El domingo 19 de diciembre, tras una campaña presidencial de dos “vueltas”, como la de Perú, Gabriel Boric, el candidato de Pacto Apruebo Dignidad, que lidera una coalición de izquierdas, ganó la presidencia de la República en Chile. La coalición ganadora está integrada por muchas organizaciones de diverso origen y composición, algunas proponentes de cambios radicales y otras de cambios moderados. Mientras que la coalición de derechas, conservadora, rápidamente ha reconocido los resultados y felicitado a su contrincante. En solo estos hechos ya tenemos dos mensajes útiles para nuestro país:

1. En un país democrático, es normal que partidos políticos que se identifican “de izquierda” ganen elecciones. Más allá de etiquetas, tienen en común algunos principios hoy universales. En palabras del electo presidente de Chile, de 35 años, se trata de “una larga trayectoria histórica, la de quiénes desde diferentes posiciones han buscado incansablemente la justicia, la ampliación de la democracia, la defensa de los derechos humanos, la protección de las libertades”. Estos principios suelen concretarse en la búsqueda de una mayor cooperación social, vía el Estado, para “igualar la cancha social” con mayor inversión pública en educación, salud y varios servicios públicos. Esto requiere de una mayor contribución de los que más ganan, como las empresas mineras y sus propietarios.

2. También es normal que los candidatos que pierden las elecciones, lo acepten y se ofrezcan a contribuir, desde sus respectivas posiciones, con el gobierno que gane, aún desde una crítica opositora, pero constructiva.

De otro lado, en su primer discurso como presidente electo, Gabriel Boric ha señalado propuestas que bien podrían animarnos: “justicia, verdad, no a la impunidad”, que implica asegurar sanciones para quienes atentaron contra la vida de los que han protestado en los años recientes; mejorar la calidad de la salud pública para los chilenos más alejados; reemplazar las AFP por un sistema nacional de pensiones; fortalecer la educación pública; garantizar la vivienda como un derecho; implantar un sistema nacional de cuidados con las mujeres como principales beneficiarias; recuperar los espacios públicos para hacerlos más seguros, libres del narcotráfico; cuidado del medio ambiente, incluso a costa de rechazar megaproyectos mineros; respeto de derechos de los trabajadores; reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas y apoyo a la Convención Constituyente, entre otros aspectos que concretizan aspiraciones de una democracia sustantiva.

En Perú, lo que ocurre en Chile siempre nos ha influido: en la independencia, el financiamiento que se obtuvo en ese país de la armada con la que desembarcó San Martín (1821), fue decisivo para el traslado del Ejército Libertador del Sur. Décadas después (1839), el ejército chileno fue definitorio en la derrota de la Confederación Perú Boliviana. Más tarde (1879-1884), el ejército, la marina y la  política chilena infligieron una vergonzosa derrota a sus pares en nuestro país. En los años recientes, empresas con capitales chilenos (LATAM, Tottus, Cencosud) han sido parte de la vida cotidiana de muchos de nosotros, como lo ha sido el modelo de AFP, inventado allá con la versión sudamericana del modelo neoliberal, ambos a punto de ser, o reemplazados, o corregidos.

El joven presidente progresista Gabriel Boric cerró su discurso indicando que “la esperanza venció al miedo”. Acá hacemos eco de ello y esperamos que en estos años, aprovechemos de Chile buenas influencias en cuanto a vivencia institucional, movilización ciudadana, organización política y cambios estructurales orientados a la justicia social, que los más pobres puedan apreciar.