Luego de haber sido detenida por la Policía al encontrársela vestida de estudiante en un colegio de Huancayo, y casi a punto de ser linchada por madres que creían que ella estaba ahí para abusar de sus hijas, la mujer trans Thalía Solís Calero (42) fue liberada.

El Ministerio Público ordenó su libertad el sábado 22 de abril, a pesar de los pedidos de padres y madres de familia, e incluso de la opinión pública, que consideraban que Thalía podía ser un peligro para las infancias del lugar en donde se desenvuelve, pues al revisar su hogar, sus artículos personales y su celular no encontraron ninguna prueba de la comisión de algún delito, más allá de entrar a los colegios para tomarse fotos dentro.

La Policía esclareció que Thalía, al ser descubierta por las alumnas tomándose fotos, quienes dieron aviso a las autoridades, se escondió en los baños. Es decir, nunca estuvo en los baños acechando a ninguna escolar, fue por el miedo a ser detenida que la mujer se escondió ahí.

La noticia de este caso ha despertado altos niveles de transfobia en una sociedad que busca estigmatizar a todas las mujeres trans y, en general, a toda la diversidad sexual y de género, con el fin de que no consigan derechos, al colocarlos en el espacio de lo monstruoso.

Recordemos que ninguna orientación sexual ni identidad de género te hace más o menos criminal. También tengamos en cuenta de que la mayoría de agresiones sexuales que sufren las niñas provienen de familiares heterosexuales.

La violencia familiar e institucional que viven las mujeres trans hace que muchas tengan poco acceso a educación, justicia, vivienda y salud mental. El caso de Thalía podría ser un buen pretexto para hablar de las condiciones de indefensión en la que viven las mujeres trans y de cómo la violencia es ejercida principalmente por hombres heterosexuales que viven o comparten con las víctimas y abusan de su poder.