Ayer hemos tenido nuevamente un momento definitivo en la historia política del país en menos de una década, luego de la caída del neoliberal Pedro Pablo Kuczynski y la ascensión en el poder de su vicepresidente Martín Vizcarra.

Luego de que el Congreso pretendiera elegir a los miembros del Tribunal Constitucional de forma fraudulenta de un listado de oscuros personajes que bailaban al son de Keiko Fujimori, y que la cuestión de confianza, con la elección a trompicones de Gonzalo Ortiz de Zevallos, se viera denegada, el presidente Vizcarra por fin tenía carta libre para cerrar el Congreso, y lo hizo.

En un intento desesperado por no perder el poder, el fujiaprismo y sus satélites nombraron como presidenta a Mercedes Aráoz, un personaje totalmente deslegitimado, sin ningún apoyo popular y que era completamente marginal en las decisiones del Ejecutivo, a quien Vizcarra nunca le había tenido confianza.

Aráoz ya había demostrado lo poco proba que era en sus actos políticos. Responsable política de la matanza de Bagua, títere del aprismo en su intento de continuar con el poder, ubicua segunda vicepresidenta de PPK, ella se colocaba en donde estaba el poder más nefasto, poco le faltaba para unirse al fujimorismo, y ayer lo consiguió. Se convirtió en la salida de la mafia, pero para el pueblo se convirtió en una mafiosa más.

¿Quién ratifica su “gobierno”? La mafia que ha sido expectorada del Congreso y la Confiep, los únicos que se benefician con la presencia en el poder del fujimorismo. Las Fuerzas Armadas ya le dieron todo su apoyo a Vizcarra, Aráoz solo tiene el apoyo de excongresistas, pero sabiéndolo, no le importó asumir el más triste papel de su vida: representante de la nada, presidenta del vacío.

En el Perú no hay cadáveres políticos, se suele decir, pero Mercedes Aráoz ya era un muerto andante desde hace mucho. Vizcarra seguirá siendo presidente, las elecciones se realizarán en enero del 2020, y ella quedará en el recuerdo por su triste paso por una presidencia fantasma. Ha marcado una vez más su carrera política con la ignominia.