besando al chico que le atraía tanto de su facultad, eran besos torpes, pero no importaba, hasta que se decidió arrodillarse para satisfacer a su ‘chico’, hasta la entrada inesperada e inoportuna del amigo que cortó todo el momento. Daniel se acomodó el pantalón y salió del baño hacia su mesa, mencionando al sentarse, “ese huevón me la chupó bien rico en el baño…”, lo que no le importó en lo absoluto a Tony. “Encima era chipi, pero no importa, es lindo”, pensaba mientras se miraba de manera cómplice con Daniel, en medio de las risas de sus amigos.

Mauro se sentía feliz en el centro histórico. Un amor inexplicable a lo que tantos limeñitos temían y rechazaban. La gente que le rodeaba pensaba que se dedicaba a cazar fletes en la consabida Plaza San Martín, que lucía renovada y linda después de una remodelación emprendida por el nuevo alcalde. Alberto Andrade encarnó, en esos años, la proverbial añoranza por la arcadia colonial de una ciudad que, como dijo un compañero de la Facultad: “Parecía estar detenida esperando aún el regreso del Virrey La Serna”. Mauro, en realidad, paseaba la urbe que había leído en los libros cuando vivía en la provincia. Empezaba a ver más allá del Versalles diminuto que encontró Ventura García Calderón en las Tradiciones de Ricardo Palma o “el minuet de quincha que fue“, como apuntó Luis Freire en una crónica satírica de ese tiempo. Un centro histórico hermoso y original debajo de la Calcuta que los limeñitos no pudieron evitar por cojudos y que fue mas fácil de cargar esa culpa a los provincianos que no hacían otra que amar y desear su capital.

Para cuando un ebrio congresista con ínfulas de tribuno y cara de poto se trajo abajo a los magistrados del Tribunal Constitucional que habían votado contra la interpretación canalla de su propia Constitución para reelegir al Chino, la generación X, los chicos de la posguerra que solo querían Gianmarco y Jockey Plaza shopping center y los strippers del Chippendales a la hora del almuerzo en el programa de Gisela Valcárcel. “Y sube a mi nube, Nubeluz. Su, su, sube”. “El Perú no puede parar, Reelección 1995”. “Cachete brother”.  

La juventud apolítica salió de su sopor. La mayoría de la gentita de Católica porque habían chocado con sus profesores y, además, para salir a ver un país que los grandes medios aconchabados con el régimen prometían iba a ser un tigre asiático con pinceladas de Coral Gables en la cada vez más privatizada Costa Verde, y la gentita de San Marcos, por la revancha contra un régimen que tomó la ciudad universitaria  y aniquiló la discusión política envilecida por el dogma de izquierda y la mutación monstruosa de Sendero: quisieron reemplazarlos por el dogma neoliberal, el fujimorismo y el pasto recortadito en los jardines del campus. Y por último para hacer chongo porque ya tocaba. Mauro se sintió obligado a ir por un no se qué interno, como queriendo desquitar su plena necesidad de la transición de su cuerpo. Sintió el empuje de la marcha dentro del campus: tambores, silbatos, cornetas futboleras, palmadas, algunos gritos aun en tono chica-de-la-PUCP-con-Gran-Canciller. Estaba de rojo terruco sin proponérselo y se ofreció a repartir hojas impresas con arengas y consignas ingeniosas.

Cuando salieron hacia la Avenida Universitaria, toda la comitiva ya rugía: “¡Y va a caer, y va a caer: la dictadura va a caer!”. El momento emocionante se dio cuando en el cruce con la Avenida Venezuela esperaba la gente de San Marcos, y al unirse la privada y la pública a una sola voz rompieron el silencio de una generación con una cuenta pendiente: “Escucha Fujimori: ¡Cantuta no se olvida!”. Tony apareció de pronto abrazando a Mauro y la discusión, que los había llevado a distanciarse un tiempito, quedó atrás esa tarde del 4 junio de 1997. La policía escoltaba en la retaguardia de la columna y la multitud desafiaba: “¡O-le-le, o-la-la, nos vamos a Palacio, qué chucha va a pasar!”.

