Escribe: Karina Bueno

Las mujeres hemos sostenido por miles de años la economía de los cuidados, que implica el trabajo no monetizado y el uso de gran parte de nuestro tiempo para brindarle a las familias y la sociedad las condiciones fundamentales para vivir como  la gestión de la alimentación, la higiene, protección frente a amenazas, salud en primera línea, educación, socialización de la cultura, construcción de redes de afecto, habitabilidad del hogar y demás, todo ello de forma cotidiana e imprescindible y es que ¿quién puede vivir sin cuidados? Más aun cuando las personas no pueden cuidar de sí mismos/as por factores que obedecen a los ciclos de la vida cuando somos bebés, niños/as, ancianos/as, o por situaciones que nos colocan en circunstancias de vulnerabilidad y dependencia: deterioro de la salud como las personas con discapacidad, entre otros. El cuidado es una necesidad universal, todos y todas necesitamos de ella.  Tamaña labor de sostener la reproducción de la vida nos ha sido otorgada a las mujeres por obra y gracia del patriarcado, sin derecho a murmuración alguna, se nos ha exigido ser, por sobre todas las cosas, buenas madres y buenas mujeres para servir en casa. Según La Encuesta Nacional sobre Relaciones Sociales (Enares 2019), un 52.7% de encuestados respalda que la mujer deba cumplir primero un “rol de madre y esposa”.

Sin embargo, los tiempos han cambiado, el movimiento feminista ha forjado derechos para las mujeres, con ellos hemos ampliado nuestras posibilidades de trabajar de forma remunerada en ramas inimaginables de las economías diversas, aunque con mayor tendencia en labores remuneradas de cuidados fuera de casa, de lo que deriva la feminización de ciertas profesiones como trabajadoras de salud (enfermeras), educación, trabajo doméstico, venta de alimentos, etc.  Sin embargo, paralelamente, no hemos dejado de sostener la economía de los cuidados. La PEA ocupada en la categoría ocupacional ‘trabajo del hogar no remunerado’ aparece un 15.4% de mujeres frente a un 5.6% de hombres.

¿Qué ha significado/ significa que la económica de los cuidados repose en la explotación laboral de las mujeres antes y durante la pandemia?

Cerca del 84% de hogares biparentales en el Perú y el 81% de hogares monoparentales tienen niños pequeños menores de 6 años o personas dependientes de cuidado (enfermedad, discapacidad o adultos mayores inactivos laboralmente). La necesidad de atención de niños/as en casa se vuelca en una prioridad para la familia y dentro de ella para las mujeres. Ellas se ven obligadas a postergar otros proyectos a corto o mediano plazo en el mejor de los casos, ampliando la brecha de empleo entre hombres y mujeres en 10 puntos porcentuales, y cada hijo/a adicional en 5 puntos porcentuales más. Entre la población inactiva, el 59% de las mujeres señala el trabajo en el hogar como una de las razones de dicha situación frente a tan solo el 18% de hombres en inactividad por la misma razón.

Que las mujeres asumamos la mayor carga de cuidados en el hogar, relega la empleabilidad y acceso a ingresos propios, pero, además, estamos sujetas a mayores dificultades para procurarnos de más herramientas académicas y técnicas, acceder a puestos de poder en el espacio laboral y con ello a las remuneraciones a las que sí acceden nuestros pares masculinos. Si analizamos con mayor profundidad, en correspondencia con el débil empoderamiento económico, vemos afectados otros derechos: a organizarnos, participar en política, vivir libres de violencia, ejercer derechos sexuales y reproductivos, etc.

Y si colocamos la lupa en el trabajo de cuidados que realizan las mujeres rurales, encontramos que el 91% de mujeres afirman que son ellas las principales responsables del cuidado en el entorno familiar, frente a tan solo el 9% que asevera que es una responsabilidad compartida.

