Este 26 de noviembre se comunicó el fallecimiento de Bernardo Bertolucci. El director de cine italiano, que ha dejado para la posteridad películas como Novecento, El conformista y El último emperador, falleció en Roma a los 77 años de edad, pero en tiempos en donde las mujeres ya no callan, lo que más se recuerda de él, aparte de sus películas, es la forma en que violentó, junto con el actor Marlon Brando, a la actriz María Schneider, quien en entrevistas posteriores señaló haberse sentido humillada y violada, luego de que no se respetara el guión de El último tango en París (1972).

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Según Bertolucci, decidió “no informar a María del uso de la mantequilla para que tuviera una reacción espontánea a ese uso impropio”.  Luego añadió que “no quería que María fingiese la humillación, quería que la sintiera”. Todo esto, evidentemente, es una forma de violencia a la que estaban acostumbrados muchos directores en la historia del cine, e incluso directores de estos tiempos no escapan de ello, que suelen maltratar a sus actrices para que todo sea más “realista”.

Tal vez ahora suceda “menos”, sobre todo en lugares en donde la voz de las mujeres tienen más presencia, peso y capacidad de incidir en la opinión pública, lo que no significa que no siga pasando, porque estructuralmente el poder de decidir y de acceder lo tienen los hombres.

Con el fin de despejar las dudas acerca de lo que realmente sucedió en esas escenas de una película tan icónica, porque en el Perú representaba el fin de la censura en los tiempos de dictadura, recurrimos a dos críticas de cine feministas que han escrito sobre el tema.

Mónica Delgado, directora del Cineclub UCH y del a web especializada en cine Desistfilm

Hoy en redes leí bastantes inexactitudes sobre ese caso. Leí, por ejemplo, que Maria Schneider fue violada y que fue tan traumático que jamás volvió a actuar, pero ella hizo una carrera amplia y actuó en películas hasta 2007 aproximadamente. Ella murió en 2011, murió mayor, porque también leí que se había suicidado por no haber soportado la violación, o sea, lo de Bertolucci es asqueroso, pero como explotación laboral y sexual. 

Lo que María Schneider denunció en una entrevista en 2007 es que se alteró el guión y se sintió humillada en la ya famosa escena de la mantequilla en una película que considero ha envejecido bastante. ¿Fue violada? No. Lo que sí puso en evidencia es que sigue existiendo para las mujeres un tipo de sometimiento en los rodajes, donde no solo se les exige salir desnudas en escenas que al final nunca aparecen en el corte final, se les pide hacer “pruebas” con los directores antes de filmar las escenas con los actores, o se les ignora en el mismo proceso de la dirección misma, siendo unas muñecas o simples maniquíes para moldear o untar con mantequilla. Así como lo hizo Bertolucci en complicidad con Brando, así sigue pasando en la actualidad (y en Perú también, imagino). Ya hace poco actrices en films de Kim Ki duk lo denunciaron por ser violento y agarrarlas a cachetadas. ¿Quiénes más?.

Pilar Aguilar, ensayista, investigadora, escritora y crítica de cine y televisión

Almodóvar/Bertolucci: dios la cría y ellos forman piña… 

“Esta escena no estaba en el guión original. A Marlon se le ocurrió la víspera. Me lo dijeron justo antes de rodar la escena y me rebelé. Tendría que haber llamado a mi agente o a mi abogado porque no se puede obligar a nadie a hacer algo que no está en el guión, pero yo entonces no lo sabía. Marlon me dijo: “No te preocupes, no es más que cine”. Pero durante la escena, aunque yo sabía que lo que Marlon hacia no era real, mis lágrimas sí eran reales. Me sentí humillada y, hablando con franqueza, tuve la impresión de ser violada por Marlon y por Bertolucci. Después de esta escena, Marlon no me consoló ni se disculpó. Menos mal que solo hicieron una toma.”

Yo creo que está clara la situación: una chica joven, 19 años, desconocida, aspirante a actriz que, de pronto, se ve rodando bajo las órdenes de un director prestigioso (cuatro largometrajes entre los que estaban, Prima della rivoluzioneLa estrategia de la araña y El conformista) y formando pareja con Marlon Brando, figura mítica de Hollywood, estrella mundialmente famosa, treinta años mayor que ella.

O sea, María estaba en una situación manifiesta de inferioridad psicológica y social.

Llega al set de rodaje y le anuncian, así, por encima, lo que piensan hacer. Aún sin contarle los detalles, a ella le desagrada y no quiere rodar esa escena. No quiere, pero tampoco sale corriendo. Podemos entender la presión que sufrió, su miedo, su agobio, su confusión, su aturdimiento (es “solo cine”)… Luego, cuando ruedan, cuando ella ya está debajo de Brando y este la aplasta literalmente con su cuerpo y monta el número de la mantequilla, Maria se da cuenta de que la escena es mucho peor y más violenta de lo que le habían anunciado… Y sí, se siente humillada y violada. Y llora.

Técnicamente no hubo violación, cierto, pero sí abuso y violencia. Y eso no se puede negar. No solo lo dijo Maria, no solo lo decimos las feministas, lo dijo el propio Bertolucci en declaraciones a ELLE: “La secuencia de la mantequilla es una idea que tuve con Marlon la víspera del rodaje. No se lo dijimos  a María para que reaccionara de forma espontánea. Quería que reaccionara como una mujer, no como una actriz. Pienso que nos odió a los dos por no haberle dicho nada”. Y lo dijo tan pancho y tan satisfecho.

