Mi nombre es Inés Agresott, soy la coordinadora del Colectivo Madres Migrantes Maltratadas. Nuestro grupo está conformado por mujeres extranjeras casadas o parejas de peruanos, casi todas con niños peruanos. Todas, incluyéndome, fuimos o somos víctimas de violencia familiar.

Lo que nos une es la inacción o violencia que ejerce el Estado a través de sus diferentes organismos ante la vulnerabilidad y desprotección a la que estamos expuestas, en nuestra condición de migrantes sin familia ni contactos, absolutamente solas en un país diferente al que nacimos. Nuestro grupo ha contado con mujeres españolas, rusas, ucranianas, polacas, italianas, canadienses, estadounidenses,  cubanas, dominicanas, venezolanas, colombianas, bolivianas, chilenas, argentinas y brasileñas; una mezcla de culturas e idiosincrasias, con diferencias en temas económicos, nivel de estudios, religión, políticos, etc. Todas estas diferencias muy marcadas nos obliga a la tolerancia y el respeto al otro como principio del colectivo. La situación de indefensión y vulnerabilidad en que nos encontramos, donde nos violan, golpean, insultan y abusan de nosotras y nuestros niños es una sola realidad con diferentes  caras, pero con el mismo perfil abusivo, ese mismo perfil que golpea y abusa de las peruanas todos los días.

Escribo esta presentación porque mi nombre y el del Colectivo MMM fueron mencionados en los últimos días con frecuencia, siendo lo más reciente y significativo un extenso artículo del periodista Carlos Portugal, en el número 436 del semanario Hildebrandt en sus trece titulado “Bresó versus Cárdenas”.

Desde hace un año, Natalia Bresó, de Argentina, hace parte de nuestro colectivo. Nos contactó y le hicimos la entrevista personal que siempre realizamos para aceptar una nueva compañera. En estas entrevistas debemos leer los expedientes, denuncias, y todos los papeles referentes al caso. Situaciones comunes: un hombre peruano abusivo, psicológica y físicamente en muchos casos, la precariedad de nuestros documentos migratorios, al terminar la relación donde hay niños peruanos o nacionalizados peruanos, el impedimento de salir del país con ellos, el tema de alimentos que generalmente se niegan a pasar o que no cumplen, todo esto acompañado de agresiones psicológicas y físicas, y la intención permanente de separarnos de nuestros hijos como castigo. El uso de toda la red familiar, amistades, de  las interpretaciones y vacíos legales del Estado contra nosotras, para llegar, en algunos casos, a  la desaparición o muerte de nuestra compañera.

Nos llamó la atención que este periodista Portugal, nos contactara por el caso de Natalia, porque generalmente la prensa peruana, nos invisibiliza y niega espacio para exponer el abuso al que somos sometidas. Desde que llegó a nuestra casa con su fotógrafa, le dijimos que nos llamaba mucho la atención, una y otra vez le preguntamos si no era amigo compañero de Gerardo Cárdenas, expareja de Natalia y periodista de un medio poderoso como RPP y antes de IDL.

Reconozco que quizás fue un error que Natalia se exponga a medios cuando emocionalmente se encuentra frágil, aunque requería también que se pudiera conocer su caso y escuchar su voz en este tema que ha alborotado parte de las redes en los últimos días. El día de la entrevista en mi casa me tocó salir, así que no estuve presente. Al regresar Natalia me contó que se sintió agredida por el periodista, que le había dado la sensación de estar sesgado. Al día siguiente Portugal llama a mi celular, ya que Natalia está incomunicada porque hasta hoy la policía no le devuelve su teléfono. Lo que no cuenta Portugal es que cuando veo a Natalia entrar en crisis, hablo con él, le pregunto qué está pasando, me contesta que es un periodista responsable, profesional e imparcial que necesita corroborar datos, pero algo así no causa crisis, quería confirmar fechas exactas de más de 8 años, que no venían al caso, tanto así que no sale en la publicación. En un determinado momento discuto con él, porque realmente su actitud evidenciaba algo diferente a su discurso de profesional imparcial, y en algún momento le digo que quizás son sus formas y no su fondo, pero se parecía a estos periodistas que revictimizan a sus entrevistadas y justifican al agresor, como en los casos de violación, “ahhh…  pero llevabas una falda corta”, contestándome que eso no se comparaba. Fue una larga discusión tratando de hacerle entender que estaba frente a un grupo vulnerable, donde sus formas se sentían agresoras y sesgadas, y encima de ello, quería involucrar a los colectivos afines a nosotras para saber si nos apoyaban, para demostrar no sé qué punto.

