El año pasado fue trágico y revelador para todxs, no hay nadie que no se haya visto afectadx por la precariedad con la que nos agarró una pandemia en un país que demostró que sus sueños de progreso eran eso, sueños aún, y que había demasiadas cosas que arreglar mientras nos hacían creer que todo estaba bien, que estábamos progresando.

Miles murieron no solo por el covid, sino por la pobreza en la que vivían, lo que no permitió ni siquiera que pudieran salir de sus casas a pedir ayuda o un poco de comida, murieron en medio de la soledad y el abandono de un Estado ausente, murieron en el camino mientras intentaban llegar las tierras que abandonaron por la ilusión del progreso, murieron porque a los pobres no se les pasa por la cabeza ir a una clínica privada, sabemos que ahí nos matan dos veces, con la indiferencia y el esfuerzo inútil para pagar las exorbitantes sumas que cotizan por las vidas humanas. En un país que se acerca a los 200 feminicidios al año si se sinceraran las cifras, tuvimos nuevamente que acostumbrarnos a la muerte y convivir con ella.

En medio de la pandemia, crecimos, nos hicimos fuertes, muchos se casaron, tuvieron hijxs, sobrevivieron y siguen luchando por lo que creen. Lo que había estado en la última cola de los intereses del Estado, la educación y la cultura, demostraron que eran lo único que nos mantenían vivos y juntos en medio del aislamiento físico forzado y el encierro en casas.

Para los que tuvimos la suerte de continuar proyectos y estudios, fue la oportunidad de conocer a gente de todo el Perú y de todo el mundo gracias a la virtualidad, lo que demuestra que el Internet debería ser un derecho y no un negocio, y que todxs lxs estudiantes peruanxs deberían poder tener una conexión gratuita, porque para muchxs otrxs fue el truncamiento de sus planes de vida, el atraso de uno o dos años de estudios, el abandono total de estos. Las tablets, el internet, los celulares y el aprendo en casa nunca llegaron para algunas casas, miles no saben lo que es eso.

Pudimos ver, también, que muchos trabajos se podían hacer de forma remota y que no necesitábamos ir a sentarnos a una oficina por 12 horas (o más si se suma el tráfico) con cuatro tazas de café encima, y valoramos también el trabajo mal pagado de quienes eran fundamentales para nuestra superviviencia: lxs trabajadorxs de salud y lxs trabajadoras de limpieza.

Lamentablemente, muchxs se quedaron desempleadxs, sobre todo quienes trabajaban en servicios al público no vitales. Los viajes se cancelaron y los aeropuertos se quedaron vacíos. Los cines y los teatros cerraron, pero los festivales abrieron sus programaciones a todo el país y tuvimos acceso a películas que nunca hubiéramos podido ver antes. Muchxs trabajadorxs de la cultura tuvieron que replantear sus objetivos, y aún siguen haciéndolo.

Casi para terminar el año, enfrentamos al avance de la ultraderecha que pretendió hacerse del poder y ese intento nos costó dos vidas. Pudimos recuperar nuestra endeble democracia, pero los responsables siguen libres, incluso el principal promotor del desastre, Manuel Merino, viajó tranquilamente a Estados Unidos en medio de un proceso penal contra él. Otros congresistas se fueron a celebrar a Miami el fin de año mientras sus representados morían baleados por la policía en el norte del Perú. Nuestra clase política sigue demostrando que no vale nada.

El 2021 nos trae lecciones aprendidas a punta de sufrimiento y dolor, y también de resiliencia y sororidad, las ollas comunes, las campañas contra la violencia de género, las ayudas a la comunidad LGTBI, la atención a niños, niñas y adolescentes, las bibliotecas comunales, los pequeños emprendimientos se hicieron necesarias e imprescindibles. Este año es un año de reflote, de consolidación de lo aprendido y de desechar todo lo que le hace daño al país, incluidos sus nefastos políticos. No perdamos la esperanza.