Lo que chucha pasó fue que las encajonaron por huevonas en el pasaje José Olaya, frente a la Plaza de Armas, a metros del Palacio, y los tombos las agarraron a palazos. Entre la nube de gas lacrimógeno, los gritos y la estampida de gente, Tony terminó gateando buscando sus zapatos, Mauro lloraba abrazado a la estatua del mártir Olaya y por poco acaba como él. Lo bueno fue que Hildebrandt sacó en la noche las imágenes de la golpiza en su programa de TV con fondo de ‘Me gustan los estudiantes’, cantado por Mercedes Sosa.  Quedó pre-cio-so.

La concentración terminó frente al Congreso tratando de escuchar las voces serenas de ilustres opositores al régimen como los congresistas Lourdes Flores Nano, José Barba o Ántero Flores-Araoz, verdaderas figuras que hacían confiar a esos jóvenes en la política. Esta tenía gente decente, coherente, consecuente y jamás dispuesta a venderse por un sobre de dólares o un fajín ministerial. A los pies del monumento al Libertador sobre los escalones de mármol, Tony y Mauro enjuagaban con agua San Antonio sus ojos irritados por el gas y trataban de no morir de risa ante los pies de Tony cubiertos con dos bolsas del supermercado Santa Isabel.

Lima noventosa. Al final de la calle siempre una Ciudad de M. Lima de Matacabros, faltaba más. Rara como su neblina en los malecones de edificios lindos exclusivísimos y antisísmicos a comprobar en el gran terremoto que siempre está por llegar y llegará, la neblina tiene otro glamour en las lomas invadidas por las chozas de nuestro fracaso nacional, en los cerros donde la tuberculosis, la anemia y el VIH compiten con el asma el mal ancestral limeño.

Susy Díaz en el Congreso ya no pinta el número 13 en la nalga como en su gloriosa campaña electoral. En la Feria del Hogar “te llama la llama”. Rara también es Lima limón en sus anuncios de gas neón que nunca llegaron a ser neoyorquinos o hongkoneses en la avenida de La Marina y la de La Aviación. En el monumento a la corrupción como son los pilares del tren eléctrico. “Creo que lo terminarán si vuelve a salir Alan García de presidente. Y volvería a robar”. Todos queremos ir al sur de la ciudad y llenarnos la nariz de coca, ¡la mejor del mundo conchesumareeee! Y la lengua de éxtasis y para bajarla: masticar una fruna de frambuesa repitiendo el jingle de su publicidad: “fruna catoinga toinga toinga”.

Y Mauro solo quiere soñar y quizás quedar maravillosa como Deborah Berninzon, su modelo peruana preferida. Para 1999 había dejado la Universidad en espera a tres ciclos de acabar su irregular curso. Plena en hormonas y con una vida social intensa, coqueteando con el puterío de alto vuelo. Los días eran andróginos en el campus y las noches era Deborah, morocha de labial nude de Revlon que podías abordar en la barra de La Noche de Barranco, mientras Los Zopilotes bramaban “Mi tabla surfing”, o podías verla hecha un hembrón en el Noctambul, jugando con el marrasquino de su Cosmopolitan justo el día que llegó Santiago Magill y en su honor pusieron más de una vez El amor después del amor de Fito Páez, mientras a él le llegaba al pincho ser el gay de la película más gay del primer best seller gay del Perú. Deborah no podía atender en Las Suites de Barranco a los figurones de la política y la economía para grabarlos y chantajearlos como era vox populi en la ciudad de los reyes… del rumor, pero se paseaba con sus amigas de la Facultad de Arte por la galería de Lucía de la Puente o los talleres de artistas, donde se levantaba señores de gustos sofisticados por las hembras de erecciones férreas y castigadoras. Si no iba a por un capchi novoandino a La Gloria era una noche misia. Decantó por la bulimia en honor a Lady Di cuando murió y se hizo habitual en el ambiente de la moda de la revista Manikí de El Comercio. Cercana al staff de programas de TV como Paparazzi o a la productora Iguana. La Magaly Medina, reina del gossip televisivo, le parecía muy niupe, o sea, New Perú, categoría establecida por su aun adorada doctora Lorena Tudela Loveday, para designar a la clase emergente que había empezado a copar todos los ámbitos públicos durante el fujimorato. Sin reconocerse en ello. Se movía en el poco glamour que podía ofrecerle la capital de un paisito. Such is life in the tropics.

