Escribe Alexandra Hibbett (PUCP)

Hoy martes 13 de diciembre iba a dar una charla en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, sobre “Por qué leer a Walter Benjamin”. Fue cancelada a raíz del momento de crisis social y político que vivimos. Opto por compartir mis apuntes para la charla, como un texto, porque los redacté pensando en esta coyuntura.

La foto de portada es una vigilia en el Cercado de Lima, en el lugar donde un manifestante fue impactado en la cabeza por una bomba lacrimógena (fuente: Instagram de izquierdaunida).

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Mi amigo Guillermo Valdizán puso en circulación, ayer, en el espacio abierto por la noticia de los asesinados en las protestas de estos días, el siguiente poema de Leoncio Bueno, poeta popular insuficientemente reconocido. Se titula “Noqanchis”, que es el nosotros inclusivo del quechua, el nosotros que incluye al tú.

Nosotros somos un poco apáticos

            no nos preocupamos mucho

Nosotros tenemos otros más responsables

            que se preocupan por nosotros

compañeros de buena labia

que han estudiado mucho

Antes de cada mañana ellos ya están enterados

            exactamente de lo que debemos hacer

Ellos se pasan la vida ante los libros

mientras nosotros nos divertimos

            derrochando energías en las fábricas las minas

            las factorías y los pueblos jóvenes

Ellos conocen las últimas noticias/saben cuál es la voz

            ubican exactamente los textos

            el pensamiento apropiado/la cita pertinente

Nosotros no somos nada interesantes no tenemos buena

                                               presencia

            hablamos poco tenemos pésima memoria

            y un deplorable balance cultural

Eso sí: la sudamos toda -¿eh?- de sol a sol y a veces a

                                               pan y agua

y en las grandes turbulencias sociales

somos los que con más entusiasmo ponemos los muertos.

El poema me va a ayudar a hacer un puente entre la teoría de la historia y de la violencia benjaminiana, y la situación que atravesamos en estos días en el Perú.

Nosotros, los muertos

Benjamin escribe en sus Tesis sobre la filosofía de la historia (o “Sobre el concepto de la historia”, dependiendo de la traducción), desde una situación de desesperación social, histórica y política. Fue publicado póstumamente en 1942, a dos años de la muerte del autor, que era judío, mientras intentaba huir del poder Nazi. Lo escribe entre 1939 y el 40: las revoluciones han fracasado, el fascismo toma Europa. Un momento en el que se necesitaba desesperadamente un cambio que parecía imposible. ¿De dónde puede venir el cambio, la esperanza, la justicia? De los muertos, diría Benjamin. Los oprimidos, los vencidos, los que fueron matados en nombre de sostener un orden social que los precarizaba a cada paso.

En la tesis XII de su texto, Benjamin escribe que la fuerza de la liberación se nutre, no “del ideal de los descendientes liberados”, sino “de la imagen de los antepasados esclavizados”. De los muertos. La fuerza de la liberación histórica es una fuerza vengadora, de odio y de voluntad de sacrificio. Creo que se siente algo de esa fuerza en estos días. Los que toman las calles y los aeropuertos lo hacen desde un sentimiento de opresión histórica. Y se hace sentir, también, en ese tono de contenida violencia del final del poema.

En otro texto, anterior, Benjamin teorizó la violencia. Se dio cuenta que la oposición entre orden de derecho y violencia es una falsedad: el derecho se sostiene en una violencia ejercida contra la vida. Pero a esta violencia se le opone otra: una violencia que destruye el orden establecido en nombre de “lo viviente” y el “amor por lo vivo”. Una violencia que no exige, sino que acepta sacrificios. Con “entusiasmo”, diría el poema, no sin ironía.

Ellos, los que saben

¿Qué saben ese “ellos” del poema, los “responsables  …que han estudiado mucho”? ¿Qué conocimiento tienen que significaría que ellos supuestamente deban tomar las decisiones?

Benjamin diría, son los historicistas. Los que creen en el mito del progreso. Los historicistas son aquellas personas que creen y sostienen que la historia ha sido un encadenamiento necesario de hechos inevitables. Que no podría haberse dado de otra manera, ni puede nunca cambiar. Esta sensación de que es posible determinar “la historia tal como propiamente ha sido”, Benjamin lo llama (en El libro de los pasajes), “el más potente narcótico del siglo”. ¿Por qué? Porque la historia no tuvo que darse como se dio. Esos jóvenes no tuvieron que morir. Y porque la historia sí puede cambiar.

Creer que la historia es una concatenación necesaria de hechos hace parecer que el futuro es cerrado. Que las cosas no pueden cambiar. El poema lo dice: ya “antes de cada mañana ellos ya están enterados / exactamente de lo que debemos hacer” (mi énfasis). Están tan seguros de que las cosas no pueden cambiar, que ni miran lo que está ocurriendo. No hay, en esta mentalidad, posibilidad de salir del engranaje, que suceda algo distinto, que haya un cambio. El problema es que esta idea de “las cosas como son”, no es neutral, ni objetivo. Benjamin lo dice en la tesis VII: “con quién empatiza el historiador historicista[?]… con el vencedor”. Es decir, con los dominadores de cada momento.

