Con profunda decepción escuché a la ministra de Educación Flor Pablo, quien se asume como feminista, horrorizarse y fomentar un verdadero escándalo sobre el “terrible” link consignado en el currículo educativo, mediante el cual se les habla y educa sobre el sexo a las y los adolescentes que acceden a la educación pública en el Perú.
Al respecto, me parece sumamente preocupante la reacción, tanto porque el contenido de dicho link no tiene absolutamente nada de malo, y será motivo de la reflexión central de este texto, como también por la forma de gestión de la cartera de Educación por parte de la ministra. En ese sentido, decir que “no se ha revisado bien”, “ha habido una falla en la revisión del material”, entre otros, muestra que o existe una gestión torpe en donde así como este punto habrán otros que no pasan por un filtro adecuado de acuerdo al norte que se le quiere dar a las políticas públicas implementadas desde este sector, o existe aún un conservadurismo arraigado que le impide ser objetiva y diferenciar sus creencias personales de su función pública al servicio de las y los estudiantes, y por el contrario ser servil a ese sector de personas conservadoras y no pelearse con ellos, aunque eso signifique perjudicar el desarrollo integral de las y los adolescentes en el Perú.
Dicho esto, paso al tema de fondo, al cuestionamiento que ha surgido por la “osadía” que ha tenido el Ministerio de Educación en pretender hablar claro, sin tapujos y con bastante objetividad sobre la actividad sexual de los seres humanos.
El link en cuestión está dirigido a estudiantes de tercero de secundaria, es decir, adolescentes de 14 años en adelante aproximadamente, en donde se enuncia con claridad el cómo se desarrollan las relaciones sexuales e incluso visto también desde un plano afectivo.
Para ello, quiero comentar mi propia experiencia personal sobre cómo tomé conocimiento de algunas prácticas sexuales, siendo adolescente, y así mismo sentirme dichosa por haber accedido a información que me permitió saber más sobre la realidad, sin que ello haya significado trauma alguno.
Cuando tenía doce años y estaba en segundo de secundaria de un colegio en Huancayo, en el curso de método de estudio nos permitieron elegir un tema cualquiera, afín a nuestros intereses, con la finalidad de enseñarnos los métodos de investigación y técnicas de exposición. Entonces, sin pensarla mucho decidí que mi investigación sería sobre el Sida y aquellos aspectos que yo consideraba era importante que se sepa y así dejar de discriminar a las personas portadoras del virus, a quienes a veces ni se les miraba por temor al contagio.
En mi proceso de investigación, considerando que hace varios años atrás la tecnología y el internet no estaban tan desarrollados, obtuve diversa información de manera física, pero me encontraba insatisfecha porque el material que como escolar se me brindaba era bastante incompleto y no decía nada de lo que yo sentía que debía abordar. Sin embargo, me sentía sumamente privilegiada de tener a mi hermana Maritza, estudiante de Medicina, como fuente cercana de acceso a información en salud que no estaba a mi alcance, pues me negaban saber más. Es así que le pedí que me diera material relacionado al Sida, como para que yo entienda y pueda informarme.
Recibí de mi hermana mayor varios trípticos informativos del Ministerio de Salud, que eran entregados en hospitales y postas, contenían información resumida, didáctica y con varias gráficas bastante ejemplificativas. En la revisión de los mismos, leí uno puntual sobre las formas de contagio, mencionada la perinatal, la sanguínea y la sexual, para lo cual procedía con una explicación detallada de cada una de estas y qué acciones tener en cuenta para evitar el contagio, lo cual me parecía sumamente importante para que la ignorancia no haga que nuestros comportamientos sean discriminatorios.
Dentro de dicha información, llegó el momento de leer lo relacionado al contagio sexual y siendo el folleto muy ilustrativo, se señalaba ello de manera explícita: pene-vagina, pene-ano, pene-boca, además de hablar de los fluidos y la eyaculación en sí misma. En ese momento, a mis 12 años, efectivamente, no entendía qué tenía que hacer el pene en el ano o en la boca y sí, me causó extrañeza; sin embargo, al ver que esa información estaba contenida en un boletín informativo de una institución del Estado no sentí en absoluto que fuera algo malo o algo de lo cual había que escandalizarse, por el contrario, asumí que seguramente es algo de lo que debe hablar. Consideré que seguramente eso ocurría y al existir en la realidad es importante mencionarlo porque así se informaba bien a la población y se podía prevenir la adquisición del Sida. Leer eso de una fuente seria permitió que no me escandalice ni nada parecido, y nunca generé un trauma respecto a dichas prácticas sexuales, ni fue un tema que alterara mi formación humanística y los valores que me impartían tanto en mi casa como en el colegio.