En cuanto al ambiente de la gentita, o la gentita de ambiente, las cosas podían tener mucha imitación de la vida del primer mundo, pero poco de validarse como gay fuera de las burbujas de las artes o el espectáculo. Gente bien o advenedizos que podían irse a un Gay Parade a Sao Paulo o al DF. ¿Marcha del Orgullo en Lima? Era para las tías comunistas del MHOL[15], innecesario pavoneo. El Perú no está preparado. Activismo, puaj, huevadas de lorchos y pacharacos, olvídate, hombre. Todas agradecidas a los logros de la pax fujimorista y ya entonces negacionistas de la dictadura y apologistas del Chino. Como dijo el entonces ya vejancón estrellita pop y adicto al sexo trans: “Los cadáveres fueron el precio de la paz, pe’”. Todo un símbolo de su tiempo.

Deborah conoció a Yma en la discoteca Cerebro del Jirón de la Unión al poco tiempo de regresar a Lima, luego de terminar el colegio en provincias. Aún era Maurito. Había entrado a ese local más con ánimo de conocer dónde había funcionado el mítico Palais Concert. Iba en andrógina con overall, un kufi y miles de pulseras tejidas. En lugar de sentir el ectoplasma de Valdelomar, fue jalado de inmediato por unas chicas algo ebrias que poco tenían de las damas vienesas de la bella época limeña (violinistas que tocaban, ahí mismo, el vals de las flores de la Tchaikovsky), en cambio, se vio en medio de una ronda casi de aquelarre que coreaba dando vueltas entre la cortadora de luces infernales: “la cabra, la cabra, la puta de la cabra, la madre que la parió, yo tenía una cabra que se llamaba Asunción”[16]. Aterrada vio a un señor medio gótico con aire de Klaus Nomi señalándole la salida. Ya afuera se presentaron, aclararon que no estaban haciendo punto y se hicieron amigas de inmediato. Terminaron esa jornada en el clásico café Dominó de las ex Galerías Boza, otro símbolo de una ciudad que se va cada cinco años y adora ir en busca del tiempo perdido que ni la Proust con media docena de magdalenas mojadas en pisco.

– Qué espanto de lugar.

– Me hubiese quedado, pero creo terminaba yo estampada contra el suelo de baldosas divinas.

– Usted cree…

– Tutéame querida.

– Yma, ¿crees que algunas travestis habrían entrado en los tiempos del Palais Concert?

– Ve tú a saber que eres la historiadora. No lo dudo, somos una pequeña y extinguida raza con ojeras, como en la canción de Piazzolla.

– Yo solo quería ver las yeserías art nouveau, pucha. Y tú que hacías ahí.

– Buscando pinga pues, cojuda.

Deborah había encontrado a su madre.

Yma resultó viviendo en una quinta en Breña. Un hermoso conjunto salpicado de enredaderas y buganvilias sobre sus muros de lejano eco british y el patio central dominado por preciosa fuente Val D’Osne. En los años 20 se creó esa zona de la ciudad como Garden City, un nombre arrosquetadamente encantador que setenta años después seguía teniendo ñorbos en las macetas, no obstante se sudaba frío para llegar a esas calles picantes de choros, cafichos, putitas, pasteleros y los dealers. Faites en las esquinas con la patita apoyada contra la pared, MP3 y la mano en la bragueta. La casa de la madre, a pesar de ser antigua, estaba puesta al estilo minimal en boga, no tanto por emular Casacor, como por ir rematando el mobiliario provenzal original en un anticuario de Surquillo. Yma solía servir té instantáneo americano y unas galletas ecuatorianas deliciosas (la segunda cosa deliciosa del Ecuador aparte del presidente Mahuad, que yo le habría entregado 20 km de Tiwinza si me hacía el amor, confesaba Yma).

