Escribe: Elizabeth Lino Cornejo

Hace poco más de un mes un arbusto de mi jardín se quebró sin razón aparente. Traté de hallar una explicación ¿Quizá alguien saltó la reja y lo pisó? Imposible, nadie saltaría sólo para pisar ese único arbusto. Otra posibilidad que me tuvo cavilando fue si la cantidad de agua y cuidado que le estaba dando era la necesaria. Era una buena explicación también, pero otro arbusto de la misma especie crece al otro lado del jardín bajo las mismas condiciones y se mantiene verde y robusto.

Esta mañana después del mensaje que temía que llegara en cualquier momento, entendí lo del arbusto quebrado, tristemente y poco a poco en varios pedazos. Ahora lo sé. Fue un agüero. Así lo hubiera interpretado Zenón, no tengo la menor duda. Un “agüero malo”. En el último mes tanto el arbusto como Zenón ocuparon parte de mis pensamientos, desde que, como ya dije, la planta se quebró y me enterara, también, que Zenón tuvo un accidente. ¿Pero, qué es un agüero y quién es Zenón? Comencemos.

Los agüeros son las explicaciones a determinadas señales de la naturaleza, como cantos de aves, ladridos de perros, eclipses, vientos raros, aparición de arcoíris, etc. Estos están registrados en textos muy tempranos como “El confesionario para los curas de indios” Del Concilio Provincial de Lima del año 1583, ello como parte de la extirpación de “idolatrías”, y adoctrinamiento de los “indios” al cristianismo.

Zenón fue un extraordinario narrador de historias. La interpretación que él le hubiera dado a mi arbusto quebrado precedida por la muerte de una persona querida no hubiera sido caprichosa, ya que en ella se hallaría muchísimo de lo que los curas recogieron como “supersticiones y ritos” en el siglo XVI y que, en buena parte del Perú, se prolonga hasta el día de hoy (felizmente). Él, además de narrar ejemplos de situaciones vividas u oídas de sus propios antepasados hubiera citado otros tantos relatos que le narró “la gente que vive en el campo” (sic). Luego sonreiría y culminaría con una pregunta habitual: “¿Cómo será eso no?”. Nunca dando todo por sentado, siempre cuestionando.

El escritor pasqueño Zenón Aira Díaz ha muerto hoy 13 de abril. Sin reconocimiento oficial, sin aplausos, sin la alegría de ver publicados sus libros sobre los cuales trabajaba con esmero y convicción. Hace varios años ya, la vieja casona en la que vivía se derrumbó sepultando material que almacenaba en una rudimentaria computadora. Entonces, además de recuperarlos, le apremiaba saber dónde iba a dormir. Lo sé porque aquella mañana lo acompañé a la Municipalidad Provincial de Pasco con una carta para que lo apoyaran. ¿Cuál fue la respuesta? El silencio. Se quedó esperando en una larga fila para ser atendido.

Durante muchos años Zenón Aira se ocupó de estudiar y presentar el espacio campesino a través de los relatos de su gente. Viajaba, fotografiaba, conversaba y escribía. Aprendió el oficio solo, por puro gusto, porque como él decía, era un curioso. Si hurgamos en la memoria a través de las costumbres en el ande, podremos llegar a entender que un curioso/a es aquella persona que conoce “los misterios” de la naturaleza en su relación con los seres humanos. Por ejemplo: curar, hablar con el cerro, leer las hojas de coca, etc. Y pienso que, llevado al plano intelectual, Zenón era un curioso que hurgaba en los misterios de la memoria de sociedades campesinas expresadas en las palabras de sus interlocutores.

Fue un intelectual autodidacta sí, se formó en imprenta, escritura, fotografía y sus escritos tienen grandes rasgos etnográficos. Fue autodidacta no porque lo hubiera elegido o nunca hubiera querido una formación “formal”, sino que no tuvo la oportunidad. En el campo donde él creció en época de hacendados la educación era nula y los derechos estaban negados, aún hoy derechos y educación son precarios, pero Aira no tuvo siquiera eso. Se las arregló y muy joven se convirtió en ayudante de imprenta y de ahí en adelante surgieron sus libros conocidos por varias generaciones pasqueñas a los que con gran tino tituló FANTASMANDINO. Tres series en los que se halla una treintena de relatos publicados en la década de 1970, y cuya temática es el terror y el miedo en los Andes. Pero el trabajo de Aira va más allá de ello, ya que fue también colaborador en diarios locales, publicó folletos con relatos y temáticas arqueológicas, fuera del trabajo inédito que vivió deseando publicar.

