Hace poco la periodista Juliana Oxenford invitó, nuevamente, a Christian Rosas, quien es vocero de las iglesias evangélicas de facto, pues es el que más sale en medios de comunicación y opina en sus redes sociales, así él diga que se representa solo a sí mismo, a que debate su idea de que el gobierno ya debería permitir las aglomeraciones en las iglesias, como lo hace en los mercados.
Según Rosas, hay un trato diferenciado entre cómo tratan a un negocio y a otro, y que eso vulnera la libertad religiosa en el Perú. Lo primero a destacar es cómo Rosas reconoce que las iglesias evangélicas son, en la práctica, negocios, en donde la gente no va a comprar bienes materiales, sino espirituales, que por más que no existan o sean parte de la subjetividad de las persona, se reafirma, se hace efectiva, a través de una transacción comercial: el diezmo. Una transacción que, por cierto, no es bancarizada, por lo que pasa directamente al bolsillo del pastor, o de los pastores, porque no hay pastor rico solitario, se constituyen a través de clanes familiares y se heredan no solo fortunas, sino también fanatismos.
En el Perú, ninguna libertad religiosa está siendo vulnerada, todas las actividades que requerían reunión fueron canceladas por la pandemia, excepto algunas de vital importancia (para la sociedad y para la Confiep) y empezaron a realizarse virtualmente, excepto las de primera necesidad, como la limpieza pública, el abastecimiento de alimentos, servicios de agua, luz, alcantarillado, telefonía e internet, y evidentemente los de salud. En ese sentido, todas las reuniones que se realizaban presencialmente, pasaron a realizarse de forma virtual, así pasó con los trabajos, los estudios, las reuniones políticas y las misas y los cultos, a pesar de que varios pastores se negaron a obedecer este mandato, señalando que ellxs estaban protegidxs por Dios y que nada les pasaría. Días después tuvieron que dar marcha atrás, nada evitaba que más de 40 mil peruanos murieran víctimas no solo del virus, sino del desmantelamiento y la precariedad del sistema de salud.
Rosas tiene un objetivo claro, quiere ser congresista, para eso es su actividad mediática, para eso se posiciona como vocero de evangélicos sin ser nombrado, para eso articula nacional e internacionalmente su campaña de desinformación Con mis hijos no te metas, que no dice nada de las cientos de niñas violadas y desaparecidas en la pandemia, esas niñas no le importan, ellas no son sus hijas. Y para eso no deben servir los medios de comunicación, no queremos un homofóbico más que retrase los derechos de las personas LGTBI y de las mujeres como ya lo hizo su padre, personas como Rosas deben quedar en el pasado.
Como señala Juan Fonseca, evangélico y conocedor profundo de temas religiosos, Rosas “se erige como pregonero de la vida, mientras promueve la cultura de la muerte. Se dice defensor de los valores, cuando en realidad es cómplice de los corruptos”.
Acá les dejamos su opinión completa:
“Una vez más Christian Rosas abre la boca para hacer gala de su irresponsabilidad, anticristianismo y estupidez. Se esfuerza por superarse a sí mismo. El ‘provida’ prefiere propiciar la muerte de ‘sus hermanos’ bajo el argumento falaz de la falta de libertad religiosa. Tal vez más que en ningún otro momento de nuestra historia reciente, las iglesias están vivas, libres y rebosantes de fe. Porque cerrar un templo no es lo mismo que cerrar la iglesia. La Iglesia, principio teológico básico, la conformamos los creyentes, no los edificios. Y en este tiempo de crisis, las iglesias, en tanto comunidades de creyentes, están dando un tremendo testimonio de amor al prójimo y servicio a los demás. Hasta están mostrando fidelidad y creatividad para explorar formas nuevas de congregarse y mantener los vínculos comunitarios. Incluso la evangelización se ha fortalecido, pues el mensaje cristiano está alcanzando a los miles que nunca iban a los templos.
Lo más indignante del discurso de Rosas es su torpe apropiación de la fe. Se presenta como representante de la voz evangélica, cuando nadie lo eligió para ese rol. Se erige como pregonero de la vida, mientras promueve la cultura de la muerte. Se dice defensor de los valores, cuando en realidad es cómplice de los corruptos. Finalmente su propio discurso devela a la trinidad a la que realmente sirve: la plata, el poder y la mentira. Comparar a las iglesias con los supermercados y bancos refleja que para él la fe es un negocio. Un negocio inmoral en el que tipos como él se enriquecen a costa de la pobreza e incluso la muerte de gente sencilla que busca consuelo en la fe. De esos hay varios en el mundo evangélico. Pero no son la mayoría, pues en las iglesias abundan hombres y mujeres dedicados realmente a servir. Los evangélicos ya deberían darse cuenta que el fundamentalismo es el enemigo dentro de casa. No es la mejor expresión del cristianismo, sino su deformación para ponerlo al servicio del poder”.