– Estas galletitas me las compro en Polvos azules del regio contrabando y ahora que el gordo Andrade sacó a los ambulantes me fundió el lonche, Maura

– Me gusta más Deborah

– Te va Maura, por Carmen Maura, tienes un aire. Y sanseacabó. No te acabes mis galletas que estás gorda

La tarde de abril del 97 cuando un comando oficial rescató de manos del MRTA a los rehenes de la residencia del embajador del Japón, noticia mundial desde el Perú con harta bala y explosiones para no defraudar a la audiencia de CNN, vieron en la casa la transmisión en vivo. Fujimori se colgaba de la puerta del bus donde transportaban a los liberados agitando una bandera nacional y gritando: “¡El Perú es libre!”, con su dejo nipón medio nasal. Mauro Deborah Maura, en dieta Atkins, exclamó:

– ¿Y este que se cree? ¿San Martín?

– Un poco simplón como todos los presidentes, ni te asombres, monada

– Me enferma…

– Mira, a mí la política hace tiempo me importa un corno, que la vida es muy corta para amargarme por el mayordomo de turno en Palacio

– Yo tampoco me desvivo por lo político, pero ese sujeto, pucha, recontra ag

– Y qué esperar de un hombre que usaba medias blancas con terno sin ser Michael Jackson

– ¿En serio?

– Claaaaaro, pensar que nos perdimos a Vargas Llosa, un señor al que solo le falta el Nobel y aquí lo tratan de traidor a la Patria. Siempre al lado de la libertad y enemigo de dictadores y fascistas, además de guapetón

– Je, je

– En cambio el otro ¡ayayay! Mira cómo trató a la esposa que hasta la electrocutó cuando le tiró dedo a las cuñadas y sus maridos rateros de ropa para los pobres, hijas de la gramputa, ahora imagina qué no nos haría a nosotras. Pobre china

– Japonesa

– Ay, da lo mismo. Primero tener que soportar la lengua limeña que se horrorizó de tener de primera dama a una china cara de plato en lugar de Patricia Llosa de Vargas Llosa…. Buses.

– Eres terrible, madre.

– La Higuchi se traumó tanto que se hizo una discretísima occidentalización de párpados al igual que su hija la tal Keiko Sofía, que no sé por qué no me da buena espina esa chanchita pedona, porque ahí donde la ves me he enterado que es viciosa de casinos, sobre todo del Sheraton, y hace casting entre los muchachones de su seguridad… Y el chico lacra ese del Kenji insoportable, tengo un amiguito cariñoso que trabaja hace años en Palacio y me cuenta que el mocoso llevaba serpientes y tarántulas a los jardines y salones de la residencia y se los arrojaba al personal… El colmo de los colmos fue cuando les disparaba balines y dardos con una pistolita de mierda. A un mayordomo casi le vuela la oreja y este no se aguantó y le dio su cocacho bien dado, bien hecho, qué tal lisura, oye, y te juro que ese chiquito es bien cabrito. Ojo de loca no se equivoca.

Petit histoire

– Exacto

– Y el asesor ese. Señor Cristo Moreno. Yo lo veo medio rosquetón. Por algo ya me enteré también que se hace traer un masajista argentino que parece actor porno gay para que le quite el stress

– Vladimiro Montachinos

– Cállate hija, que ahorita terminamos como la pollada de Barrios Altos. Aunque no sería raro un merecumbé así en la Casa de Pizarro. Otro día arranco con Alan Babá y su corte de Scherezadas, empezando por la Mantillla, la que te acribilla.