Hay que resaltar la particularidad de que las mujeres rurales del sur andino, en el marco de la cosmovisión andina “son criadoras de vidas”, mediante prácticas ancestrales cuidan de forma ampliada, no solamente a la familia y a los “trabajadores de la chacra”, sino también cuidan todas las expresiones de vida humana y natural: a los animales, los cultivos de la huerta y la chacra, el agua, los apus, la semilla, la tierra, cuidan a otras mujeres a través de la medicina ancestral, la relación con la pachamama o con la idea “del todo”, aquello que está en permanente interrelación y equilibrio.

La mujer rural desarrolla una gama más compleja de cuidados interdependiente dentro de la familia y dentro del territorio. El 77% de mujeres de comunidades campesinas en global, tiene una participación activa en todo el proceso productivo agrícola y ganadero, luego de preparar y abastecer alimentos, abonan la tierra con el estiércol de los animales que crían, siembran, riegan, retiran las hiervas, aporcan, cosechan, seleccionan la producción y las semillas, almacenan los alimentos para que alcance todo el año, venden parte de la producción en negocios y ferias para conseguir ingresos y hacen posible el fin último de la producción, preparan los alimentos. Además de ser cuidadoras son la fuerza de trabajo en la agricultura familiar agroecológica y juegan un rol fundamental en la soberanía y seguridad alimentaria. La sobrecarga de cuidados, el trabajo productivo invisible y otros factores encarnan para las mujeres una serie de barreras para el ejercicio de sus derechos en igualdad de poder y de condiciones que los hombres.

La pandemia por el COVID nos ha recolocado, a gran parte de la población, en el ámbito privado de vida durante la emergencia y actualmente en la llamada “nueva normalidad”. Y digo “recolocado” porque las condiciones en las que nos ha tocado el “Quédate en casa” han sido dramáticamente distintas a la cotidianidad previa a la pandemia, podemos mencionar, por ejemplo, la intempestiva agudización del cuidado de la salubridad frente a la amenaza del COVID, el tiempo de permanencia al día, y durante más de 100 días al interior de los hogares, el tenso encuentro en un solo espacio de al menos tres tipos de trabajo: los cuidados, el remoto y el acompañamiento educativo. Durante este periodo, rondó en el ambiente una idea global de salvaguarda de la vida, volcándose hacia la importancia vital de este espacio y de las dinámicas básicas que en esta se desarrollan, es decir, la economía de los cuidados, aunque no se la reconozca aún como tal. La pregunta necesaria ante esta constatación es ¿las dinámicas dentro de casa durante la pandemia son las mismas para hombres y mujeres?

Según una encuesta de Gender Lab “Igualdad en tiempos de Covid-19”, durante la pandemia, las mujeres se dedican al trabajo de cuidados un tiempo de 9 horas y 35 minutos al día frente a las 6 horas y 11 minutos que dedican los hombres. Esto es incluso con la mayor presencia de hombres dentro del hogar, se ha intensificado el desigual uso del tiempo en tareas de cuidado afectando principalmente a las mujeres. 

Las principales características laborales de la PEA femenina previa a la pandemia fueron de 75.1% con empleo informal y 44.2% con un salario y empleo fijo. El 29% de mujeres manifiestan que las responsabilidades en casa interfieren en el trabajo remoto, frente al 16% de hombres en la misma situación; el 40% de mujeres se han sentido ansiosas/ angustiadas porque no se pueden concentrar en el trabajo, frente al 25% de hombres en la misma situación. La división sexual del trabajo se ha perpetuado en, por lo menos, un tercio de las familias peruanas y en este contexto ha golpeado doblemente a la salud mental y a los derechos laborales de las mujeres aun cuando un sector pudo haber mantenido el empleo fijo.

Según la encuesta para padres de la MINEDU, el 55.5% global de mujeres frente al 13,1 de padres acompañan la educación de sus hijos/as por medios virtuales (TV, radio, computadora). Respecto al acompañamiento educativo de niños/as de inicial, la cifra asciende al 75.6% de madres acompañantes, mientras el de padres es menor: 11.6%.

Como podemos apreciar, la carga de responsabilidades del cuidado y acompañamiento a la educación virtual, principalmente a niños/as menores de edad, se ha incrementado significativamente para las mujeres, situación que colisiona en cuestión de tiempo y energías con otras tareas del hogar, con el trabajo remoto o cualquier actividad de generación de ingresos.

