Escribe: Astrid Arbildo

Estos días todos hablan de la valiente Greta Thunberg, del inicio de su gesta solitaria reclamando acciones de los Estados y organismos internacionales para cambiar las políticas que permiten que nuestro planeta se siga depredando sin control. La vemos en todos lados dando discursos contra un sistema que mercantiliza y destruye todo. Su voz está presente en conferencias, fórums y cuando evento internacional sobre el cambio climático se nos ocurra, y millones jóvenes han empezado a movilizarse en el mundo inspirados en sus acciones.

Hoy, Greta Thunberg es una joven mujer en medio de los reflectores y su indignación se topa contra un muro de hipocresías entre funcionarios, presidentes, ministros y personas con poder de decisión en el mundo que hablan de cambio climático, pero no toman ninguna decisión importante y trascendental para contrarrestar sus efectos. A pesar de ello, la voz de Greta también es fuego que enciende y moviliza a millones.

Greta no es la única, antes de ella Berta Cáceres, Máxima Acuña y Ruth Buendía han luchado para defender la tierra y sus medios de vida de las garras de quienes destruyen todo a su paso sin importarles las gravísimas consecuencias a las que nos puede llevar este modelo de desarrollo que se sostiene en la mercantilización de todo y el consumo indiscriminado. Las mujeres estamos siendo protagonistas en esta lucha contrarreloj por salvar nuestro planeta, pero somos también vulnerables a las consecuencias del cambio climático. 

El cambio climático ha sido, las últimas dos décadas, el gran desafío al que nos enfrentamos como humanidad y que nos ha llevado a repensar nuestro modelo de desarrollo y abrazar formas distintas de relacionarnos con el mundo. El cambio climático no es más una hipótesis, es una realidad que golpea a los más vulnerables del planeta, entre los que se encuentran millones de mujeres. El cambio climático es también una cuestión de género.

Las mujeres somos más vulnerables a los efectos del cambio climático, sobre todo en países como el nuestro, encasillados en la nomenclatura “en vías de desarrollo”.  Las mujeres del mundo están expuestas a mayores riesgos cuando hablamos de las consecuencias del cambio climático. Esto se debe a distintas razones, entre las que se encuentra la pobreza, el acceso recursos básicos y la relación con las actividades económicas a las que dedican las mujeres en el mundo rural.

Un informe de ONU Mujeres ha puesto sobre la mesa lo siguiente: las mujeres se encuentran en mayor proporción que los varones en situación de pobreza y pobreza extrema, el número de niñas y mujeres que viven con menos de un 1,9 dólar al día son de 330 millones. Por cada 100 varones en esa situación, existen 104 mujeres viviendo en precariedad material.  

Asimismo, más del 50 % de mujeres y niñas que habitan zonas urbanas de países del sur global, viven en condiciones donde carecen de, por lo menos, uno de los siguientes recursos básicos: agua limpia, instalaciones sanitarias, una vivienda digna y un espacio suficiente para vivir. Adicionalmente, si hablamos de las mujeres del mundo rural, veremos que se dedican en mayor medida a actividades como la agricultura y dependen de recursos naturales ven sus medios de vida gravemente afectados por incendios forestales y la depredación de sus tierras por grandes corporaciones, quedando expuestas a gravísimas situaciones de precariedad.

Todos estos hechos colocan en situación de riesgo a millones de mujeres, quienes viviendo en precariedad son incapaces de enfrentar o protegerse las consecuencias del cambio climático, las mismas que ya han empezado a manifestarse en sus vidas.