El gobierno acaba de anunciar que el próximo lunes 6 de abril se iniciarán las clases no presenciales en la educación básica de todo el país. La medida según el presidente Vizcarra y su ministro de Educación tiene por objetivo no prolongar más el inicio del año escolar, que se vio repentinamente interrumpido por la emergencia del coronavirus. obligando a suspender las clases primero y luego recluir a toda la población en forzoso aislamiento en sus casas.
Según las autoridades, se combinarán varias modalidades de educación remota debido a la heterogeneidad del país, incluyendo la propiamente virtual con el Internet en el portal web del Ministerio, la mediada a través de señales públicas masivas como la televisión y la radio del Estado (a los que se agregarán filiales y estaciones asociadas en diversas zonas) y el uso de libros y manuales para desarrollar, en especial en zonas rurales.
El ambicioso programa denominado Aprendo en casa aspira a llegar a cerca de ocho millones de niños y adolescentes de todos los grados escolares y modalidades educativas, lo que significa también considerar la educación intercultural y en lenguas originarias, además de la dirigida a los estudiantes con habilidades especiales. Y su duración se estima en principio hasta inicios del mes de mayo, cuando se espera poco a poco volver a recuperar la educación presencial en las aulas de los colegios.
Sin embargo, pese a las buenas intenciones y propósitos que anima esta experiencia inédita, choca inevitablemente con las enormes desigualdades de nuestra sociedad, tanto en Lima como en el interior del país. No solo es la gran brecha tecnológica y falta de disponibilidad del servicio informático en muchos hogares (dado que las cabinas de Internet tampoco son viables en la cuarentena), sino incluso el acceso mínimo a la energía eléctrica lo que se encuentra en cuestión, tanto para estudiantes como para maestros.
El asunto va más allá de lo puramente tecnológico, porque como manifiesta un comunicado de la FEPUC a propósito de las clases virtuales a nivel de la universidad, estas deben asegurar prestaciones oportunas e ininterrumpidas del servicio, capacitación en el uso de la tecnología de educandos y educadores, alternativas de aprendizaje accesibles y condiciones de calidad semejantes a la educación presencial, entre otras exigencias mínimas.
Hace años que se vienen trabajando los temas de teleducación y educación a distancia o remota en diferentes países. En el Perú, la primera y más importante experiencia se dio con el Instituto Nacional de Teleducación en tiempos de la reforma educativa de Velasco, con recordados programas televisivos como “Titeretambo” y “La casa de cartón”. Pero como todas las iniciativas que se llevaron a cabo en este periodo, fueron después satanizadas y desactivadas, dejando la teleducación como una oficina perdida y sin mayor presupuesto en el Ministerio de Educación.
Algo se intentó retomar en los años 90 con la cooperación japonesa y la Asociación de Televisión Educativa Iberoamericana, donde participaron también universidades como San Marcos, Católica y Lima, quedándose todo en producciones de programas pilotos sin mayor continuidad ni objetivos académicos precisos.
En el nuevo siglo, y con el auge de las computadoras, fueron los publicitados programas Huascarán para dotar de equipos a los colegios, así no tuviesen conexión eléctrica, en tiempos de Toledo, y de una laptop por niño en el período de García, con equipos simplificados de dudosa calidad que se prestaron a sospechas nunca aclaradas de negociados. El resultado fue que, en ambos casos, no se avanzó mayormente en consolidar la educación a distancia y el autoaprendizaje, según los principios del constructivismo educativo que lo sustentaban.
Es importante entender que no se trata de replicar la educación presencial en la nueva modalidad, porque las condiciones de enseñanza-aprendizaje son muy distintas, empezando por las mil y un distracciones que pueden tener hasta los estudiantes más aplicados. Las formas tradicionales de enseñanza con la pizarra y el tono expositivo del docente resulta poco adecuada cuando no tremendamente aburrida por esta vía. Agréguese a ello la masificación de los salones en muchas escuelas públicas, lo que dificulta la posible relación interactiva de los estudiantes con sus docentes. Se dice que miles de profesores han recibido capacitación, supongo que de forma virtual, pero no se trata solo del manejo de aspectos técnicos para el uso del soporte informático o de otra índole, también requiere adecuarse un nuevo chip cognitivo y pedagógico de acuerdo con las exigencias de estos dispositivos y su vinculación con los alumnos, gran parte de ellos, nativos digitales.
Una herramienta fundamental para este propósito es el audiovisual, tan cercano hoy a los niños y jóvenes en su distintos formatos y posibilidades. Lamentablemente, en el Ministerio de Educación no ha habido mayor interés ni voluntad de integrarlo al currículo, a no ser como complemento ilustrativo, dejando de lado las inmensas posibilidades evocativas, simbólicas y lúdicas que ofrece.
Un ejemplo ha sido la negativa a desarrollar en la educación básica la enseñanza del lenguaje audiovisual y su apreciación crítica que se postulaba en la Ley de Cinematografía del año 1994*. Ahora que se necesita desarrollar videos y programas audiovisuales para la educación remota, si se quieren atractivos y eficaces deben combinar la participación de los docentes en los contenidos, así como de los especialistas en comunicación y producción audiovisual en su realización.
Las crisis suelen evidenciar las debilidades y retrasos de las instituciones, y en este caso no es una excepción. Como sucede con la atención en salud pública o los fondos previsionales, la educación requiere un cambio profundo de todas las instancias para adaptarse a las nuevas exigencias tecnológicas y de comunicación de la época moderna, lo que estuvo alejado estos años del debate político en el sector, dominado por los grupos fundamentalistas y su agenda retardataria en materia de género y pensamiento crítico.
En suma, y si bien es encomiable la iniciativa del Minedu de echar a andar la educación a distancia, aunque sea dominada por la emergencia, no puede dejarse de anotar los vacíos y debilidades que los apresuramientos de último momento, por más voluntarismo de los participantes, no podrán ocultar. Con todo, esta experiencia merece el apoyo de la ciudadanía a los maestros y estudiantes, y debiera contar también con la participación y apoyo de los canales de televisión y emisoras de radio privadas, que hacen uso de la señal electromagnética que es de dominio público. Porque si se quiere una educación a distancia integral, que priorice en esta etapa los valores cívicos como ha señalado Vizcarra, esta no puede seguir sosteniéndose junto a programas basura y personajes cuestionables como ejemplo para los niños y jóvenes que se quiere formar.
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* Wiener, Christian. El audiovisual en la escuela y la Ley.