Mano Alzada
Especial, Feminismos, Maritza Ortiz Arica, Opinión

El machismo de la bata blanca

Rosa Canales y Danitza Paria le han puesto rostro y voz a un secreto que recorre desde siempre los pasillos de hospitales, centros de salud y aulas universitarias: el acoso sexual. Los hombres jamás nos perdonarán que hayamos decidido dejar de secarles el sudor para coger el bisturí, que los miremos directo a los ojos y que no seamos más las sumisas serviles dispuestas a obedecer.

La historia de la medicina en el Perú y en el mundo tiene nombre y rostro de hombre, en el Ministerio de Salud y en aquellos emblemáticos lugares se levantan bustos con los rostros de insignes médicos que han logrado hacer historia y que nos enorgullecen, Daniel Alcides Carrión, Hipólito Unanue, Casimiro Ulloa, Cayetano Heredia y apenas en un pequeño Centro de Salud en Comas, en un letrero pintado, se escribe el nombre de Laura Rodríguez, la primera mujer que se reveló contra todos y se hizo médica, ella no solo nos abrió el camino a quienes ahora podemos estudiar medicina, sino que también empoderó a las enfermeras, trabajando en la creación de la Escuela de Enfermería, aquella que les dio la oportunidad de dejar de ser un grupo de mujeres al servicio de los hombres y así poder ser una profesión.

Históricamente, las mujeres hemos sido relegadas de la ciencia médica, la historia, escrita por hombres, ha negado nuestra participación como actoras dentro del sistema de salud, fuimos literalmente, exterminadas de la escena; pues como describen Bárbara Hermich y Deidri English, en su libro Brujas, parteras y enfermeras, las mujeres sanadoras que se atrevieron a cambiar la historia natural de la enfermedad debían ser destruidas, por ello fueron quemadas y así borradas de la historia, que se refiere a ellas como brujas. Fue recién, en épocas de guerra, que se nos permitió regresar a la historia, pero esta vez como asistentes, como ayudantes de aquellos sabios hombres que lo sabían todo y lo podían todo.  ¿Cómo se nos pudo ocurrir querer ocupar otro lugar? ¿Cómo nos atrevimos a querer ser iguales? ¿Qué afán el nuestro de querer cambiar la historia? Si todo estaba bien así.

Tenemos que ser capaces de ver más allá de lo evidente si queremos generar cambios en el sistema, que sabemos muy bien, funciona mal. La medicina se desarrolla dentro de una sociedad, no dentro de un laboratorio, la problemática médica no se observa a través de un microscopio, se observa en el día a día y para ello debemos tener los lentes adecuados, si no seguiremos en una burbuja, aislados de la sociedad y creeremos que la solución de todo está en un Harrison de Medicina Interna. El Perú funciona como un Estado patriarcal y por ello el machismo es un elemento cultural que convive con nosotros, creer que el mundo de la salud está esterilizado de este germen es un gran error.

La famosa mística médica no es más que la expresión del modelo hegemónico con el que este sistema funciona, haciendo que la medicina sea asocial y mercantilista, lo que genera comportamientos autoritarios y jerárquicos. Entonces, al ser un país machista, la mujer será relegada, naturalmente, al último peldaño de la escala de importancia. Es así que este sistema se desenvuelve a través de la orden y la obediencia, impide la autonomía y cualquier grupo o persona que pretenda salir de ese esquema, estaría atentando en contra del orden natural de las cosas y bajo esa perspectiva, es una amenaza. En este sistema prima el habitus médico autoritario, el cual confundimos con mística, carácter, honor, fortaleza y grandeza, cuando no es otra cosa más que una conducta que perpetúa la violencia y crea un círculo vicioso que daña a las más vulnerabilizadas, las mujeres, trabajadoras y pacientes.

Cuando una mujer se atreve a mirar de frente, cuando una mujer se niega a obedecer, cuando una mujer es una igualada, cuando una mujer decide no ser objeto sexual de los deseos colectivos de los hombres que están seguros, tienen el poder sobre nuestros cuerpos, se convierte en una atrevida, en una desobediente, en una puta, que no sabe cuál es su lugar y deberá sufrir las consecuencias de semejante acto de insurrección. Es muy fácil destruir a una mujer de esa “calaña”, porque nadie podrá objetar que está haciendo mal las cosas, pues en un mundo de obediencia, salir de ese esquema se castiga y eso todas lo sabemos, así que quien se atreva a romper con ello, advertida está, no descansará jamás.

