Mano Alzada
Opinión

Colombia en el espejo peruano

Vaya que asistimos a un dejavú. El túnel del tiempo nos lleva a 2011, cuando Keiko Fujimori y Ollanta Humala pasaron al balotaje. Dos modelos distintos, dos visiones de Estado y su relación con el gran capital, dos relatos opuestos. Enfrentamientos por redes, insultos, radicalizaciones, posteriores aggiornamentos. Hojas de ruta, pactos y compromisos. Y una victoria bastante ajustada del nacionalista. Veo chispazos y no dejo de compararlos con lo que hoy está viviendo Colombia.

La vecina de la caótica Venezuela vivirá el 17 de junio una segunda vuelta sin precedentes, y no es una frase trillada. Por primera vez un candidato progresista, Gustavo Petro, tiene la opción de ser presidente. Aunque el que encabezó la elección de ayer 27 de mayo, Iván Duque, le lleva casi quince puntos de ventaja. Pero el izquierdista Petro asegura que su rival, apadrinado por Álvaro Uribe y el Centro Democrático (que no le hace honor a su nombre), ya alcanzó su techo.

¿Podrá remontar Petro con la ayuda de los votos del que quedó tercero, Sergio Fajardo, quien es una versión bastante descafeinada, hipster y algo gomela (lo que en el Perú llamaríamos “caviar”) del progresismo? Por lo pronto, ya tiene asegurados los votos del que quedó lejanamente quinto, quien es Humberto de la Calle, el ex negociador de la paz con las FARC. No obstante, Duque ya hizo su primera movida, convenciendo al que quedó cuarto, Germán Vargas Lleras (exvicepresidente de Santos), para que tome en cuenta su programa.

Vargas Lleras fue la gran decepción de la contienda de ayer: hubo una encuestadora cuestionada, llamada Cifras y Conceptos, que lo ponía en segunda vuelta bajo el método de predicciones, que se basaba en la supuesta “maquinaria” que aplicaban los grandes partidos, Conservador y Liberal, y luego aplicada por el uribismo y el santismo, que consiste en comprar votos o llevar grandes cantidades de gente para que voten en una sola dirección. La maquinaria prefirió a Duque, la joven promesa del expresidente, a quien popularmente sus adversarios llaman el “doctor motosierra”

¿Y por qué el apelativo? Por los falsos positivos, es decir, el método de “seguridad democrática” de Uribe entre 2002 y 2010 consistía en premiar a los campesinos y terratenientes que capturaran o dieran de baja a cierta cantidad de guerrilleros en cada cierto tiempo. Digamos, cinco guerrilleros por semana. Y en los pueblos más alejados predominó el que los terratenientes castiguen a gente que cometió delitos menores, como un robo o meterse con el ganado, o simplemente parecer guerrillero, para ejecutarlos con varios métodos, entre ellos el mentado artefacto eléctrico ya mencionado. No se diferencia mucho de los hornos del Pentagonito o de la Casa Rosada de Huanta, ¿verdad?

El paramilitarismo siempre existió en Colombia, no nació con Uribe. Pero en su régimen este se volvió parte del establecimiento, del propio Ejecutivo, muchos legisladores de Primero Colombia (y luego del Partido de la U, ambos movimientos uribistas) eran paramilitares. Ahí nace el término “parapolítica”. Y luego vendrían las “chuzadas” (lo que los peruanos llamamos “chuponeo”), las amenazas contra periodistas, las intentonas re-reeleccionistas, las intervenciones en el sistema judicial, la mermelada en la prensa. En fin, no nos distinguimos mucho de Colombia. Y aunque Vargas Llosa se esfuerce en negarlo, el uribismo es el primo hermano negado del fujimorismo.

Petro tiene algunos yerros: el no haber administrado de manera adecuada el recojo de basuras en su época de alcalde de Bogotá (aunque el alega que quería quitarle poder a las concesiones privadas), el compararse continuamente con Jorge Eliecer Gaitan (el héroe del Bogotazo) y Luis Carlos Galán (asesinado por Pablo Escobar), aunque muchos lo ven como Rojas Pinilla. Pero el pensamiento uribista básico lo vincula con lo que ellos llaman el “castrochavismo”. Los petristas, y algunos santistas les respondieron con humor en los últimos años, diciendo que el castrochavismo no es más que una combinación de Verónica Castro y el Chavo del Ocho.

A la izquierda colombiana le sobra ingenio, pero también sobran prejuicios sobre ella. Muchos fajardistas, me atrevería decir que un 5 o 10% de los que votaron por Sergio Fajardo, dudan de Petro, o simplemente lo repudian y preferirían no ir a votar o marcar la opción en blanco. A ellos, y a los abstencionistas, Petro debe dirigirse para obtener la victoria. El ambiente tiene el ingrediente polarizador e ideológico de un Keiko-Humala, pero me atrevería a decir que el resultado estadístico va a acabar como el Keiko-Kuczynski: por una nariz, por un pelito. Por un punto o menos de diferencia. Derribar los miedos sobre la paz o el modelo económico serán los retos de ambos candidatos. Que la paz armada no se desate en una guerra virtual, y que la Pulla de la gran Maria Paulina Baena (versión colombiana de Victor Caballero y su Diario de Curwen) sea de gran utilidad para resolver este dilema en los jóvenes. Suerte, vecinos del norte.

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