Ese saber, que se enaltece como “la cultura”, “el saber humanístico”, Benjamin lo revela como “barbarie” (tesis VII). Para esto, nos configura una imagen: “Los victoriosos hasta nuestros días marchan en el cortejo triunfal de los dominadores de hoy, que avanza por encima de aquellos que hoy yacen en el suelo. Y . . . el nombre que recibe [ese cortejo triunfal] habla de bienes culturales”. La cultura no es más que el cortejo triunfal de los que matan en nombre de preservar el orden social. Por eso, Benjamin dice que “no hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie”.

Tal saber, tal “cultura”, tal concepción de las cosas se sostiene, nos hace ver Benjamin, en una concepción del tiempo, una temporalidad. El tiempo, nos enseña Benjamin, no es uno; hay diferentes temporalidades en tensión. Y en el tiempo del progreso, como nos dice en la tesis XIII, se asume que el tiempo es necesariamente homogéneo, un espacio vacío por ser llenado (con “las últimas noticias”, diría el poema), un avanzar automático que mejora la vida humana poco a poco e indefinidamente. Todo esto, nos dice Benjamin, es un mito. El tiempo no es un espacio vacío, está lleno de ruinas, catástrofes, muertos. El tiempo no es homogéneo, tiene momentos de crisis, de saltos, de aceleración, de interrupción. El tiempo no avanza automáticamente: los cambios solo suceden a raíz de trabajo humano. Y el avance del tiempo no mejora, así no más, la vida humana. Eso está en nuestras manos.

Como denuncia la ironía del poema, el saber de “ellos” no es verdadero y se debe romper con él, y con el letargo y la apatía que emana, si queremos que las cosas cambien. Ese “nosotros” del poema debe romper con ese saber que le pone en una posición pasiva frente a la historia. Para no seguir siendo los muertos.

Walter Benjamin. Fuente: Letralia. https://letralia.com/articulos-y-reportajes/2022/04/26/walter-benjamin-baudelaire/

Tenemos pésima memoria

El sujeto realmente histórico, no el historicista, sino el que sí puede entrar en y vivir y obrar en el tiempo en el que sí es posible cambiar las cosas, debe ser ese “nosotros” del poema, esos muertos, pero convertidos, diría Benjamin, en “materialistas históricos”. No exactamente en el sentido marxista.

El materialista histórico, para Benjamin, es el sujeto que despierta del ensueño del mito del progreso y entra al tiempo histórico donde puede advenir lo nuevo, un cambio de época. Pero este no es un tiempo cronológico, sino retroactivo: lo nuevo, para Benjamin, viene del pasado, de ese pasado de opresión y muerte. El futuro distinto solo puede existir como una redención. Por eso, en su tesis IX, nos presenta al “ángel de la historia” que “quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido”. Despertar a los muertos.

Lo mismo quiere el poema: el poema nos ataca con cierta violencia, instándonos a hacer algo por los muertos. Nos hace tener una “memoria”, pero no esa de los historicistas, para quienes solo se recuerda el pasado para justificar el presente, sino otra memoria, que Benjamin llama “remembranza”. La remembranza trae a colación un pasado, una imagen, un documento cultural (de barbarie, violencia, opresión, fracaso, pero también de potencial, pues no tuvo que haber sido así). Al unir “como un relámpago” ese pasado con el presente, se interrumpe el tiempo del progreso, se liberan las fuerzas encadenadas de la historia, y se abre una brecha en el discurrir del presente tal que el cambio se hace posible, imaginable. Para Benjamin, esto es “encender en el pasado la chispa de la esperanza” (tesis VI). Es abrir otro tiempo, que Benjamin llama “el tiempo ahora” o “el tiempo mesiánico”, un tiempo abierto, de posibilidad. Esto es lo que ha ocurrido, creo, al meterse este poema en el hoy. Para Benjamin, en determinadas coyunturas críticas, las obras culturales pueden alcanzar una nueva legibilidad y potencia.

En las grandes turbulencias sociales

Obrar de tal manera es urgente. El presente es siempre un momento de peligro para los oprimidos, pero hay momentos en donde esta urgencia se vuelve crítica e imposible de ignorar. Es “en el instante del peligro” que hay que “apoderarse de un recuerdo”, dice Benjamin (tesis VI). Es desde el peligro y la crisis que se hace necesario y posible el cambio. Todo está en juego. Como nos advierte Benjamin: “ni los muertos estarán a salvo del enemigo, si este vence. Y este enemigo no ha dejado de vencer”.