Pero dos mujeres nos acaban de enseñar que aunque tengan todo en contra, no van a callar más, nos acaban de dar una clase magistral a todas las que hemos soportado gritos, golpes, piropos, besos y nalgadas, pues, bajo el engaño de la mística de la formación médica, ¿cómo nos vamos a quejar? Si ya estamos advertidas de cómo son las cosas, lo aceptamos cuando decidimos ser médicas, cuando decidimos hacer cosas de hombres, cuando pretendimos meternos en un espacio que no era nuestro, así que ahora, a callar. Por ello vamos desarrollando habilidades de sobrevivencia, algunas no nos damos cuenta del daño, porque así hemos sido formadas en nuestras casas, aceptamos los halagos, sonreímos ante el piropo, dejamos tocar nuestras manos y nos emocionamos cuando uno de esos hombres ilustres baja la mirada para vernos y de pronto nos deja sujetarle los hilos de su sutura; otras aprendemos a pasar desapercibidas, obedecemos sumisas para no hacer enojar al macho, así no descargará su furia y nos dejará aprender de su talento; otras en cambio se vuelven machos, aprenden a gritar igual y así de pronto ya no son más las víctimas, pero se convierten en las victimarias de aquellas menos fuertes. Todas estas conductas valen, todas nos sirven, porque de lo que se trata es de sobrevivir, de pasar la prueba de fuego y que podamos convertirnos en “hombres”, ser merecedoras del título de médico y seamos dignas de haber usurpado un lugar ajeno, entonces ellos nos darán la venia y nos permitirán ocupar sus lugares.

Pero ¿qué pasa cuando una de nosotras decide hacer todo diferente?, ¿qué pasa cuando una de nosotras se revela ante ese sistema autoritario?, ¿cuándo decide que no quiere ser un objeto sexual que adorne sus salas de operaciones?, ¿cuándo quiere levantar la mirada y decide dejar la gasa para coger el bisturí?, es en ese momento que despierta la furia del espíritu de cuerpo, la masculinidad oprimida se siente ofendida y desata toda la fuerza de su poder, para hacerle saber a esa atrevida que no puede subir hacia el escalón que nunca estuvo hecho para ella, y le dejarán bien claro que jamás tendrá la venia de ser tratada como una igual, pues es así, son ellos los que deciden si podemos o no entrar en su mundo, jamás podremos abrir esas puertas con nuestras propias manos.

Rosa y Danitza se han enfrentado al Dios, están mirando al sol sin cerrar los ojos y están hablando más fuerte que ellos, están rompiendo el sistema y todas debemos hacer lo mismo, este es el momento, esta denuncia nos debe interpelar a secundar sus pasos. El Perú no tuvo un movimiento sufragista muy potente, el feminismo en nuestro país es quizá, el más incipiente de Latinoamérica, la corrupción de las mafias que se han apoderado de los poderes del Estado ha intervenido en nuestra educación y eso hace que sea muy complicado despertar la furia de las mujeres que viven oprimidas, porque muchas desconocen que son víctimas, no saben que son vulneradas y creen que están siendo amadas, como decía Rosa Luxemburgo: “Quien no se mueve, no siente las cadenas”. Esta potente denuncia, que si bien es cierto, desprende las lágrimas de mis hermanas médicas, me despertó emoción, me generó una sensación en el pecho que me lleva a pensar que tal vez podremos ser capaces de crear un movimiento feminista potente desde el mundo de la salud y al fin, decidirnos a cambiarlo todo, de decir basta, de no callar más, de ocupar nuestro verdadero lugar en la historia, sin sacar los bustos de los grandes hombres, sino colocar a su lado los de las mujeres que hacen proezas con guantes, sin dejar huellas, haciendo historia silenciosa y escondida, tras los biombos y cubierta de una mascarilla para que no se vea el rostro de mujer.

Levantar un movimiento feminista desde las trabajadoras de salud sería potente, porque no solo involucra a otros gremios que actualmente viven oprimidas por esa absurda jerarquización; sino que también empoderaría a las mujeres en general, pues una de las grandes luchas que levantamos las peruanas es el derecho sobre nuestros cuerpos, sobre nuestra salud sexual y reproductiva, sobre nuestra maternidad y sobre nuestras vidas. Ya me imagino lo que podríamos lograr si desde el gremio médico más mujeres dirían basta y nos abrazáramos unas a otras formando una muralla poderosa de contención y lucha, no porque somos víctimas, sino porque somos iguales y por ello debiéramos ocupar los espacios de poder que nos pertenecen y por años se nos han negado.

Todo ello seguirá siendo un sueño, una lucha individual, una pelea en la que algunas Rosas y Danitzas salgan heridas si no decidimos hacerle frente a las causas, exigir una reforma educativa con Enfoque de género y social, es una misión que nos corresponde hacer si queremos generar esos cambios, de lo contrario, nada de esto va a ser diferente y continuaremos viviendo en secreto el ciclo de violencia que inicia con nosotras y termina con los pacientes, que se mueren en nuestras manos, ante un sistema corrupto e incapaz que solo se levanta cuando alguien se atreve a vulnerar su pequeña masculinidad oprimida porque de pronto no se le permite desbordar sus primitivos deseos sexuales que los mil diplomas y especializaciones no han podido enseñarles a controlar.

 

*Aquí puede ver un reportaje realizado sobre estos temas: Médicos residentes denuncian acoso sexual en hospitales.

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