Desde hace días veo con preocupación y estupor que ni la comunidad académica, ni la periodística y menos la política han cuestionado la efectividad de las cabinas o arcos rociadores instalados en diferentes ciudades del país. Todos han aplaudido al unísono la instalación de estos artefactos hechizos al ingreso de mercados y demás espacios públicos, sobre todo las autoridades, que han capitalizado estos «inventos» para aparecer en publirreportajes de los principales medios de comunicación nacionales, regionales y locales, ávidos de contar «historias milagrosas» para acabar con el coronavirus.

Sin embargo, según la doctora e investigadora Paula Moreno, no solo no existe evidencia sobre la eficacia de estos sistemas para realizar una desinfección efectiva del SARS-CoV-2, causante de Covid- 19, sino que además: 1) los aspersores pueden facilitar la diseminación del virus; 2) la inhalación de estas sustancias causa daños a las vías respiratorias y; 3) su uso generaría una falsa sensación de seguridad y el descuido de las medidas básicas de prevención.

Un diario peruano incluso tituló su nota: «Cusco: crean máquina que puede destruir el coronavirus a base de eucalipto». ¿Los redactores y editores no pudieron googlear siquiera por curiosidad la verosimilitud de esta «noticia»? De haberlo hecho, se hubiesen encontrado con información que explica que «la comunidad científica mundial descarta el uso del eucalipto en el tratamiento de enfermos de coronavirus», y que la «Natural Medicines Comprehensive Database (Base Exhaustiva de Datos de Medicamentos Naturales), revela que no existe suficiente evidencia científica para hacer una determinación del uso de la planta de eucalipto en patologías como el asma, bronquitis, fiebre, congestión nasal y otras enfermedades respiratorias».

Mientras las universidades peruanas «serias» están fabricando respiradores, secuenciando el genoma, elaborando vacunas inmunológicas, etcétera, para combatir esta pandemia, en otras los «100tifikos» copian máquinas fabricadas en diversas partes del mundo sin resultados certificados por la OMS, lo cual devela nuestra precariedad académica respecto a la teoría, creatividad e infraestructura tecnológica.

Todo esto, sumado a la falta de investigación periodística, el silencio de la comunidad científica oficial y el oportunismo, corrupción e ignorancia de las autoridades, generan decisiones e información irresponsable que mina el trabajo sensato y estratégico que el Estado y las organizaciones internacionales vienen realizando.

Como sociedad civil debemos redoblar esfuerzos y cumplir con el aislamiento social, el lavado de manos, el uso de mascarillas y, sobre todo, el consumo de información confiable. Además, nuestras autoridades locales y regionales de salud deben intensificar la realización de pruebas de tamizaje, el acondicionamiento de áreas de cuidados intensivos y la adquisición de respiradores, principalmente.

Gobernadores y alcaldes, es hora de que se dediquen a mejorar la calidad de vida de las ciudadanas y los ciudadanos y diseñen, implementen y evalúen planes de inversión social, económica y cultural para paliar los efectos de esta crisis.

Lo que necesitamos de nuestros periodistas y comunicadores es que cumplan con su función de la búsqueda de la verdad y asuman una postura crítica frente a los hechos, investigando y brindando información verificada y oficial. Y de las empresas, universidades, colegios profesionales y organizaciones sociales esperamos que, desde sus específicos campos de ejercicio y saber, generen alternativas transversales, inteligentes y concretas para luchar eficazmente contra este virus que mata más por desinformación e indiferencia que por contagio.