Se lo comenté a una amiga, quien también se quedó “pensando” sobre el tema y me preguntaba más, como por ejemplo, el cómo podían tener relaciones sexuales dos hombres. De pronto, me sentí una erudita en el tema, explicándole sobre cómo era posible ello, en donde la conversación (mientras íbamos a ensayar el desfile escolar para Fiestas Patrias) fue sumamente potente y sin nada de “morbito” o cosas similares, sino puramente educativa. En ese momento, me sentí sumamente privilegiada, me sentí bien de tener conocimiento adicional al que nos daban en el colegio, pues gracias a mi hermana, que seguramente sin pensarlo, me había provisto de información que siendo escolar se me era ajena y esquiva, pero que era necesario saberla.
Ningún trauma he tenido desde entonces y por el contrario el tema del sexo nunca ha sido algo que me escandalice, aunque asumo que probablemente el hablar de tema con naturalidad haya significado muchas veces que me vean y sancionen moralmente como la mala mujer. Sin embargo, considero que tener conocimiento básico del tema, ya sea por esta anécdota comentada, como también por la libertad con la que se hablaba del tema en mi familia, aunque no nos hayan sentado a explicarnos con más detalle, ha permitido que sea una persona que cuide y ame su cuerpo, y que me encuentre en el camino de ejercer más derechos gracias a ello.
He visto como muchas mujeres, siendo adolescentes, han visto limitada la materialización de muchos de sus sueños por embarazos no deseados. He escuchado de primera fuente a mujeres accediendo a relaciones sexuales por presión del enamorado ante la dichosa “prueba del amor”, siendo adolescentes y teniendo conocimiento nulo sobre sus cuerpos. He abrazado a mujeres que han llorado al recordar su primera experiencia sexual y las formas en cómo han experimentado el sexo en sus vidas. He escuchado en infinitas conversaciones a mujeres que tienen miedo de hablar del tema sexual y acceden sin querer a todo aquello que sus parejas les propongan, pensando que su labor de pareja es satisfacer al hombre. He oído de manera tan natural, como si fuera normal, el dolor que debe generar la primera relación sexual. Y así un largo etcétera.
Pero también he visto como muchos hombres tratan a sus parejas, cual objetos de su pertenencia. He escuchado historias de cómo han debutado con la trabajadora del hogar, mientras los amigos estaban escondidos en la habitación percibiendo el hecho con gran diversión. He escuchado a hombres contar orgullosos “como se levantan” a las mujeres que ellos desean y como “las tontas” creyeron que algo más pasaría. He escuchado infinitas bromas con connotación sexual a hombres desde que son niños, con prácticas sexuales que ellos ya conocían. He escuchado innumerables comentarios sexuales de hombres cuando ven a mujeres que les provoca reacciones eróticas, en donde las objetivizan y con naturalidad enuncian “como les gustaría darle”. He visto cómo, compañeros en edad escolar acosaban sexualmente a una docente, quien nunca más pudo ponerse un pantalón ceñido a fin de que no la molesten y usó de manera permanente abrigos largos para sentirse segura al escribir en la pizarra. He visto circular revistas pornográficas en el salón de clases en donde todos y todas guardaban silencio, considerando que es normal en los hombres adolescente. Y así, nuevamente, un largo etcétera.
En el Perú, conforme a lo señalado por el INEI, cada día 4 de cada 15 adolescentes quedan embarazadas sin desearlo, la edad promedio de inicio de actividad sexual es de 13 años, según la investigación de la sexóloga Carola La Rosa y de acuerdo con la investigación realizada por la Universidad Peruana Cayetano Heredia, el 85% de las y los escolares aprendieron de sexualidad por la información que hallaron en internet.
