La impresionante actuación en dupla de Shakira y Jennifer López, iconos de la música latina, ha despertado una serie de cuestionamientos de feministas que señalan justamente que en la performance de las dos cantantes no hubo ni pizca de feminismo, no sin antes señalar que aman a JLo, a Shakira y al reggaetón.

Por un lado, han dicho que ella solo son entretenimiento para un público masculino blanco rico que ha ostentado la hegemonía del poder desde que son un imperio, y para una clase aspiracional que aspira a ser todo ello, despojando al reggaetón de su carga política. Por otro lado, señalan que no hay ningún empoderamiento de la mujer si siguen saliendo medio desnudas a menear el trasero bailando reggaetón, si siguen pintándose el pelo para ser “bonitas” o si siguen creyendo que cuando dos mujeres se abrazan automáticamente hay sororidad.

Señalan que en el Super Bowl las mujeres siguen siendo cosificadas (vestidos diminutos, hipersexualización) y los hombres siguen siendo la expresión de la masculinidad tóxica (músculos, empujones, fuerza bruta, alaridos). Nos preguntamos en qué sociedades la mayoría de mujeres y hombres no performan la feminidad y la masculinidad de esa forma. Pedir un Super Bowl andrógino o no binario es un poco jalado de los pelos. Decirles a las mujeres, sobre todo a ellas, que no sean femeninas porque esa feminidad sirve a las estrategias del patriarcado para cosificarlas es autoritario.

Añaden que las mujeres tienen poca aparición en todo el evento deportivo, mientras que los hombres tienen el 90% (pero esta es una actividad precisamente de fútbol masculino, no se les podría poner menos). Que se han apropiado de un ritmo que no es latino (el reggaetón) y que le han quitado su contenido político (¿?), porque este nace de la pobreza. Al parecer todos hemos estado escuchando otro tipo de reggaetón o el reggaetón trova todavía no ha llegado por estos lares.

El problema con estas críticas es que se basan en la completa falta de agencia de las mujeres sobre sus actos, ellas, Shakira y JLo son vistas como víctimas del sistema y sin ningún tipo de responsabilidad sobre las decisiones que toman. Es como si fueran muñecas o robots. Si por un lado las cosifican, pues por el otro también. Para ellas, mujeres que han tenido que pasar por múltiples formas de violencia no solo machista, sino xenofóbica, estar paradas cantando y siendo aplaudidas por un público extasiado en el evento más representativo del espíritu estadounidense y ser reconocidas como grandes artistas es un triunfo. Ellas no han venido a moverle el trasero a los gringos ricos, han hecho lo que saben hacer desde hace más de tres décadas: interpretar su música, bailar, actuar y dejar a todos con las bocas abiertas.

¿Ellas le están cantando a Trump? No, le están cantando a medio Estados Unidos latino que se siente representado por estas dos mujeres, por su esfuerzo y por su éxito. ¿Han sido absorbidas por el sistema? ¡¿Quién no ha sido absorbido por el sistema?! Tal vez algunos monjes mahometanos (y lo pongo en duda). ¿Que son un divertimento latino soft para un público gringo? Preguntémosle cuánto han ganado y cuánto ganarán después de este show.

Mientras más mujeres latinas puedan llegar a la cúspide del éxito, otras más tendrán la oportunidad también de hacerlo. Ellas están abriendo puertas para que vengan otras más revolucionarias, más transgresoras, menos femeninas, con más ropa, con más kilos, con más lesbianismo, con letras reggaetoneras más políticas a reventar el sistema desde dentro. Sin estas mujeres que se cuelan en el sistema, el camino para las otras sería mucho más difícil. No está mal que las niñas latinas las vean a ellas como referentes, eso las hará más valientes y más fuertes, las hará soñar con alcanzar sus metas, las empujará a ser mejores. Lo que sí está mal es que siga viva dentro de nosotras esa monja que nos dice continuamente cómo debe ser una mujer, una feminista, el feminismo y la revolución. Sin la revolución por dentro, difícil que la hagamos afuera.