El sábado Gisela Valcárcel y el domingo Andrés Hurtado, a través de sus programas, nos dieron ejemplos de cómo es posible ser racistas a nivel nacional con el aval del Estado peruano que hasta el momento no se pronuncia sobre la forma en que se han expresado estos personajes de la farándula peruana.

Gisela Valcárcel, quien no duda en defender sus ideas conservadoras, como lo hace cuando le preguntan si las personas LGTBI deberían tener derecho a casarse, o enfrentarse de manera abusiva con los concursantes de su programa que no están en igual situación de poder que ella, el sábado 28, aprovechando que le pedía perdón a la concursante Allison Pastor por tratarla mal y despedirla de su programa de forma prepotente, arremetió contra un gesto del primer ministro Guido Bellido: el chacchado de coca, una tradición histórica peruana por el gran valor regenerativo y antiestrés que tiene la considerada hoja sagrada de los incas.

Valcárcel, acompañada paradójicamente con la canción Let ib be de The Beatles de fondo, dijo: “No necesitamos un premier chacchando coca en el Congreso, no lo necesitamos así, premier, necesitamos respetarlo, y para que lo respetemos, usted se tiene que hacer respetar“.

¿Por qué a Gisela, con toda la ignorancia del mundo, le parece que es incorrecto chacchar coca en el Congreso, mientras los demás congresistas toman café todo el día? ¿Por qué una tradición andina completamente respetable y pacífica le genera esos aspavientos a la conductora? Y lo peor de todo es el uso de una afirmación completamente errada sobre el respeto. Nadie necesita “hacerse respetar” para ser respetado, el respeto es un derecho inherente a la persona humana y a su dignidad. Ese tipo de afirmaciones solo justifican la violencia que reciben las personas indígenas, campesinas, afrodescendientes, mujeres, LGTBI, las y los ancianos y los niños y niñas.

Hay que recordarle a la conductora que nadie tiene que “ganarse” ningún respeto, que todos debemos respetarnos como miembros de una colectividad que intenta vivir en armonía.

Acá la lista de sus humillaciones:

Acá más humillaciones:

Y acá su opinión sobre la Unión Civil en donde intentó esconder su homofobia con disfuerzos e incoherencias:

El caso Chibolín

Andrés Hurtado es otro caso de conductores de televisión que luego se la dan de opinólogos de la realidad peruana, incluso asumen la tarea de asesorar a políticos que los usan por su llegada a poblaciones populares, como sucedió con Hernando de Soto, quien siendo de clase alta, utilizó la llegada de Chibolín a las clases más empobrecidas del país para que voten por él. Como todos ya sabemos, no ganó.

El domingo, en su programa de asistencialismo social, Hurtado señaló que él hubiera querido ser blanco, que su padre era de descendencia española y su madre morena casi negra, por lo que salió él: “esta huevada”, en referencia a su color de piel. Como mensaje final para sus televidentes pidió “mejorar la raza”.

Ese tipo de mensajes, que llegan a miles de personas al mismo tiempo, dañan de forma permanente la autoestima de las personas racializadas que los escuchan, porque terminan haciendo creer una falsedad: que el color de la piel hace mejor a las personas. De esa forma van construyendo el discurso que sustenta desigualdades estructurales de las que intentamos librarnos hace dos siglos, y que permite y justifica que las poblaciones indígenas, campesinas y afrodescendientes sean duramente segregados e inferiorizados, quitándoles oportunidades de todo tipo: educativas, laborales, culturales, sociales.

Lo de Hurtado es la muestra de cómo los discursos racista afectan tanto la psique de las personas que terminan creyendo que son ciertos, y rechazando su identidad como lo hace él al despreciar sus raíces. No seamos como Chibolín, estemos orgullosos de lo que somos y no permitamos que el racismo en el Perú se siga fortaleciendo de esa manera, a vista y paciencia de las autoridades peruanas.