Escribe: Yasijah Anco

Ayer supe que una amiga se fue. Una compañera bellísima, inteligente y sabia, la conocí en un momento en que me sentía muy triste por un robo, su cuidado, su empatía fueron tan genuinos y reparadores que establecimos una amistad y compañerismo en algunos espacios en que coincidíamos, hace bastante tiempo que no sabía de ella de forma permanente porque cambió los rumbos de su vida de formas aún más asombrosas y valiosas. Ella ahora es la tercera amiga que yo tuve que se fue de la misma manera. Amigas a las que yo digo que les fallamos, que le fallé.

Hoy para mí ha sido muy difícil levantarme y mirar con cariño todo, hoy no pude agradecer, hoy me duele la vida y me asusta. Aprendí que los espacios seguros no existen hace tiempo, años, he estado de ambos lados de la acusación, alguna vez me pareció estar de acuerdo con las opiniones de que a ciertas personas se las debe retirar de espacios, juzgaba con rapidez, me involucraba poco en el detrás de o tenía miedo o no tenía todos los “cómo”, aún ahora no tengo todas las respuestas, pero si la experiencia de que eso solo daña más.

Con el tiempo me pregunté, ¿dónde sanan las personas que han sido denunciadas? ¿A dónde van a sentipensar sus conductas? ¿Quién está ahí para acompañarles con la crítica, con los valores, con los parámetros de quienes decretaron su expulsión?

Y tiempo después una amiga fue denunciada, recuerdo que hablé en más de una ocasión de esto con Orbital, le dije que aceptaba los hechos, lloré mucho de hecho, que a la víctima se la respaldaba, le creíamos, e igual iba a quedarme al lado de esta amiga para acompañarla en su proceso de aceptar, vivenciar sus responsabilidades, mirar su historia, porque nada es lineal, no se origina en un solo momento y sí, aunque no nos guste la respuesta, hay una historia/causa que ayuda a explicar nuestras conductas, acompañarla y no aislarla, hostigarla, sentenciar, porque no creo en los jueces, porque no quiero ser una.

Estuve al otro lado, señalada como apañadora, en medio de exigencias, comentarios, hostilidad, sin tener claro cómo ayudar, cómo acompañar en una situación así, no era su terapeuta, sino su amiga, todo mi conocimiento se desdibujada cuando también estaba vivenciando mis propios procesos emocionales afectada por todo ello y mis propios asuntos personales que en ese entonces eran muy complicados y violentos, pero manteniendo claro dónde sí quería estar, aprender, cuidar, responsabilizarme de mis afectos, de mis vínculos y no desechar como si no se tratara de seres sintientes y como si no nos atravesaran a nosotras toda nuestra vida violencias que reproducimos, desde un lugar responsable o desde la negación.

Creo en los vínculos no porque estén libres de errores, sino porque creo en la capacidad de reparación y en nuestra capacidad de aprender a hacer eso. Fue un aprendizaje muy duro y doloroso, del que no me arrepiento ni un poco. Desde mi mirada no hay espacio seguro mientras una no se responsabilice de lo que pase en ese espacio, sin idealizarlo, flexible a asumir responsabilidades y no desechar vínculos, un espacio seguro no existe per se. Solo si afirmamos que queremos construir un espacio de constante búsqueda y construcción de seguridad podremos ver que siempre estamos en el camino, que la meta es lejana porque si miramos bien en qué planeta vivimos y cómo es que somos los seres humanos, entenderemos que las violencias son complejas y se nos han colado en las situaciones más gráficas y visibles y en aquellas donde un par de ojos no son suficientes, sino el colectivo y el compromiso de no haber superado algo que ni se habló, ni se buscó sanar, etc.

Un espacio seguro no es uno que exista solo porque lo queramos, es uno en constante construcción y en el que todas nos hacemos cargo de lo seguras o insegurxs que estamos, porque puede fallar, porque la violencia se nos coló y el ego también. Una vez más seguimos levantando ideales, rebeldías, objetivos y deseos de cambio sin desempolvar toda la telaraña dentro, porque queramos o no estamos expuestxs a múltiples formas de invalidación y violencia, en casa, en el barrio, en la escuela, en el trabajo, en la familia extensa, en los espacios colectivos en los que solo estamos de paso (bus, centros comerciales, establecimientos, la calle). Sin mencionar la gran probabilidad de que hayamos vivido trauma y algunas personas desarrollado estrés postraumático como trastorno por nuestras condiciones de vida, más aún en Latinoamérica. A dónde vamos a tejer si no reconocemos que la violencia tiene hilos muy sutiles.

Entonces, ir levantando ideales, objetivos y causas sin mirar siquiera si aquel compañerx con quien estoy “luchando” codo a codo, ¿comió hoy? ¿ha llorado? ¿está lidiando con una adicción?, ¿tiene formas de relacionarse que podrían mejorar?, y preguntarme todo esto a mí misma/misme y luego apostar, decidir a quién conocer y con quien dejarme conocer, mis dolores, mis tristezas, mis alegrías, queremos comprometernos a levantar ideales revolucionarios que cambian nuestras vidas, mas no estamos revolucionando la forma en que nos vinculamos, no estamos derrumbando viejos patrones, solo estamos eligiendo formas diferentes de castigar, de aislar, de señalar, ¿a dónde estamos desterrando a las personas? ¿para qué? ¿de qué formas? No tenemos idea de lo que llevamos dentro nosotres mismes, no tenemos idea de lo que vivieron los nuestros, mucho menos a quienes acabamos de conocer/ver.

Cómo hacemos cuando reproducimos al sistema exigiendo a todas las personas los mismos esfuerzos emocionales cuando algunas personas tienen una sensibilidad diferente, una condición diferente al vivenciar sus pensamientos, sus emociones y resolver sus conflictos.

Cuando a alguien no se le permite entrar, asistir, pertenecer a un espacio por “salvaguardar la seguridad” ¿a dónde se le está enviando? Decimos a dónde NO pertenece, pero somos conscientes ¿a dónde sí? ¿Nos lo preguntamos siquiera? ¿Nos importa? ¿Es solo eso construir? Aislar, desterrar, señalar. Cómo puede un espacio ser seguro si no hablamos desde qué mecanismos queremos responsabilizarnos, si no hablamos y reflexionamos sobre el punitivismo, la inquisición, ¿cómo?, si no hablamos de que tenemos el sistema colado en nuestra mirada y dictamos sentencias y juzgar se nos hace fácil y nos engancha, que el sistema nos quiere alienadas/alienades y muchas veces lo ha conseguido.

¿Cómo ser honestas para mirar nuestras violencias, nuestras historias difíciles, traumas y las conductas que tenemos que cambiar si tenemos miedo de ser exluidas/excluides, castigadas, desterradas, señaladas? ¿Cómo ser honestas con lo que sentimos ahora y lo difícil que nos puede estar siendo lidiar con nuestros pensamientos, conductas, emociones, lo difícil que a veces se puede poner la vida?, ¿cómo sincerarnos si no es lo primero que mapeamos al querer construir?

Si algo he aprendido es que evitar hablar de algo, evitar asumirlo, evitar trabajarlo, evitar mirarlo, sentirlo, no es una solución, la evitación solo empeora todo. Primero aceptemos la inmensidad de los daños y desde ese lugar vamos a fortalecer nuestras capacidades infinitas de cuidado y sanación. Y así ojalá emerger con compasión, con amor, con empatía, emerger y construir sin que se nos cuelen estas violencias vividas.