Mano Alzada
Maritza Ortiz Arica, Opinión

Perú, país de vulnerabilidades

El Perú atravesó una crisis que convocó a todos con el lema “Una sola fuerza”, se hizo un llamado a la sensibilidad de los más favorecidos para colaborar con aquellos que lo habían perdido todo. Era entonces un momento de unión entre peruanos, y fuimos testigos, además, del “apoyo” de autoridades y políticos, que viajaron para brindar su mano amiga, una sonrisa y una frazada.

¿Es esto lo que debemos hacer ante los desastres socionaturales? Desde luego que lo que vimos, no. Nuestro expresidente, vacado por presunta corrupción, presentó un plan de gobierno, por el que fue elegido, en donde mencionaba que debía implementarse un plan preventivo ante la posibilidad del Fenómeno del Niño. Lamentablemente, tuvimos que ser testigos de que no solo no tenían un plan preventivo, sino que el evento se presentó y el Gobierno no tuvo la capacidad de enfrentar ninguna de las fases del ciclo del desastre.

Luego de un año de lo sucedido, la fase de reconstrucción es incierta, las personas no solo no han recuperado sus proyectos de vida, sino que muchas de ellas continúan viviendo hacinadas en campamentos y otras han vuelto a las zonas de riesgo, ante la mirada de un Gobierno que no ejecuta el presupuesto para infraestructura, que lamentablemente es lo único que se tiene previsto.

Hablan de “Reconstrucción con cambios”; pero eso un discurso vacío e insuficiente, porque ninguna autoridad y pocos políticos ven más allá, omiten la participación comunitaria, olvidan la salud mental y descartan los aspectos sociales, como la identidad y la territorialidad, haciendo oídos sordos a los saberes populares, retrasando de manera peligrosa la continuidad de los proyectos de vida y dañando la identidad de quienes fueron afectados.

En diciembre del 2016 se hicieron presentes los primeros indicios de lo que luego se convertiría en un desastre socionatural, muchas regiones del Perú sufrieron las inclemencias de un fenómeno que se convirtió en desastre por la sencilla razón de que somos un país con una enorme vulnerabilidad y escasa capacidad de resiliencia. Y lo único que se tenía previsto como política de Estado, el proceso de reconstrucción de viviendas y carreteras, no ha sido ejecutado.

Se dice que la naturaleza puede ser peligrosa y estamos a su merced; pero esto no es del todo cierto, porque si entendiéramos la relación que tenemos con ella, comprenderíamos que no es así, que la naturaleza no es despiadada y no hay razón para vivir bajo la incertidumbre de no saber cuándo despertará y se llevará nuestras casas y nuestras vidas. Las consecuencias del Fenómeno del Niño fueron diversas, pero con una particularidad en común, que todas las regiones de nuestro país poseen vulnerabilidades similares.

Las lluvias del norte impidieron que los vientos refrescaran las aguas del mar, estas a su vez presentaron un calentamiento inusual, elevaron sus temperaturas y generaron un ciclo de lluvias intensas. Esto originó inundaciones y deslizamiento de tierras en ciudades y carreteras, las cuales no estaban preparadas, generando un sin número de situaciones que afectaron a varias regiones del país de manera paulatina y paralela, la misma que no fue tomada en cuenta, hasta que afectó a Lima, la capital del país, es ahí, que los capitalinos, desbordados de temor, desabastecieron los supermercados, comprando ingentes cantidades de agua embotellada y comida enlatada, la que luego hizo falta para lugares en donde sí había escasez.

El Perú no fue víctima del Fenómeno del Niño, fue víctima de sus vulnerabilidades, la primera y más grande se evidenció en la etapa de prevención, pues la mayoría de las regiones afectadas, eran comunidades ocupadas sin supervisión del Estado, y otros territorios formales, pero debido al tráfico de terrenos, se urbanizaron zonas de riesgo. Carreteras y puentes construidos sin las mínimas condiciones de seguridad, de ahí recordamos la vergonzosa frase de un funcionario de la Municipalidad de Lima, quien ante el colapso de un puente, dijo: “No se cayó, se desplomó”.

Durante la fase de reacción, fuimos testigos de la ausencia de solidaridad y organización comunitaria, lo que hizo que el desastre tuviera consecuencias más graves que las que debieran suceder. La ausencia de protocolos y de recursos multiplicaron los daños, toda la pobreza y las inequidades fueran vistas en imágenes sin poder hacer nada.

En el momento de la emergencia, el Estado a través de los Ministerios, no tuvo la capacidad de proteger a las personas; ni en cubrir sus necesidades básicas, porque pasaron muchos días para que los alimentos y ropa pudieran llegar; además que durante el proceso se hacían constantes las denuncias hacia autoridades que destinaban las donaciones para almacenes personales que nunca llegaron; ni en seguridad, que nunca fue tomada en cuenta, mucho menos la de las mujeres, y viviendo en un país con una alta tasa de violencia machista, los casos de denuncias por violación y maltrato se multiplicaron; las intervenciones en salud no eran más que consultorios improvisados y jamás se implementó una política de salud mental.

Finalmente, como señalé al principio, la fase que más preocupa, tal vez por ser la más evidente, es la de reconstrucción, es ahí donde nuestras vulnerabilidades se hacen notorias, porque vemos una total indiferencia de quienes tienen la capacidad de decidir y no lo hacen, porque quienes duermen abrazadas del peligro, son las personas de comunidades pobres y no los empresarios con los que se hacen los negocios.

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