Después de esta llamada fuimos extremadamente conscientes que Portugal enfocaría su reportaje en nuestra contra. De esto, nos preocupaba, sobre todo, el estado emocional de Natalia. Pidiendo consejos a varias compañeras sobre lo sucedido, fue que decidimos enviar un mail solicitándole que no sacaran el reportaje, ni se usaran los datos brindados por Natalia, el cual salió publicado con el artículo en la revista, hablando de una supuesta amenaza a la libre expresión, y omitiendo la firma de Natalia, que estaba debajo de la mía.

Hemos tenido experiencias de otros reportajes con miembros del colectivo que han sido de este tipo, como por ejemplo, la vez que nuestra compañera quería denunciar que su hija mayor había sido violada desde los 9 años por su padrastro peruano y que a pesar de haber ganado hasta en casación la tenencia de ella y sus otros hijos menores productos de la relación, jamás se ejecutó esta entrega, y su hija siguió siendo la pareja de este hombre hasta que fue mayor de edad. El titular del reportaje fue madre e hija disputando del amor de un peruano. En otra entrevista, nuestra compañera que luchaba desde hace tiempo por la tenencia de su hija comentó que si por ella fuera saldría del país con ella. Luego llamó a la periodista para pedirle que ese comentario no lo publicara porque podría perjudicarla en la disputa legal con su expareja, y esta lo resaltó y después fue usado en contra de ella por el juzgado. O las veces que algunos canales de televisión nos hacen reportajes y cuando preguntan quién es el agresor y le decimos que es peruano, suspenden el reportaje, porque la idea es no dañar la imagen del hombre peruano, pero sí la del migrante, o la entrevista de radio donde la periodista nos atacó y dijo que si no nos gustaba que nos peguen y violen, nos fuéramos del país y así etc., etc., etc.

¿Fue eso un intento de censura o amenaza como pretende presentarlo la revista? ¿O más bien de cautela y resguardo a una madre impedida de ver a su hija y vulnerada por el sistema patriarcal?

Lo que sí nos llama la atención es que Portugal que se jacta de su imparcialidad y profesionalismo cita a una presunta abogada del Centro de Emergencia Mujer de Lima y funcionaria del Ministerio de la Mujer, sin dar nombre, apellido ni cargo, lo que es muy extraño tratándose de un funcionario público, y se podría prestar a la sospecha más bien que es una opinión de parte, del señor Cárdenas y sus abogados y que la recubren como pronunciamiento del MIMP. En tal sentido, sería importante que el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables se pronuncie de manera clara y oficial sobre su posición y acciones realizadas en este tema en el último año, porque las veces que los hemos requerido al respecto, incluso con demandas del Congreso y la Defensoría del pueblo, han dejado muchas dudas y vacíos.

Al final del artículo, citando al señor Gerardo Cárdenas, dice que nuestro colectivo lo que hacemos “es querer apagar un incendio con gasolina”. Tal vez lo que le molesta en el fondo no es el pecado, sino el escándalo, y quisiera que “calladitas estaríamos mejor”. Porque el incendio, y literal en muchos trágicos casos, no lo inician en este país las mujeres, sino los machistas, misóginos y abusadores que tratan de imponerse por la maña o la fuerza, porque tienen a autoridades que los protegen –y hasta alientan- y periodistas que también contribuyen a atizar el fuego, aunque se traten de disfrazar de objetivos e imparciales.