Intervienen a un alcalde por —presuntamente— encontrarlo tomando un par de cervezas fuera del toque de queda, se arma un escándalo y la ciudadanía es la más indignada del país, pero cuando este mismo alcalde no implementaba ninguna política pública eficaz para luchar contra el Covid-19, ni para paliar las consecuencias económicas, sociales y culturales de este encierro (y se multiplicaron los contagios y se sumaron los muertos), nadie sintió tanto enojo ni se ofendió o preocupó de esta manera.
La pandemia sigue sacando lo más patético de nosotros, pues nos enfocamos en lo insignificante (alborotarnos como celadores de la ética y la moral por dos cervezas en privado) y no en los —nocivos y públicos— actos y omisiones políticas. El alcalde en cuestión quedó detenido unas horas en la comisaría a donde fue conducido y será multado. Es todo.
Luego empezará el juicio político (seguramente los regidores pedirán su vacancia), el escarnio público (se pronunciará la «sociedad civil» con el fin de revocarlo) y será «noticia nacional» en los programas de espectáculos para el morbo de peruanas y peruanos; después nos olvidaremos de lo realmente importante: todo el daño (material y social) causado por las malas decisiones de su gestión (por decir lo menos). Un día será gobernador regional o congresista. Lo firmo.
Ojalá viéramos salir así, enmarrocados y detenidos por la policía, a autoridades que por su ineptitud y corrupción, precarizan nuestra existencia. Los únicos afectados serían sus hueleguisos que se quedarían sin trabajo; sus ayayeros que no recibirían las propinas a las que los tienen acostumbrados; y sus testaferros que no obtendrían el porcentaje de las licitaciones ganadas.