– Al final todo nos lleva a la mariconada.

– Ahí quería llegar, por eso me caes bien, por estar atenta. No creas que esta historia empieza contigo y tus tetitas de hormoneada. No, no, no. Por ejemplo, en los locos setenta una salía solo de madrugada y llevando dinero extra para que los guardias, solo por ser marica, no te refundieran calata en la comisaría de Alfonso Ugarte y a quejarte a la Corte Internacional de la conchetumadre. Al menos tú vivirás un país mejor y pronto te cases y todo. Mira la televisión, está la Chola Chabuca, travesti en horario estelar sin ser humillada y un éxito rotundo. La cagó el ex saliendo con el asunto de la pandemia en este país de huevas tristes; para suerte de la Chola generaba millones y el amor de su público, pero al encarar el problema en vivo tuvo que decir que no hacía apología a la homosexualidad. Putamadre. Ni modo; la carne sale con hueso, chinito chicharronero.

– Es una estrella.

– Por supuesto, tan estrella como es la Coco, divina la Marusix, que ha tenido un segmento de entrevistas en Risas y Salsa también sin permitir ser humillada ni burlada. En ese show donde he escuchado chistes a cual mas estúpido de maricones y el gordo Cassaretto salía a hacer de La Pirula con el gritito del Siiiiiii, que tantas trompeaderas me ha ocasionado cuando me lo han repetido por la calle. Coco y también está Naamim Timoyko. Juntas son nuestra versión de Susana Giménez y Moria Casán. Y según sé: se a-do-ran. Jo, jo.

– A mí me encantaron en La jaula de las locas

– ¿Sabes que yo trabajé en Panamericana televisión en sus años dorados cuando Cachirulo era el rey de los niños y nadie sabía que era homo?

– Cierra la boca y pásame ese cenicero si tuvieses la gentileza, ya que me ves con mi cigarrillo.

Maura había aprendido en esos años de amistad a escuchar con atención a Yma en sus desfogues salpicados de anécdotas y ñiscas de surrealismo. Era un espíritu afín. También ella recopilaba diarios, revistas y grababa en VHS todo lo referido a lo gay. El caso del estafador Carlos Manrique y su estafa piramidal en la financiera CLAE, de donde salían los lujitos para consentir a sus jóvenes protegidos. No perdió detalle del desfile de celebridades, como el fascinante estilista Choco, en el caso de Vaticano, el mayor narcotraficante del país cuyas redes se extendían hasta los asépticos anteojos de Alberto Fujimori. Vladimiro Montesinos, el oscuro asesor, se complacía especialmente en destacar la presencia de gays en sus cortinas de humo mediáticas. O usando al humorista homosexual culposo para imitar a los opositores como… homosexuales. Terminando ese 1999 un confuso caso de intervención de macetas de cannabis en la residencia del millonario y escultor Felipe Lettersten derivó en cacería de sus bellos amigos, para lo que se prestó la siempre infame reina del gossip show dejando un reportaje repugnantemente homófobo al respecto. Y de aquello no escapaba ni el valiente periodista, némesis del régimen, César Hildebrandt, cuando sentaba en su set al doctor Flores, psiquiatra que sentía cómo le crecía más el penecito cada que impulsaba las terapias de reconversión. A muchas personitas jóvenes inocentes cortaron las alas hasta el cementerio. Maldito seas. Y también grabó, por supuesto, la manifestación del Orgullo en la Plaza Francia. ¡Que tal lisura, oiga, usted, dijo su abuela. Mira los helicópteros. Ahorita les cae el rochabús y los baña por escandalosos. Y ese Ugarteche, ya está mayor para esos trotes. Ugarteches, ¿no? Será familia del Marianito Prado, ¡qué familia!, menos mal desde mis abuelos en nuestra familia nunca de los nuncas… Se quedó en silencio cuando la cámara me ponchó con mis amigas. Abuela no volvió a besarme en la frente cuando llegaba de clases. Luego se murió. Solo falta el tercer infarto del abuelo y adiós casa fea y adiós Carabayllo. Se sintió más María de Fátima de la telenovela ‘Vale Todo’ que nunca.

