El próximo año nuestro país celebra su ansiado y promocionado Bicentenario de Independencia. Podríamos preguntarnos, ¿independencia de qué? Ah, verdad, sí claro, independencia como país, liberación administrativa, política y económica de la corona española. Pero, sin duda alguna, muchos reflexionan con esa pregunta y no se halla respuesta, ¿independencia de qué realmente? Buscando respuestas, no me cabe duda de que la trayectoria republicana del Perú tiene espíritu de ópera, un sincretismo sui géneris de completa tragicomedia. A veces con un aire de comedia por la confusión y artimañas enamoradoras en Las Bodas de Fígaro de Mozart. Otras con la dosis de confusión, enigma y hermetismo en sus simbolos (claro, la original responde al oscurantismo masónico) de La Flauta Mágica también de Mozart, y en donde a la que se piensa en un inicio como buena, termina siendo la malvada, nada tan cotidiano en el discurso y el actuar político y económico de nuestro país.  

Pero sin duda, me quedo con la posibilidad de que nuestra trayectoria es la parte trágica de Turandot de Puccini. Primero, porque esta quedó inconclusa a la muerte del maestro en 1924, y que fue luego remachada teniéndose incluso hasta tres finales, tan igual como nuestro ideal inconcluso de país, ¿alguien escribió alguna vez el ideal de país que queremos ser? ¿No sería una construcción colectiva? Segundo, en cuanto al contenido, alegóricamente, las tres preguntas de la princesa china Turandot podrían ser la clave para que finalmente el país -al igual que el príncipe Calàf- no sea condenado a muerte: responder a la corrupción, responder a la pobreza y la desigualdad, y responder a una nación fragmentada.  

¿Cuáles son los motivos de celebrar nuestros primeros 200 años de República? Y no deseo escuchar los comentarios huachafísimos y chauvinistas del fútbol, el pisco, la comida como el pollo a la brasa, el ceviche, etc, etc. Pero, lamentablemente eso escuchamos en el cotidiano y de manera extendida, lo que indica algo peor: No hemos construido nada, absolutamente nada que se pueda parecer a una nación, diversa sí, pero nación. Para ello, creo que mejor nos conviene no celebrar nada, y mejor celebrar el sincretismo de ‘naciones’ que fuimos antes de la Conquista, sin necesidad de llamarse bajo un categoría moderna occidental de República.

Sin duda, creo que la actual situación de emergencia sanitaria ha destapado nuestra realidad. El Covid-19 ha sido el hater (para seguir el léxico millennial) que llegó a la fiesta sin invitación y  reventó todos los globos inflados de aire ilusorio de nuestro país. Un primer globo, y el más grande, creo es el que promulgaba a los cuatro vientos la fortaleza de nuestra economía, claro siempre anunciada en términos macroeconómicos, porque si vamos a lo micro (entiéndase del día a día, de la interacción del mercado del ciudadano de a pie), pues la realidad es otra: (i) el  crecimiento de la pobreza monetaria, que en febrero del 2019 identificó 400 mil nuevos pobres para el 2017 (Lu, A., 2019, 25 de febrero); (ii) el crecimiento del índice de desigualdad (Alarco, Castillo et al, 2019); y (iii) una economía que camina en automático, pero empujada por una masa en situación de informalidad, que “llega a ser el 72% de la PEA para el 2019” (Informalidad laboral de Perú. 2020, 19 de enero).

Ahora, esto no constituye un problema nuevo, pero claro, los gobernantes siempre han sabido dejar algunas cosas como están, ¿por qué formalizar la economía, si así precaria pareciera que resuelve el problema de ingresos para muchos, y además ello no incomoda para nada a las grandes empresas? Total también existe informales en el sector formal, “22% de trabajadores informales se encuentran en el sector formal” (Linares, N., 2019, 9 de noviembre). ¿Por qué no medir la pobreza desde un enfoque multidimensional y planificar programas para atenderla? Y para rematarla, pudiéndose corregir algunas cosas ahora, al menos en un comienzo (reforma del sistema de pensiones, planificar programas sociales universales a mediano/largo plazo, reforma de la Ley General del Trabajo, política tributaria, apoyo a la verdadera pequeña y mediana empresa, promoción de la competitividad), el gobierno insiste en su ya conocida fórmula: (i) seguir transfiriendo el peso y la responsabilidad al 25% de los trabajadores formales (acudir a sus ahorros, CTS o fondo de AFP), y donde los informales a lo mucho accedieron al bono independiente, si se tuvo la suerte de acceder a este, pero en general están dejados a su suerte, pues este gran sector nunca ha sido atendido; y (ii) seguir beneficiando a la gran empresa y sus intereses capitalistas.

A este respecto, Motta, J. (2020, 28 de abril) afirma que: “Las empresas han recibido un crédito de 30 mil millones, el pago de hasta el 35% de su planilla, la subvención por parte de EsSalud de los primeros 20 días de licencia a trabajadores infectados por Covid-19, postergación de pago de CTS en mayo, es decir, se calcula que la respuesta a la emergencia es el 12% del PBI, destinándose solo 0,4% a ayuda directa a los más pobres”.