De modo que en este asunto, hay dos ejes:

  1. Lo que pasó realmente durante el rodaje, lo que hicieron y sintieron las personas de carne y hueso que allí estaban. Al analizarlo, la conclusión es clara: si bien técnicamente no hubo violación, sí hubo una agresión con agravante de abuso de autoridad y poder. No podemos justificar diciendo que solo se trataba “de cine”. Lo que vemos es cine, sí, pero el rodaje no lo era. Si un actor, rodando una película, cae por una ventana y se rompe un brazo, se lo ha roto de verdad. Si en vez de caerse, otro intencionadamente el empuja, estamos ante un delito ¿o basta con que le coloquemos a una agresión el cartel de sexual y, para mayor inri, se refiera a una mujer, para que ya no nos lo parezca?
  2. Otro aspecto que es preciso examinar es cómo se representa la violación en el cine. Ya analicé esta cuestión en: http://pilaraguilarcine.blogspot.fr/search?q=la+violaci%C3%B3n

Aunque en el artículo lo aplico concretamente al cine español de los años 90, su funcionamiento es general. Y la base que no se puede obviar es ésta: el significado de un relato no está en lo que se muestre sino en cómo se muestre. Lo que importa no es que, por ejemplo, que se vea una guerra sino la mirada que sobre ella se construya. Eso es lo que hará un film pacifista o un film de glorificación bélica.

Otro aspecto que no se puede olvidar: el relato audiovisual es especialmente poderoso para fabricar puntos de vista, crear líneas de identificación-proyección, suscitar emociones complacientes o de rechazo con lo que se narra. De modo que el problema no reside en mostrar o no violaciones sino en mostrarlas de modo que nos resulten inanes, placenteras, dramáticas, divertidas, crueles, eróticas, etc. etc.

Estos principios básicos los sabe cualquiera. No digamos nada de si los sabe Almodóvar…

Pero hace como que no se entera y dice: “No es justo lo que le está pasando a Bertolucci. Sobre todo si tenemos en cuenta que se trata de una película que habla del deseo. La película va de eso. ¿Vamos acaso a tener que hacer películas sin escenas físicas de sexo? Espero que no. Me rebelaré contra eso”.

O sea, Almodóvar suelta una patochada: la película “habla del deseo”. Así, del deseo sin más… Sin preguntarse del deseo de quien y ni de qué…  También M, el vapiro de Dusseldorf habla del deseo. Muchísimos films hablan de deseo. Del deseo de matar, de cambiar el mundo, de construir o de destruir, de ser feliz amando, de descubrir, de torturar, de hacerse rico, de tener hijos, de viajar, etc. etc. Es absurdo justificar el deseo sin más. La bondad o no bondad del deseo depende de qué, quién, cuándo, por qué, de sus consecuencias…

Y si estamos en una representación depende, sobre todo, de cómo se muestre.

Y no contento con eso, Almodóvar añade esa otra patochada sobre “escenas de sexo”…

Es como si dijera: “Vamos a tener que hacer escenas sin que salgan negros”. A ver, genial director: que nadie te prohíbe ni las escenas de sexo, ni de carreras de coches o de peleas, ni de negros, judíos, moros o gitanos. Puedes hacer todas las pelis que quieras mostrando como los negros son humillados, puedes hacer pelis mostrando a los judíos siendo llevados literalmente al matadero pero si lo muestras con regodeo complaciente, con cachondeo, con voyeurismo erotizante, de modo que resulten escenas intrascendentes, frívolas, divertidas, insustanciales, agradables, deliciosas o sexis, no esperes que te aplaudamos. Bueno, te aplaudirán los más enardecidos nazis y racistas, no la gente de bien.

Pues lo mismo con las violaciones: si solo dan pie para el jujú, jijí (o peor) que Almodóvar tenga por seguro que lo criticaremos, por muy famoso y enaltecido que esté.

Desgraciadamente, muchas personas que lo ven claro respecto a los negros, los judíos, a los árabes, a los emigrantes o a los refugiados, siguen sin verlo claro respecto a las mujeres. Violar a un refugiado está mal pero si es una refugiada… no sé, parece otra cosa ¿verdad? además, puede que ella provocara de alguna manera la situación, incluso puede que a ella, en el fondo, le guste. O puede que ella termine enamorada del violador. Eso creo que ocurre en Juego de Tronos ¿no?

Y ahora van todas las mentes patriarcales y me sueltan muy dignas aquello de “¿Es que no se pueden mostrar las cosas con humor?” (que es, por otra parte, como suele mostrar Almodóvar la violación) y yo digo: por supuesto, claro que sí, pero, para variar, innovad vuestro humor: cesad de mostrar violaciones a mujeres y empezad a mostrar divertidos episodios donde nos podamos reír viendo como los etarras torturan a algún concejal que otro. Mostrad desternillantes anécdotas de señores tirándose de las Torres Gemelas para huir del fuego, por ejemplo…

Venga, sed originales.

Pues sí, me parece patético que Almodóvar se haga el loco, el ingenuo o el tonto (cuando no es ninguna de esas tres cosas) y olvide lo que pasó en aquel rodaje, sostenga que “pelillos a la mar” o parezca ignorar que cualquier peripecia se puede mostrar de mil formas que van de la complacencia absoluta al rechazo total.

Pero a mí las palabras de Almodóvar no me extrañan. Lleva toda la vida considerando la violación como un detalle sin importancia, un asunto divertidísimo cuando no un milagroso método curativo.

Sobre este posicionamiento de Almodóvar ya escribí otro artículo que también podéis encontrar en este libro.

(Este texto apareció originalmente en Tribuna Feminista).