Algunas veces, madre e hija, iban a dar una vuelta al Parque de la Reserva, parque inmenso, bello como peligroso. Inaugurado con ínfulas neoyorquinas y londinenses por el mejor ‘alcalde de Lima’ del siglo XX: el presidente Augusto Leguía. En ese momento solo era aconsejable ir al mediodía, hora de estudiantes y oficinistas en vaivén. Fumadero, burdel, escondite de ladrones, camerino de mujeres trans y artistas callejeros, perros buscando agua en sus fuentes secas. Eso era el Hyde Park criollo de los años 30. Lugar donde las reservas civiles de Lima acantonaron para resistir en vano la ocupación chilena en la Guerra del Pacífico.

Perú 2000. No solo era una fecha, era también el nombre del artilugio político con el cual Fujimori, creyéndose más grande que la historia del Perú, decidió llevar adelante un tercer mandato consecutivo. Lima había pasado el cambio de siglo sin pena ni gloria. Ciudad en pindingas donde corrían las bolas políticas más por su eterna veletería que por alguna convicción profunda. La ciudad se debatía entre su enésimo revival de balcones y zaguanes y el achoramiento de colores fosforescentes y tecnocumbia. Chino, chino, chino, chino, chino decía el hit del momento. Era inútil. La suerte se había acabado. Lima disforzada a veces la tres veces coronada villa o la capital de la cultura combi. Las locas disfrutaban la libertad del gueto; las discotecas de ambiente rara vez eran intervenidas por la policía, salubridad de los municipios o defensa civil, salvo para pedir una colaboración a cambio de seguir operando en modo de cuchitril como hacían con cualquier sitio straight. Oswaldo Reynoso podía seguir sentado en una mesa del Queirolo como la Reina Madre sin pizca de mariconada que era, con la sutil luz de su corona: su melena gris. Las elecciones presidenciales fueron un fraude, mientras el régimen parecía controlarlo todo y estar en la cumbre. Tony cada vez más comprometido con las luchas de liberación homosexual empezaba a pensarse como GLBT, las siglas que se usaban con mayor insistencia en conversatorios, fórums, la lucha contra el Sida, organizaciones no gubernamentales. El MHOL había dejado de ser un cuco y canalizaba sus inquietudes. Sentía que el matrimonio no era la única demanda ante el Estado, sino otro tipo de protección legal.

– Qué pesada la Tony, pensó Maura abrochándose el brassier y echando su cabello rubio de chunkys fresa a un lado. Quiere estar en la Marcha con esa gente aburrida de la CGTP, del SUTEP, sarta de viernes que me van a mirar como extraterrestre de los X-files. La Rojita piensa que estamos en la tierra del nunca jamás. Porca miseria, será lo último que haga por este país de mierda.

El abuelo finalmente había sucumbido a los infartos. Papá y mamá repudiaron a Maura y del reparto de la casota fea de Tungasuca en Carabayllo solo le tocó unos miles para que desaparezca de sus vidas. Le sirvieron para una rinoplastia, feminización de frente, colágeno en los labios, un culo de campeonato y un clutch de Gucci que encontró en Las Malvinas. Se mudó a un depa compartido en Lince y aceleró clases de italiano. La Universidad se le quedó en el camino. Ahí sería llamado con el dead name.  La familia la exilió. Para todo efecto seguía siendo una modelito, aunque la cena fuera una porción de chonchoĺí del puesto del maricon dicharachero que vende en un paradero de la Alfonso Ugarte. “Mujer noche, te volveré a buscar, entre sueños te convertí en amanecer”.[17]

