“Susy, una vedette en el Congreso” no tiene ninguna pretensión de competir en festivales y eso es, quizás, lo que le da un gran mérito a un trabajo hecho con ánimos de expresar muchos mensajes, entre ellos uno abiertamente feminista, así esa no suela ser la intención de las pocas directoras de cine que tenemos, que suelen huir, sobre todo, de esta categoría.

Pero ‘Susy, una vedette al Congreso’ es una película que reivindica a una de las figuras más disruptivas de nuestra sociedad, que se enfrentó con sus propias armas a los prejuicios, la discriminación, el machismo y la misoginia, en tiempos en donde apenas se podía atisbar el empoderamiento de las mujeres, en donde las mujeres en política tenían que ser duras, malas y como los hombres para sobrevivir, ejemplos de eso hay cientos.

El antes y después del paso de Susy Díaz por el Congreso se merecen una docena de tesis, documentales, películas de ficción y series, y es una pena que eso no haya ocurrido, así que qué bueno que un equipo conformado por mujeres (Liliana Álvarez en la dirección y el guion, Ibeth Pilco en la producción, Alicia Mercado en el papel protagonista) se animara a contar esta historia, resaltando puntos críticos en la carrera de la excongresista, exvedette y ahora ícono popular e influencer con millones de seguidores en el Perú y el mundo, que no ha dudado ni un minuto en ser como es, en exagerar lo que no es y en divertir con su creatividad a un país entero, siempre jugando con el doble sentido, la sexualidad exuberante y la libertad de ser como queremos ser, para que la vida no nos viva.

En tiempos en que era imposible denunciar a los hombres poderosos, mucho menos si eran congresistas, Susy Díaz se atrevió a hacerlo, primero disimuladamente, como cuando una y otra vez la amenazaban con sancionarla y ella dijo públicamente: “Si me quieren levantar, que me levanten, yo no tengo ningún problema”, aludiendo al pedido de levantamiento de la inmunidad parlamentaria, como al deseo expresado por varios congresistas, desde el avance más ramplón hasta la violencia más feroz, de acostarse con ella. “Pensaban que como era vedette también era calzón flojo”, dijo en una entrevista, cuando señaló a cinco de sus acosadores. Su denuncia pública hizo que estos congresistas dejaran de molestarla.

Y eso se cuenta en la película, y mucho más. Entre sus intentos por cumplir sus promesas (como regalar su primer sueldo en una de las zonas más empobrecidas de Pamplona y ayudar a los comedores populares) hasta su lucha para que no le archiven sus propuestas, sobre todo para proteger a las mujeres de la violencia y a los artistas del abandono del Estado, en medio de la altanería y la continua falta de respeto a su humanidad, Susy Díaz demostró lo que todos le exigían que demostrara con burlas, miradas y palabras llenas de soberbia, cinismo y subalternización: que era una mujer capaz, como muchísimas mujeres sin diplomas, ni estudios, pero con toda la sabiduría que puede dar el mirar al otro como un igual.

Punto aparte merecen la actuación de Alicia Mercado, entregada totalmente a su personaje, entre inocente y paródico, incluso con la misma voz de Susy muchas veces, divertidísima en su ingenuidad y comprometida en sus momentos más duros; y la inclusión de su amigo y asistente, su soporte emocional frente al brutal trato que le daba el Congreso peruano, al que rápidamente reconoce y le pide que se libere, y a quien vemos soñando con ser lo que realmente es: una mujer. Todo ambientado en los salones de la Municipalidad de Lima, paradójico si recordamos que hace poco nuestro ultraconservador alcalde se quejaba porque en un afiche de un festival de cine de la diversidad sexual a Santa Rosa le habían puesto una corona multicolor.

Ahora, entre una mujer que no suelta una oración sin aludir abiertamente a una vida sexual plena y las travesuras sexuales del asistente detrás de las antiguas mesas en donde alguna vez almorzara Ribera, el Viejo, se cuelan por doquier, entre los profundos intersticios de la frágil moral católica, aquello que los más mojigatos quisieran ocultar: la plenitud y el placer de vivir así nos hayan “arrechazado” nuestro corazón.

Como anécdota final, siempre es bueno recordar que Susy Díaz hizo un proyecto de ley para que las personas homosexuales puedan tener derecho a formar una familia, allá en 1996, cuando la homofobia campaba a sus anchas, y cuando pocos, por no decir nadie, decía abiertamente que apoyaba a la comunidad LGTBIQ+, por el miedo a ser considerados como nosotros. Habrase visto.

Valiente como pocas, cuando pisó el palito de la corrupción, pagó su deuda con el Estado, pero sobre todo con la sociedad, recolectando el dinero al vender besos a 1 sol: “Son 200 mil soles que he pagado al Estado, es bastante, me he caído y sola me estoy levantando. Un poco más camino en la calle sin ropa, porque no tengo qué ponerme, no me compro vestidos y ando con el mismo zapato. Hay gente que tiene más dinero que yo y que pueden pagar la reparación civil, pero no lo hacen”.

Que haya Susy por mucho tiempo más.