La historiadora Claudia Nuñez (Cusco, 1987) ha realizado una apostasía con la historia peruana contada por los hombres, una historia que se ha ensañado particularmente con las mujeres, y en esta ocasión en específico, con Francisca Zubiaga y Bernales, conocida como La Mariscala, esposa del caudillo Agustín Gamarra, y primera presidenta del Perú, como defiende muy fielmente Nuñez, entre 1829 y 1833, pero, por un lado, subalternizada totalmente por la historia, o, por otro, visceralmente patologizada por historiadores que nunca entendieron ni les interesó entender las vidas, experiencias y decisiones de las mujeres, ni de las más poderosas, ni de las más subyugadas.

Es por eso que el libro de Nuñez es toda una revelación y, a la vez, una revolución, que viene muy bien con los tiempos modernos, en donde el feminismo, ya asentado por décadas de luchas, no solo se muestra frontal y descarnadamente en cada coyuntura político-cultural en donde se hace necesario, sino que ya ha perdido esa timidez con la que entraba en la academia, en donde muchas historiadoras se sienten aún encorsetadas. Se podría decir, claramente, que este es un texto histórico totalmente atrevido y apasionado, y eso no le quita ningún tipo de rigor, es más, abre luces a nuevos entendimientos, que nos van a permitir dejar atrás los sentidos comunes enraizados en una tradición patriarcal, para darle rienda suelta a NUESTRA HISTORIA, así, con mayúsculas, como tiene que ser contada.

Desde un principio, la autora manifiesta su toma de posición, este libro no solo es un ejercicio histórico, acá no solo se cuenta la vida de una mujer de gran poder en el Perú, no es un panorama aséptico de su tiempo, eso a Nuñez no le interesa, para eso están historiadorxs más formales, para eso están lxs que siguen las reglas. Ella lo que quiere es una revancha, por años ha tenido que beber de las fuentes históricas del patriarcado, y está harta, estas fuentes no le han dicho nada sobre quienes la antecedieron, pero sí le han dicho mucho de un mundo que censura, silencia y aniquila a las mujeres solo por querer pensar, hablar, escribir, dar batalla. Es desde ahí, es desde lo no dicho por la historia oficial, es desde lo callado, es desde esos vacíos tan llenos, que ella reescribe la historia de Doña Pancha.

Si Basadre sostiene que Francisca es “un personaje sin par para un filme de aventuras y para un estudio psiquiátrico”, y fiel a su maestro, Juan Lastres recoge esa idea sin fundamento y ahonda en ella para señalar que “sus actitudes, violentas pasiones, sus desviaciones afectivas” son producto de una psicopatía, Nuñez va con las abuelas, con las que escucharon historias de la boca de otras mujeres, de quienes admiraron lo indómito y lo auténtico de la Mariscala; recurre a Flora Tristán, que la vio cara a cara y la llamó presidenta unos días antes de su muerte; va donde Clorinda Matto, tan maltratada como Francisca, para que le susurre lo que los hombres son incapaces de ver, porque en donde ellos ven ambición, nosotras vemos inteligencia, donde ellos ven autoritarismo, nosotras vemos coraje, y donde ellos ven locura, nosotras vemos liberación.

Pero Nuñez no solo reivindica a una figura histórica tan tergiversada, también reivindica a las rabonas y a los maricones, a las tapadas y a las marimachas, a las mujeres públicas y a nuestra peruanidad travesti. Cuántos libros de historia pueden contar esa OTRA historia con tino y afecto, en la justa medida de su intervención en el espacio público y en la vida cotidiana. Muy pocos. La Mariscala lo cumple con creces. Su venganza ha sido realizada.