Cuando la intelectualidad local se refiere a sus libros y a su trabajo como escritor, siempre se lo llama “relatos orales” o “tradición oral” dejando entre ver un pequeño tufillo de inferioridad de estos al lado de la ficción (cuento o novela). Muchas veces se cree que un trabajo de acopio de este tipo de narrativas es algo fácil, algo así como ponerle la grabadora a la gente, decirle que te suelte un cuento y luego correr a casa para publicarlo con tu nombre. El trabajo de recopilación de tradiciones orales va más allá de ello e involucra, además ética y respeto por las poblaciones abordadas y su memoria compartida. Volviendo al trabajo de Aira, en realidad este desborda la pura recopilación, este es más complejo aun ya que transita por varios niveles. Los relatos de FANTASMANDINO y otros, sí provienen de la memoria colectiva, de narraciones orales que él extrajo de conversaciones, pero tienen un tratamiento especial. Aira nunca deja de decirle al lector dónde y quién le narró tal o cual historia, conserva la oralidad, interviene, pero no los altera a su capricho. El acopio de los relatos los realizó sin usar grabadora. Anota, recuerda, escribe, reescribe. Sus relatos en algunos casos tienen hasta dos o tres versiones, que podrían estar fusionando relatos que oyó de distintas personas. Lo que significa que hay trabajo de edición del material oral, de creación en tanto reescritura de lo que escuchó y anotó, remarco que no usaba grabadora. Esto lo diferencia en gran medida de quienes, a pesar de tener esa educación “formal” han pretendido durante años apropiarse de los relatos tradicionales, desconocer descaradamente a los narradores y/o narradoras y arrogarse la autoría de estos.

En el ámbito local se teje un “canon”, dicho canon de por sí es periférico en el ámbito de la producción nacional. El centralismo y la falta de capital para publicar relega el talento de escritores y escritoras como ha sucedido con Zenón Aira. Pero dentro de ese canon local, el pasqueño, el trabajo de Aira ocupó siempre un lugar periférico. Algo así como, una periferie dentro de la periferie. ¿Por qué? Razones puede haber muchas, anotaría aquí las que considero más evidentes, su extracción social y el tipo de literatura que desarrolló. Se podría decir que fue ubicado al margen de una “élite”. No fue un “letrado” cuyo conocimiento proviniera de una universidad. Es más, ese conocimiento desde espacios donde el saber replica modelos colonizados no es visto como tal, sino como puro y llano “folklore”, entendiendo ello como algo sin valor y vaciado de su sentido y valor original. Pero esa “élite”, enredada en sus propias disquisiciones, dándose de empujones entre sí, en muchos casos se aprovechó de su trabajo. Existen evidencias de plagio que el mismo Aira denunciaba en conversaciones, también otras modalidades en las que tomaban sus trabajos para reelaborarlos y lanzarlos con otra autoría, los que en muchos casos convertían a los textos en una especie de “alma en pena” vaciados de la sustancia que Aira solía inyectarles. Nunca supe que se lo haya invitado a una institución educativa superior para compartir su experiencia, metodología de trabajo y conocimiento sobre el espacio rural, el que conocía muy bien.

Hay quienes lo referencian, pero en los bordes de aquel canon, sin entenderlo a cabalidad ¿Cómo puede escribir en castellano una persona que piensa en quechua sino con una organización gramatical diferente a la hegemónica? Y no por ello eso constituirá un “hierro”. El trabajo de Aira da para un estudio amplísimo, oralidad, escritura, producto editorial independiente, ilustración, investigación.

Siempre estuvo a la espera de que una municipalidad o entidad cultural se interesara en la publicación de sus libros. Pero sincerémonos. En este país donde priman los egos; donde a las municipalidades les interesa más montar un show grotesco para que la gente se emborrache y olvide las miserias a las que las somete el sistema; donde las autoridades se coluden en actos de corrupción. Donde una municipalidad ganará más emitiendo permisos para bares nocturnos que promoviendo bibliotecas o espacios de lectura. En un mundo así ¿Qué cabida tienen las personas como Zenón Aira?

El año 2003, compartimos gracias a la COMUNA KORIPAMPA, un encuentro para narrar historias en la Comunidad de Rancas, aquella vez Zenón nos maravilló con la narración de dos relatos. Hasta ahora llevo en la memoria la frase que dijo al iniciar su presentación: “La leyenda no solamente es de un lugar, la leyenda es elástica como caminante. Las leyendas y los cuentos caminan , viajan”. Ahora que Zenón inició su viaje eterno, ya no hay pellejo negro que lo cobije para arrancarle el dolor o la enfermedad. Ahora ya lleva zapatos suaves y agüita fresca para el camino. Volverá quizá a aquella ciudad sumergida, de cuya población decía ser descendiente, en las alturas de Ninacaca.

Ahora serás APU al cual volver para dejar la ofrenda. Pero antes de partir, rocíanos con un poquito del polvo de estrellas que a esta hora te envuelve y sobre el cual navegas.

Adiós Zenón, mi querido Zenón.

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En la composición de fotografías: Zenón Aira en la Comunidad de Rancas.

Foto de portada: en el local comunal narrando (2003)

Foto 1: Aira en Huayllacancha, redactando para nota periodística (2010)

Las otras fotos son las portadas de sus tres series de FANTASMANDINO