El día lunes 21 de febrero, la Corte Constitucional de Colombia declaró la despenalización del aborto en todos los casos hasta la semana 24 de gestación y después de este tiempo tampoco será punible en los casos de peligro para la vida y salud de la madre, en el caso de una malformación del feto que haga inviable su vida y cuando el embarazo sea producto de violación o acciones no consentidas.

De esta manera, Colombia se coloca a la vanguardia en el área de los derechos de las mujeres de niñas respecto a su cuerpo.

¿Por qué nos alegramos las feministas cristianas por esta sentencia?

En nuestros continentes, las mujeres sufren de violencia constante a todo nivel, desde las escuelas con materiales educativos sin enfoque de género, la discriminación respecto a los puestos de trabajo, la imposición de estándares éticos, estéticos, morales más estrictos; además de la violencia cotidiana, acoso, agresiones, violaciones y feminicidios. La trata de personas de mujeres es un delito terrible, que genera ingentes ingresos para los delincuentes y las autoridades corruptas que los que los cubren.

En nuestros continentes, las mujeres libran una guerra defensiva por su salud, por su integridad, por el derecho a decidir sobre sus cuerpos, por su libertad y sobre todo por su vida. Las iglesias cristianas mayoritarias sostienen esta misoginia social y reproducen en su interior la violencia y la discriminación y existen numerosos movimientos fundamentalistas relativamente nuevos, que se unen a las iglesias tradicionales contra los derechos de las mujeres.

En este contexto de violencia y amenazas fundamentalistas, la decisión de la Corte de Colombia es un luz de justicia.

Esperemos que, como en Chile, junto a la despenalización del aborto, se den las medidas de educación sexual y reproductivo, de medidas de acceso universal y gratuito a métodos anticonceptivos, de protección y apoyo a las primeras infancias y a sus madres.

La prohibición a abortar no ha disminuido los abortos, solamente empuja a las mujeres a la clandestinidad, sobre todo a las mujeres pobres o muy jóvenes. Abortar siempre ha sido una cuestión de dinero en nuestras sociedades las mujeres con capacidad económica han abortado independientemente de sus discursos hacia afuera.

Como muchas veces hemos repetido, una semilla no es un árbol, un huevo no es una gallina, un embrión no es una persona. Todos son proyectos de vida que se dan en el tiempo y bajo ciertas condiciones, sin las cuales todo quedará como una posibilidad que no se cristalizó.

Ninguna mujer aborta por deporte, por placer, de manera frívola. El aborto es producto de una decisión seria y compleja, porque un embarazo abre una expectativa buena o mala, pero siempre de un cambio radical. Decidir interrumpir un embarazo implica siempre sopesar la propia vida, sopesar las propias fuerzas, sopesar los propios planes de vida. Nadie puede quitarle a las niñas y mujeres su derecho a decidir sobre su propio destino. Las mujeres creyentes sabemos que nuestra Divinidad nos ama y nos quiere proteger de toda violencia y mal, como a toda su creación.

Los cuerpos de las mujeres están listos a dar vida cada mes durante 30 o 40 años, pero son las circunstancias, la biología, la razón y el corazón las que permiten o no que esto suceda y así debería ser siempre. Nuestra Divinidad nos ha dado esa capacidad de optar por diferentes modos de vida y dar vida no debe ser una tortura nunca.

Las cristianas feministas creemos que nuestra Divinidad está de nuestra parte, quiere que desarrollemos con todos nuestros dones y ejerzamos nuestra voluntad sobre abrir la posibilidad de dar la vida a otro ser humano; abortar es también ejercer nuestro derecho y sabemos que las mujeres de fe también abortan.

Que nuestro amado Jesús, nuestro amigo, hermano y maestro nos siga acompañando en esta lucha por los derechos de las mujeres y todas las personas con capacidad de gestar, que la Ruah nos dé la fuerza para denunciar la hipocresía del capitalismo asesino, que se disfraza de “provida”, pero sacrifica las almas y las cuerpas femeninas en el altar de la maternidad obligatoria.