Hay un relato que se pretende instalar en todos los peruanos: aquel que nos dice que Castillo es el culpable de todos los males del país. Nos quieren vender el cuento de que esta es una crisis que radica en la ausencia de tecnócratas o de remoción de profesionales de sus cargos o a la ausencia de consensos entre las distintas fuerzas políticas. Estas son afirmaciones que invisibilizan un debate más profundo.

Lo cierto es que la situación por la cual atraviesa el Perú no es solamente una crisis coyuntural, es una crisis de fondo que arrastra casi 30 años desde la instalación del régimen neoliberal en 1992. Sería miope no reconocer que atravesamos las consecuencias de una larga crisis.

En el escenario actual, no debemos perder la perspectiva de que existe una estrategia golpista desde el día uno para vacar a Castillo. No son coincidencias las distintas acciones erráticas de la oposición: la instalación de un relato de fraude que llevó a un grupo de congresistas hasta la OEA, la creación de una comisión investigadora en el Congreso hasta la recientemente aprobada denuncia constitucional por las declaraciones de Castillo sobre el mar, declaraciones que hizo cuando no era presidente.

Claramente, estamos presenciando una estrategia golpista que se encuentra permanentemente buscando situaciones que justifiquen una vacancia. No los anima un espíritu moralizador, ni de decencia, únicamente quieren recuperar el poder que sienten que les ha sido arrebatado.

Lo que aquí decimos no pretende -en ninguno de sus extremos- ser complaciente con los errores o impedir investigaciones, al contrario, lo que queremos es no caer en las argucias de falsos moralizadores.

Estamos en una coyuntura que nos exige no sumarnos al corillo vacador y desde nuestra trinchera, continuar exigiendo la implementación de una agenda de cambios que no defraude las expectativas de los peruanos.