Las y los adolescentes ya saben de sexo, y mucho más de lo que creemos, pero saben mal, adquieren información de manera errada y que cimienta en sus mentes un modelo machista de cómo se perciben las relaciones sexuales en la sociedad.
El motivo de escándalo de que se hable de sexo en el colegio es precisamente porque el común denominador de la población asocia el sexo con la cochinadilla, con la perversión, con el morbo, con el espacio de goce únicamente y ello debido a una formación integral en educación sexual, que no les permite ver que hablar de sexo va mucho más allá, apunta a la información responsablemente impartida que permitirá que las personas ejerzan idóneamente sus derechos sexuales y reproductivos.
Enseñar educación sexual en el colegio permitiría que más niños, niñas y adolescentes identifiquen cuando son víctimas de agresiones y violaciones sexuales, permitiría que decidan con pleno conocimiento sobre el ejercicio de la libertad de sus cuerpos, permitiría que disminuya la tasa de embarazados no deseados, contribuiría a la disminución del contagio de enfermedades de transmisión sexual, evitaría la naturalización de la violencia en las relaciones sexuales y mucho más. Permitiría personas libres que decidan con total conocimiento en qué momento de sus vidas, cuándo, dónde y con quien tendrían relaciones sexuales y también decidirían informadamente el no tenerlas cuando así lo consideren.
Limitar de una educación integral en materia de sexualidad a las y los escolares permite que la pornografía permanezca en el esquema social como la fuente de información sobre lo que hay que saber de sexo. Y eso es sumamente peligroso.
Dentro del material pornográfico difundido se encuentra que existen un índice altísimo de búsqueda de violaciones sexuales, sexo incestuoso, relaciones sexuales con la hijastra o madrastra, abuso sexual de varios hombres hacia una sola mujer, pedofilia, hombres mayores con adolescentes vírgenes, entre muchos otros temas. Pero, además, las formas en cómo se expone que son las relaciones sexuales tienen un elevado nivel de violencia, en donde la mujer es tratada como un objeto con orificios y sometida de manera indigna para darle placer al hombre, en donde todo lo que este haga se asume le gusta, o simplemente no importa y en donde toda relación sexual termina con el alcance del máximo placer del hombre con la eyaculación. Si la mujer gozó o no ese momento, o si se sintió mal o no, simplemente no interesa. Y es así como se aprende y se piensa que deben ser las relaciones sexuales.
Mientras la sociedad hipócrita y la ministra, que sacó a flote su espíritu cucufato, se rasgan las vestiduras respecto a la información en materia de educación sexual que debe ser trasladada a los y las adolescentes, estos mediante los celulares están accediendo en estos momentos a páginas de internet visualizando contenido sexual que tal vez hasta muchos adultos ni sepan que existe. Muchos de ellos y ellas ya se han iniciado sexualmente, pero de manera irresponsable, sin deseo en muchos casos, sin conocimiento de derechos que poseen sobre sus cuerpos, sin información sobre aspectos de salud que deben saber y muchas veces en situaciones de agresiones y violaciones.
Bajo ese contexto, resulta inaudito que las políticas públicas se bañen de cucufatería y hablar de sexo aún sea tabú. Otorgar información sobre sexo y sexualidad a las y los adolescentes no es enseñarles poses sexuales, fantasías eróticas y que hacer para despertar su lívido, lo cual seguramente ya podrán desarrollar cuando primero sepan lo básico e indispensable. Enseñarles educación sexual es dotarlos de información vital que permitirá que sean seres humanos con mayor ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos, es brindarles la posibilidad de que aprendan a conocer sus cuerpos y cimienten una profunda valoración a los mismos, que puedan vincularse en sus relaciones sexuales con consentimiento y en medio del respeto con las y los demás. Es darles insumos para prevenir la violencia sexual y los embarazos no deseados, y porque no disminuir con ello los abortos clandestinos.
Enseñar educación sexual desde una entidad del Estado, es legitimar esa información brindada y, por ende, hacerles saber que no es nada malo y es importante que lo sepan en su formación personal.
Enseñar de sexo y sexualidad desde el colegio a las y los adolescentes es hacerlos más humanos y es un mecanismo importante para luchar contra el machismo y así dejar de formar seres violentos que tanto daño hacen.