Justificar una imitación como homenaje para vomitar prejuicios o limitaciones es cualquier cosa menos arte. Y no fue la primera vez.
Entiendo lo desatinado o limitado que puede ser un artista; es normal, son seres humanos y cometen errores. Pero el caso de Fernando Armas deja todo por desear en cuanto a comedia. Recuerden nomás sus ‘célebres imitaciones’ de Alejandro Toledo, o de Ricardo Gareca (extraña fusión con Laura Bozzo), y ahora, nuevamente, a Gladys Tejeda.
Aunque hay diferencias humorísticas entre cada personaje mencionado, Armas hizo con Tejeda lo que hizo con Toledo, pero obvió algunos pequeños detalles: mujer querida por todo un país, entereza moral y digna representante de los andes. El expresidente está muy lejos de eso.
Eso no quiere decir que la fondista sea inimitable. O sea, niñas y niños pueden disfrazarse de Gladys para, no sé, la actuación del colegio y sería un merecido homenaje. Pero esconderse detrás de ese homenaje para vomitar prejuicios o limitaciones, como justificación de un fallido intento de imitación, es otra cosa.
Lo triste —líneas abajo explicaré por qué— es el argumento del comediante: “Tengo más de veinte años haciendo reír al Perú”. ¿Acaso piensa que los años dan licencias, lo libran de críticas, o que lo vuelve un semidiós de la comedia? Ya una vez el periodista Manuel Rosas (en Radio Exitosa) le puso un alto a la imitación que le hizo porque sentía que se burlaba de la forma de hablar de la población amazónica. “Tú no caricaturizas, ridiculizas”, le dijo el periodista.
Es evidente que existe arte para todos los gustos; desde lo más elaborado hasta lo más simple. Pero la intención del artista es lo más importante; su objetivo, qué quiere lograr con eso. Las técnicas, recursos o medios que use son solo formas. ¿Cuál fue la intención de Armas?, ¿Solo ‘hacer reír’?
Alguna vez dijo el sociólogo ruso Vladislav Kelle que “el arte no es solo un medio de goce estético; es también una forma del conocimiento de la realidad y, ante todo, de la vida del hombre, de las relaciones humanas, de los caracteres de su multiplicidad de facetas concretas”.
Entonces, deberíamos agradecerle a Fernando Armas y algunos de sus colegas (esa generación de ‘imitadores’) haber dejado al arte disminuido, mutilado, hecho mierda. Algo así como hace el reguetón con la música —sigo pensando que eso no es música, que solo es una expresión urbana. Pero eso es otro tema.
Lo que es gracioso entre tus compañeros —pongámosle un grupo de tres o cuatro personas— no necesariamente es gracioso para todos. Un artista se encargará de intentar que sea así; ahí está la chamba. De lo contrario comenzaremos —si no es que ya— a preguntarnos “¿la comedia es arte?, ¿eso es ser artista?, ¿por hacer eso les pagan?”.
Dije que era triste lo de Fernando Armas porque innegablemente tiene talento; no un súper talento, pero lo tiene. Con lo que hizo —y otros también— muchos tendrán/tienen la percepción de que las artes solo deben ‘gustar’ y no ser críticas de la realidad política, cultural o social: “Si no es bailable, no es música”, “si no cuenta chistes, no es comediante”. Y así.
Hay probabilidades de que el sistema siga incluyendo personajes como estos (Armas y los reguetoneros, y otros más) para volver al arte en un simple entretenimiento y para tener apoyo social en aquello que no pueden controlar y que no quisieran percibir: verdaderas expresiones artísticas.
Espero que la llamada de atención del Ministerio de Cultura no sea excusa para que otras instituciones públicas o privadas establezcan, a su manera, los parámetros del arte y del artista: que así, que asá, que esto sí, que esto no. Espero.
No siempre la primera idea para un proyecto artístico es la que perdura. Solo es el comienzo. Porque el arte va un poquito más allá que cualquier iluminación después de un café.