Es decir, pueda que tengamos una economía fuerte, pero que esta no está para atender al grueso de los trabajadores y a la población, que siempre ha convivido a conveniencia con un mayoritario sector informal para mantener salarios y ‘costos’ laborales bajos, en detrimento de productividad, pero claro, mientras los grandes empresarios sigan percibiendo, nada cambia ni cambiará. Luego de esta emergencia en el Perú, ¿a cuánto habrá ascendido la pobreza? ¿Cuál será la verdadera situación de los informales como sujetos, y no tanto la informalidad como concepto?

Un segundo globo que nos ha explotado en la cara es lo referente a la inversión social, que se traduce en la situación principalmente de la salud y la educación pública. En educación se invierte el 4.3% del PBI, siendo 6% la meta mínima establecida en el Acuerdo Nacional (Lu, A. 2019, 25 de febrero), aunque en el informe ‘Aprende Mejor’ se menciona que “el Perú destina solo el 3.7%” (Banco Interamericano de Desarrollo, 2017, p.123). En salud, tomando como fuente el Banco Mundial, se identifica que “en promedio, entre el 2000 al 2017, se tuvo un gasto de 4.8% del PBI” (Perú: Gasto en salud como % del PBI. 2017), cuando la OMS recomienda un mínimo del 6%. Aunque Liliana Cabani, exdecana nacional del Colegio Médico del Perú mencionó que “en el Perú se destina el 2.2% aproximadamente” (La gestión de los recursos en salud. 2019, 19 de abril). A estos datos solo queda la pregunta, ¿por qué no incrementar la inversión social en el PBI? ¿No es que tenemos una economía fuerte?

Y durante esta emergencia ha quedado claro que frente a contingencias sanitarias, todo el peso recae sobre la salud pública, pues ninguna clínica privada ni seguro médico privado ha considerado respuesta alguna frente al Covid-19. Hospitales desbordados, falta de implementos como respiradores, camas UCI, carencia de EPP para el personal de salud, lo que destina a los pacientes a una mala o inexistente atención oportuna. Además, se tiene una problema que siempre ha existido en el sector (no es reciente, ¡así que no se hagan los sorprendidos!), la inconsistencia en la data oficial, que desde el inicio de la emergencia ha sugerido la existencia de subregistro o de otros paralelos, lo que sin duda ocasiona que el sistema público se debilite aún más, otorgándole un carácter de inseguro y posibilitando discursos que han asentado la idea que el Estado siempre ha mentido con relación a los casos confirmados y las muertes.  

Por otro lado, la educación privada actualmente enfrenta una de sus mayores encrucijadas, padres de familia que no pueden pagar las mensualidades y que están solicitando un recorte de las pensiones, pero que no están teniendo una respuesta favorable. Por tanto, de igual forma que en el caso de la salud, el sistema público de educación -con todas sus limitaciones- asumirá a aquellos alumnos provenientes del sistema privado, y el uso de su plataforma virtual. En conclusión, es el sistema público, con pocos recursos, el que está asumiendo el grueso de la contingencia de la pandemia. Además, sin duda alguna, teniendo en cuenta la recesión económica que seguirá, nuestro país seguirá manteniendo su habitual comportamiento frente a la inversión social.

Un tercer globo reventado es lo referente a la existencia de nación, el intento más fallido de nuestra historia republicana, marcada más bien por la diferencia y la desigualdad. Somos una nación completamente fragmentada por cuestiones de clase, raza, género, edad, etc., y que jamás se ha llegado a integrar. Todo ello ha generado una sociedad dividida, o mejor dicho, diversos tipos de sociedades clasificadas principalmente por el ingreso -pero estrechamente relacionado con la raza- el cual ha ordenado el territorio entre muros o restricciones de movilidad, creando circuitos cerrados de poder. Frente a ello, la actual emergencia sanitaria ha demostrado la diversidad en la diversidad, la marginalidad en el margen, es decir, microdiversidades y micromarginalidades. Solo como ejemplo, tomando la situación de Lima Metropolitana, los diferentes niveles de gobierno no han sabido atender las diferentes realidades con sus necesidades y problemáticas, adoptándose más bien una medida que ha pretendido homogeneizar dichas realidades en afán de lograr los ‘martillazos’, ocultando diversas Lima(s) con sus propias dinámicas, estructuras económicas y sociales (estructuras de interacción).

