Acaba de estrenarse Soltera codiciada 2, de Joanna Lombardi, quien a pesar del esfuerzo de desligarse de la primera película, intentándole darle una mayor profundidad, priorizando el drama con temas complejos como el fin de la juventud y el proceso de superar una pérdida, no termina de cuajar ni distanciarse tanto de las producciones comerciales de Tondero.
Estamos ante una historia de treintañeras de clase media sin mucho vuelo, que se deja ver por algunas actuaciones (a resaltar Gisela Ponce de León, Jely Reátegui y Salvador del Solar), quienes viven en ambientes idílicos, con familias y novios perfectos, y sin problemas económicos en Barranco, el culmen del bienestar clasemediero de Lima, vendiendo cupcakes, de la promoción de un libro o de sus padres.
Tanta perfección o que sus principales problemas sean cuestiones tan heteronormadas, como tener la boda perfecta o ser madres, son inverosímiles, aunque el uso constante del sufijo “azo” en varios diálogos nos hacen suponer que sí existen, están ahí y no sirven para mucho más que hacer ejercicios e ir a fiestas.
En un solo diálogo entre la soltera codiciada y su affaire del momento podemos escuchar “bravazo”, “malazo”, “planazo”, “buenazo”, lo que nos permite identificar a esta clase social específica que no tiene mucho para dar, a pesar de que sus vidas son retratados una y mil veces en este tipo de producciones.
Y son estas películas las que mejor la reflejan: bellas por fuera, vacías por dentro, desenvolviéndose en un mundo de gente blanca, de mayoría hetero, de hipsters y pretenciosos personajes barranquinos, y que también son despreciados por una clase social más alta que ellos, que no necesita escribir autoayuda, hacer pequeños emprendimientos o trabajar todo el día, algo que sería interesnte ver retratado en el cine. Conflictos ausentes en el cine nacional de gran presupuesto en donde las burbujas no se cruzan.