La Marcha se había convocado por tres días. La noche del 26, decenas de miles de ciudadanos desfilaron por las calles en una mezcla de jolgorio y temor por la reacción de la gente del SIN de Montesinos y la cólera fría que todos suponían invadía a Alberto Fujimori. Después de un rato cerca al hotel Sheraton, Maura convenció a Tony de ir por unas copas al Kenyu o al Imperio, porque con terremoto, golpe de Estado, dictadura o democracia, “las maricas en Lima siempre chuparemos”. La juerga continuó hasta altas horas con unos chicos juliaqueños que habían llegado a Lima a traerse abajo la dictadura y a Tony, quien aprendió a bailar morenada como la que más.

El 27, la vorágine de los hombres, la democracia, los tambores, las banderas, las latas de cerveza, un troncho furtivo y las multitudes frente al imponente Palacio de Justicia volvieron la jornada deliciosa; se mezclaron ritmos musicales y dejos de todo el país. San Isidro y El Agustino. Saltaban frases en quechua, aymara y shipibo-konibo y, “vamos pueblo, carajo, el pueblo no se rinde carajo”. El sueño de Arguedas. Y la marica y la mujer transgénero con su sola presencia incendiaria.

En la marcha, Tony trataba de identificar alguna otra persona como de su gremio TLGBI. Tenía la idea que sería un acontecimiento genial ver a los grupos de homosexuales marchar, juntamente con los gremios tradicionales o la propia CGTP, ¿por qué no? Pero al parecer no había ninguno, al menos organizaciones que se pudieran identificar en ese mar de gente. Tony no podía vislumbrar ninguna pancarta alusiva a algún colectivo LGTB. “Aquí están, estas son las que siempre lucharán”.

Proclamas y discursos en el estrado principal iban y venían. De pronto, el sonido de pututos, que parecían salir desde el fondo de las huacas limeñas y bajando desde los Andes, acompañaron la presencia de una niña vestida de Patria, coronada de laureles como en la iconografía grecolatina. Las estirpes de donde provenía el Perú juntas al fin. La Patria tomó juramento a la multitud: “¿Juráis peruanos… Luchar hasta que la dictadura que asola nuestra tierra sea derribada?” “¡Sí, juro!”, rugió el Perú reunido en Lima.

¡Si así lo hicierais, que vuestra conciencia os premie, y si no, que ella arda en vuestras almas!

Esa noche, vísperas del 28 de Julio, día nacional, Maura y Tony se dieron abasto para repartir amor a todas las sangres, aunque Tony recordaba que su deber era estar atento a alguna detención arbitraria. Ya sobre las once de la mañana del 28, salió a buscar a sus compañeros de célula, y Maura quedó en verlo detrás del Banco de la Nación de la Colmena, en el Jirón Apurímac, callejuela discreta donde quedaba el cuarto de La Paico, experta en llevar chicas a Europa. Sobre el mediodía, Tony estuvo cerca a Toledo entre nubes de gas lacrimógeno. Algo en lo huidizo de su mirada le hizo desencantarse un poco del Pachacútec reencarnado. En medio del pandemonio, se corrió la voz que se incendiaba el Banco de la Nación, marchó por Abancay, se incendiaba también el ex Ministerio de Educación, ícono del centro; el Parque Universitario lleno de contusos y gente que huía del gas y las balas. La zona del Banco de la Nación estaba acordonada, llena de policías, mientras los bomberos luchaban con el fuego. Ha sido una bomba adentro, dijo un bombero. Un rato después el edificio cayó. El dictador juraba en el Palacio Legislativo sin poder ocultar sus nervios. A sangre y fuego. Maura había desaparecido. La esquina de las avenidas Lampa y Colmena quedó marcada para siempre.