Por ello, creo que el no partir de un reconocimiento de las diferentes Lima(s), el no reconocer que, por ejemplo, la informalidad trae como consecuencia un entendimiento propio de ejercicio de ciudadanía, ha devenido en este fracaso de la cuarentena establecida desde el 16 de marzo. Y este ejemplo se puede extrapolar a nivel nacional. Como bien dice Ruiz, M. [Miguel Ángel]. (3 de mayo del 2020): “El Estado ha demostrado que no conoce bien a sus ciudadanos ni los ubica, no logra llegar a todos de manera efectiva y rápida” [Publicación de estado Facebook], por tanto, la inefectividad de las medidas tomadas y el continuo ascenso de la curva. Es decir, se debe reconocer esa diversidad cortada por múltiples variables, que genera desigualdad y diferencia en el acceso a oportunidades. Se requiere políticas sociales y culturales, pero que vayan más allá de una presentación de “todas las sangres en los últimos Juegos Panamericanos” (A. Mere, comunicación personal, 4 de mayo de 2020), necesitamos políticas verdaderas y menos performatividad discursiva. Menos chauvinismo futbolero y pisquero, y más inclusión desde la construcción y el ejercicio de una ciudadanía sincrética, aunque ¿ello es posible con tantos años de implantación de una ciudadanía vertical? Pues intuyo que a menos desigualdad, más oportunidad de establecer diálogos más horizontales, condiciones básicas mínimas para el ejercicio de una ciudadanía transversal, inclusiva y tolerante.

Por último, el cuarto globo reventado debería ser el más alucinado que este país pudo haberse inventado, y lo hizo alentado por otros intereses que también toman su posición en este país: la cooperación internacional. No sé -soy honesto- de dónde salió esta ilusa y esquizoide idea que el Perú entraría a la OECD al 2021. ¿Qué podríamos ofrecer en dicho espacio? ¿Qué fórmula para el desarrollo tenemos como país? Seguro se pensó en la quinua u otras especies nativas como emblemas bonitos para “salvar al mundo del hambre”. Sí, seguro, otra forma de sobreexplotar los recursos bajo un discurso de salvación. Entonces, ya que no se me ocurre otra cosa que ofrecer, salvo mantener la posición extractivista de insumos, ¿qué pensaron como argumentos para entrar a la OECD?

Seguro que países como Japón, EEUU o la propia Unión Europea estaban interesadas en nuestro sistemas de corrupción, nuestro sistema de impunidad, o estarían interesados en nuestra genialidad para precarizar zonas geográficas o a grupos sociales específicos, a pesar de que tengan explotación minera, a cómo desproteger recursos y cómo vulnerar derechos. Realmente es un misterio, pero espero que luego de esta emergencia el país realmente mire a su interior y se entusiasme por promover el desarrollo nacional, antes que mirar hacia fuera y ‘pretender’ ser desarrollado, de nuevo, performativamente.

Ya Mendoza (2019) había mencionado que en una evaluación inicial de la candidatura del Perú, se había notado una persistente desigualdad social, económica, social y de género, lo cual eran un problema para el desarrollo, además que el gasto en salud y educación se encontraban por debajo de los promedios de los países de la OECD, incluso en promedio de países latinoamericanos. Por tanto, creo que ello era otra ilusión, que respondía a intereses irreales y exógenos.

En fin, reventados los globos, no le queda más al país que cancelar la fiesta del Bicentenario, dejar la constante huachafería y esconder la borrachera, la pichanguita y la tragadera. Todo ello ya no deberían ser elementos de integración, al menos ni económica ni política, pues estos no dan de comer a la masa, e hinchar el pecho ya para muchos se ve afectado con la pandemia del Covid-19.

Espero, sin duda alguna, que el país pueda encontrar la fórmula de la integración real y la prosperidad sin desigualdad y con una plataforma mínima de condiciones favorables para el desarrollo ¿Por qué no podríamos imaginar tener un final de ópera feliz? Si al final Fígaro se casa con Susanna, Pamina se encuentra con Tamino, y Calàf pudo derretir el frío corazón de Turandot, por qué el Perú no podría celebrar también el al menos tener un plan de encuentro con su propio desarrollo.

Bibliografía

Alarco, G., Castillo, C., Leiva, F. (2019). Riqueza y desigualdad en el Perú. Visión panorámica. Lima, Oxfam.

Banco Interamericano de Desarrollo. (2017). Aprender mejor: Políticas públicas para el desarrollo de habilidades. Banco Interamericano de Desarrollo.

Mendoza, A. (2019). Brechas latentes. Índice de avance contra la desigualdad en el Perú 2017-2018. Lima, Oxfam.

Recursos en línea

“Informalidad laboral de Perú bajó apenas un punto porcentual el 2019 y llegó a 72%”.  (2020, 19 de enero). Gestión. Recuperado de: https://bit.ly/35vYuNu

“La gestión de los recursos en salud”. (2019, 19 de abril). El Peruano. Recuperado de: https://bit.ly/2YCi1ua

Linares, N. (2019, 09 de noviembre). “Informalidad laboral en el Perú: la gran problemática y sus posibles soluciones”. Publicaciones Económica. Recuperado de: https://bit.ly/2KZFOYh

Lu, A. (2019, 25 de febrero). “Hay 400 mil nuevos pobres en el Perú”. La República. Recuperado de: https://bit.ly/2T6AXzQ

Motta, J. (2020, 28 de abril). Entrevista a Diego Motta. “¿Suspensión perfecta de labores?”. Enfoque Derecho. Recuperado de: https://bit.ly/3deWwDr

“Perú: Gasto en salud como % del PBI”. (2017). The Global Economy. Recuperado de: https://bit.ly/3demx6j