Y esto tan solo por el lado económico, si tenemos en cuenta otro tipo de impactos, nos encontramos entonces con afectaciones a la salud mental producto del estrés generado, la violencia de género, los embarazos no deseados, entre otros. Esta es una de las mayores repercusiones negativas de género ocasionadas por la pandemia en la vida de las mujeres, acentuadas por las relaciones de poder y la distribución inequitativa de los roles de cuidado entre hombres y mujeres. ¿Las instituciones estatales con trabajadoras mujeres están teniendo en cuenta esta situación? ¿Qué pasará con las demandas educativas de los niños/as en casa ahora que en la nueva normalidad muchas mujeres deberán retornar parcialmente a sus centros laborales?

Hasta este punto nos hemos referido principalmente a los impactos de la pandemia en la economía de los cuidados y a las trabajadoras del cuidado en zonas urbanas que durante el confinamiento pudieron mantener un empleo. Es decir, el sector de mujeres que, a pesar del contexto de crisis, tiene una situación privilegiada frente a otros sectores de mujeres invisibles, informales, violentadas, retornantes, trabajadoras de limpieza, trabajadoras del hogar con y sin remuneración, jefas de hogares monoparentales, mujeres campesinas e indígenas ¿Qué será de ellas? Se hace necesario seguir indagando, escribiendo y visibilizando sus experiencias.

La pandemia ha develado la fortaleza de la que aún goza el sistema patriarcal, se ha retroalimentado en la división sexual del trabajo en un momento de emergencia afianzando la desproporcionada carga de la economía de los cuidados, el trabajo remoto y el acompañamiento educativo a los/as hijos/as en nuestros hombros, y pretende imponerse sobre las luchas a contracorriente por la igualdad que las mujeres bregamos con tanto ímpetu en todos los espacios.

Además, no ha adquirido reconocimiento, soporte ni flexibilidad alguna por la mayor parte de las familias, la sociedad y el Estado. Nuestros compañeros hombres han evadido una vez más la oportunidad de darle centralidad a los cuidados por una cuestión de responsabilidad ética y política; el Estado no ha asumido ninguna responsabilidad con la economía del cuidado ni con las trabajadoras del cuidado.

Es un momento clave para pensar, debatir y concretar la redistribución de la economía de los cuidados dentro de la familia, en la comunidad y el Estado; plantear políticas de centralidad de los cuidados como la base fundamental del bienestar social; impulsar propuestas de redistribución del tiempo laboral público en compatibilidad plena con el tiempo para los cuidados de la familia; desarrollar mecanismos para atenuar los impactos de género que nos deja la pandemia: flexibilizar los horarios laborales a mujeres y hombres con carga de cuidados, continuar con la prioridad del trabajo remoto para familias con hijos/as en edad escolar; delimitar y respetar los horarios de trabajo y de desarrollo personal; brindar bonos económicos a mujeres jefas de hogares monoparentales y con dedicación exclusiva al trabajo de cuidados gratuitos.

Fuentes consultadas:

  1. file:///C:/Users/USUARIO/Downloads/Encuesta%20de%20Igualdad%20en%20Tiempos%20de%20Covid19.pdf
  2. https://app.powerbi.com/view?r=eyJrIjoiMTEwNWIyOGUtNmIwNC00OGZkLTkwNTctMjk0NTczZGJlZGY2IiwidCI6IjE3OWJkZGE4LWQ5NjQtNDNmZi1hZDNiLTY3NDE4NmEyZmEyOCIsImMiOjR9
  3. http://www.mimp.gob.pe/files/Impactos-de-la-epidemia-del-coronavirus-en-el-trabajo-de-las-mujeres-en-el-Peru.pdf
  4. https://elcomercio.pe/lima/sucesos/cinco-menores-son-violadas-cada-dia-desde-que-empezo-el-estado-de-emergencia-violencia-contra-la-mujer-mimp-noticia/?ref=ecr