La oligarquía, a través de los años, ha manejado el campo laboral cual títere en una obra teatral, sin importarle las brechas socioeconómicas que vienen generando, porque hay un sector sumamente afectado por la política neoliberal, respaldada por la Constitución del 93, que modificó el tío Fuji a favor de él y del empresariado, con el respaldo de la Ley N° 27360 –conocida como la Ley Chlimper– avalada y sacramentada por el fujimorismo, con la que no solo recortaron nuestros derechos a la gratificación y a la CTS, dándonos un seguro que no cubre todas las necesidades de atención en salud para los y las trabajadores del sector agrario, sino, a la par, nosotras tenemos que lidiar con la discriminación de no ser contratadas para realizar las tareas en las fábricas o fundos tan solo por nuestro flujo menstrual.
Para el empleador no podemos trabajar de manera “eficiente” y “producir” cuando estamos en “nuestros días”, es así que en muchos casos una gran cantidad de mujeres queda fuera, esperando horas tras horas en las largas colas en la puerta de las fábricas para ser contratadas sin éxito alguno.
Asimismo, la jornada laboral de quince a más horas diarias paradas nos separa de la realidad de nuestras familias, de la realidad social, y de la violencia que están expuestos y que pueden sufrir los hijos e hijas de los trabajadores.
Las agroexportadoras o “agroexplotadoras”, como solemos llamarlas, nos roban a diario la calidad de vida que toda ciudadana desea tener con un sueldo digno o las bonificaciones que solo vemos en la boleta y que por una especie de magia nos descuentan, nos preguntamos a diario ¿por qué nosotras que hacemos el mismo trabajo que ellos, recibimos una proporción de dinero menos?, ¿no es suficiente para estas empresas sobreexplotar los recursos hídricos y quitarnos el agua de calidad a nuestra región?, de tal manera que explotar a hombres y mujeres es la mejor ganancia que pueden obtener.
La realidad laboral que vive una trabajadora del sector agrario no es igual a las de otro sector, ellas tienen un sueldo sobre la base de la producción que realicen, el llamado “destajo” que no llega ni a 200 soles semanal, y en donde te ponen como tarea una cantidad de producción a la que ni esforzándote el triple logras llegar, cuando debes tener en cuenta que para trabajar en el sector agrario necesitas una alimentación balanceada para que puedas “aguantar” no solo el desgaste físico sino el psicológico con los gritos e insultos que escuchas a diario por parte de los batas blancas (algunos son “buena gente” y solo gritan sin insultar), una suma irrisoria para la canasta básica, y ni qué hablar de las muertes o accidentes de trabajo, cuando corres a auxiliar a un/a compañero/a de trabajo solo escuchas la frase “no salgas de la línea”, así la sangre salpique a tu mandil.
Ica es vista con buenos ojos, algunos afirman que el índice de desempleo es muy bajo, es cierto que las agroexportadoras generan puestos de trabajo y el flujo económico aumenta, pero las condiciones laborales a las que lxs trabajadores están expuestos son inhumanas.
Tal vez con una nueva reforma, una nueva Constitución, tendremos en el país un empresariado que respete los derechos laborales ganados y mantendremos un trabajo digno y no continuemos con el trabajo precario que muchas peruanas y peruanos hoy tienen.
Artículo escrito por Yessica Torres (abogada, iqueña, feminista).
Foto de portada: Archivo Andina