El decreto que reforma la seguridad social impuesto por el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, provocó multitudinaria manifestación que ya va dejando víctimas mortales.
A las decenas de heridos en la capital de Nicaragua, Managua, se le suman la muerte de dos estudiantes y un policía tras los enfrentamientos en las calles contra las reformas que imponen un aumentó a la contribución de los empleadores, trabajadores y una deducción (restarle dinero al total devengado) del 5% a los pensionistas.
Los manifestantes dicen estar en contra de las reformas porque afecta al ‘bolsillo’ de los nicaragüenses y que los funcionarios juegan con el hambre de la gente. Asimismo, acusan que los efectivos antimotines han ejercido brutalmente su función siguiendo las órdenes de un dictador al que no le gusta las protestas.
Además, durante las manifestaciones —que ya llevan tres días—, el gobierno de Ortega ha censurado tres canales de televisión independientes. Ante esto, las redes sociales fueron los medios que usaron los nicaragüenses para informarse y convocar a las marchas.
Gasolina al incendio
Mientras el silencio de Ortega parece ser su mejor método, quien puso más leña al fuego es Rosario Murillo, su esposa y vicepresidenta. Ella calificó de ‘minúsculos grupos alentadores del odio’ y de ‘mediocres’ a los manifestantes a quienes les deseó un ‘castigo divino’.
El rechazo a la represión y la censura de medios fue contundente por parte de las principales cámaras empresariales; la Cámara de Minería exigió al gobierno de Nicaragua que garantice el derecho ciudadano de expresar pública y libremente sus puntos de vista. El Consejo Superior de la Empresa Privada pidió diálogo y demandó el respeto a la libertad de plena información.
Según la organización de escritores de Nicaragua, son al menos once periodistas los que han sufrido agresión cuando fueron a realizar su trabajo en las manifestaciones.
Lo último que se ha sabido es del ataque con gases y balas de goma a estudiantes en las afueras de la Catedral Metropolitana de Managua. “Los jóvenes hablaron conmigo y con otros sacerdotes. Ellos estaban recibiendo víveres pacíficamente en el atrio cuando fueron amenazados por otras personas y policías, allí es donde entraron”, dijo Luis Herrera Jarquín, rector de la catedral.