Milán era, a ojos de Tony, el lugar mas maravilloso del mundo. Moría el verano europeo en septiembre y la dolce vita vista por un inmigrante estudiante de posgrado fluía en el corazón de la plaza del Duomo. La cita con las nuevas amigas era para almorzar en un sitio molto bello de la galería Vittorio Emanuele, más por veletería limeña de estudiante becado capaz de gastarse la plata de la semana en un lugar tan caro. Cecybell y La Diabla llegaron puestísimas. Peruvianas en Italia. Italia. Ya el Perú había quedado atrás para ellas y un poco para Tony. Antonello para Cecy, la más simpática del grupo. La dictadura había caído en un charco de su propia pus. Paniagua asumió la transición y Toledo ganó las elecciones. Pachacútec acababa de inaugurar una nueva era en el país. Un nuevo siglo. Ya ocurrió todo lo que debió ocurrir para que no se repita jamás. El fin de la historia. Se quema la boca dándole un sorbo a su expreso. No se acostumbra a beber el café tan fuerte ni tan caliente.

– Mona, tú dirás misa si quieres, pero el Chino nos dio la paz y arregló la economía… ¿capito?

Ma che cosa dice, a ti seguro te dio tu kilo de arroz del Pronaa, mientras se chichirichió el país completo.

– Ja, ja, a mí ni hombres ni dinero me han faltado nunca, no sé otritas, así que empújate nomás tu antipasto, negrita tamalera

– Qué atrevimiento el tuyo oye, blanca poto sucio

Y así parecieron inaugurar un nuevo ciclo de discusión política peruana muy lejos de la Patria ingrata. En eso Tony vio pasar por la galería a una chica enfundada en Versace, sobre stillettos y gafas oscuras. La melena corta aleonada. El vanité dorado también de Versace reflejaban aquello que dijo Gianni: “visto a la prostituta”.

Ese perfil y esa lisura le recordaron a alguien. La vio alejarse. Se extendía la sobremesa en Milán ese 2001, mientras bromeaban con la cuenta. La chica en Versace volvió a pasar del brazo de un ragazzo rumano.

– ¡Maura!, gritó Tony.

Boca quiusa, bambino, escucha la radio: hay una noticia de último minuto. “Algo ha pasado en Nueva York”, dijo Cecybell.


[1] Término conocido en el ambiente para refierirse a un miembro grande.

[2] Un punto es un amigo o conocido con el cual se liga para sexo o salir, puede o no involucrar un vínculo emocional.

[3] Flete es el término conocido en el ambiente para referirse a un trabajador sexual, y fletear al hecho de hacerlo. 

[4] Extracto de la canción Dónde están, interpretado por el grupo mexicano Sentidos Opuestos y lanzada en 1997.

[5] Término conocido en el ambiente para referirse a un miembro pequeño.

[6] Como se conocía al VIH entre el ambiente gay.

[7] Palabra para designar a las mujeres.

[8] Extracto de la canción Supermodel, interpretada por RuPaul y lanzada en 1993.

[9] Extracto de la cancion I will survive interpretado por Gloria Gaynor y lanzada en 1978.

[10] Extracto de la canción Mil pedazos de Christina y los Subterráneos y lanzada en 1992.

[11] Expresión popular antigua en el norte del Perú que significa producir confusión en el pensamiento ajeno. El checo es la calabaza seca utilizada como instrumento musical del folklore afroperuano. Por asociación se nombra checo a la cabeza.

[12] Extracto de la canción Voy en un coche de Christina y los Subterráneos y lanzada en 1992.

[13] Extracto del huayno Ayrampito interpretado por Flor Pucarina y lanzado en 1965.

[14] Se refiere al vals Puente de los suspiros, interpretado por Chabuca Granda y lanzado en 1960, y en el texto se referiría a las historias, cuentos, cuchos en el léxico del ambiente de Lima.

[15] Movimiento Homosexual de Lima, organización LGTBI más antigua de América Latina en actividad.

[16] Extracto de la canción La Kabra, interpretada por The Farmlopez y lanzada en 1993.

[17] Extracto de la canción Mujer noche, interpretado por Mar de Copas, lanzada en 1993.