¿Por qué ha causado tanta molestia de la derecha política y la opinión pública machista los mandiles rosados de la campaña del Ministerio de la Mujer? La respuesta es bastante sencilla.
Primero está lo que simboliza un mandil en la sociedad. El mandil es un artefacto generizado, es decir, asociado a un género, en este caso, la mujer. Podemos pensar lo mismo de una olla, un set de maquillaje y unas tetas o un martillo, un tractor y una barba. Artefactos generizados, que en manos o cuerpos del género al que no se les ha sido asignado producen un trastorno social, porque la sociedad se piensa de forma binaria (hombre-mujer), a través de roles de género (la mujer manda en su cocina – el hombre manda en su cuartel) fortalecidos por la costumbre, la tradición, los discursos y las prácticas.
En ese sentido, cuando un género se permite hacer las tareas asignadas al otro, rompe con una escala de valores impuestos y genera que aquellos que defienden esos valores (tradicionales), supongan que el mundo se les viene abajo, su mundo. A través de los años, diversos movimientos sociales han ido cambiado esa estructura de valores pasados para amoldarlos a nuevas formas de convivencia. Los movimientos feministas, de la diversidad sexual, antirracistas, sindicales, indígenas, de personas con habilidades diferentes, nos han hecho notar que el mundo que había construido la masculinidad atada al machismo, fascismo, conservadurismo, racismo y más, no es un mundo bueno, ni necesario, y que era urgente cambiarlo.
En ese avance, las mujeres han ido posicionándose no solamente como seres humanos con derechos, sino con la capacidad de cuestionar aquello que origina su opresión: el patriarcado, base y marco de los privilegios de la masculinidad. Y eso es lo que ha intentado la campaña “Hombres por la igualdad” más o menos bien: ha descolocado el artefacto generizado “mandil”, un símbolo de la feminidad en sí mismo, de color rosado, otro símbolo de la feminidad fuertemente usado por los grupos fundamentalistas, y lo ha colocado en donde la sociedad le ha dicho que no “pertenece”, el cuerpo de un hombre. Pero no cualquier hombre: en un cuerpo militarizado, es decir, el más hombre de los hombres, un ser 100% hombre, que reúne todas las características que se esperan de la masculinidad: fuerza, valor, dureza, seriedad, autoridad, e incluso violencia y muerte.
Y aquí viene el segundo punto, que fue la razón por la que Phillip Butters fue suspendido de un programa en donde venía ya de tiempo ofendiendo a las mujeres y a los lgtbi en sus luchas: meterse con la masculinidad de un hombre que representa a las Fuerzas Armadas.
¿Cómo un machista cree que se insulta a un hombre? Diciéndole que no lo es, que seguramente es todo lo contrario, es decir, una mujer, el más alto insulto para cualquier hombre, un insulto profundamente machista porque asocia la categoría “mujer” a una situación indeseable, abyecta, deslegitimante, que humilla. Si un hombre es considerado una mujer está en serios problemas, es justamente ese entendimiento lo que genera que la masculinidad se construya sobre la base de la violencia, el hombre tiene que hacer todo lo posible para no ser considerado una mujer, y por eso no debe mostrar sentimientos, eso lo debilita; no debe llorar, eso lo feminiza; no debe ayudar, eso es indigno; y por lo tanto, no debe ponerse un mandil rosado, porque eso lo homosexualiza, lo convierte en mujer, porque para el machismo, ser homosexual es ser mujer, y no cualquier homosexual, sino el que es penetrado, el que ocupa el lugar que se le ha asignado a la mujer en el coito; debe defender su masculinidad frecuentemente cuestionada, muchas veces llegando al extremo de golpear, violar y matar mujeres.
Butters, un misógino, en su último programa dio cátedra de la más profunda homofobia posible, esa que intenta pasar por una sincera preocupación por lo que pueda sucederle a los militares que se ponen el mandil rosado: chantaje, extorsión, acoso. Butters pedía a gritos que salgan del clóset, total, ya habían hecho algo que los convertía en mujeres, solo faltaba verbalizarlo.
Pero Butters solamente es la versión más brutal de lo que piensan nuestros políticos. La mayoría imaginará que es la derecha bruta y achorada la que promueve la indignación hacia la mácula del uniforme militar, pero no, el machismo está en todas partes, incluso en gente realmente educada para pensar diferente, como Alan Fairlie, nuestro parlamentario andino, quien no dudó en pronunciarse en contra de la campaña al ver las fotos de militares en mandil: “Realmente se pasaron de la raya. Una cosa es sensibilizar frente a la violencia a la mujer (se logra con esos mandiles?), y otra, ofender a las Fuerzas Armadas. Quien lleva la batuta en esta campaña donde la ministra es una operadora? Tendría que haber una reacción contundente”.
Uno espera esto de Carlos Tubino, de Jorge del Castillo, o de Héctor Becerril, incluso de Karina Beteta. Ya no se puede confiar en nadie.
Pero no solo eso, Fairlie hace referencia a “la batuta”, esa vara con la que un director de orquesta dirige a sus músicos, un símbolo masculino de poder. Él se pregunta, ¿quién lleva la batuta? Pero no está preguntando quién dirige todo, lo que está afirmando es que la ministra no dirige nada. Frente a ello, ¿cuál sería la reacción contundente que espera? ¿Un pronunciamiento? ¿Que los militares quemen los mandiles como las feministas quemaron los sostenes, otro símbolo de opresión? ¿Militares oprimidos por las feminazis harán una marcha?
Mientras tanto, el Perú no deja de contar feminicidios, 81 actualmente, María Marleny Abad Reyes fue degollada por su conviviente el 19 de junio en Tarapoto. Un día sí y un día no matan mujeres aquí, pero a los políticos les importa más que no maten su masculinidad, tan frágil que tienen que salir a gritos a pedir que no les vuelvan a colocar mandiles rosados porque son muy hombres.