Escribe Carmen Barrantes

Nathaly Salazar Ayala, española de 28 años, murió asesinada en Cusco el 2 de enero de 2018. Los asesinos fueron dos hombres: Luzgardo Pillco Amau y Jainor Huillca Huamán, criminales que tuvieron la complicidad de Mario Mesa Auccapuma, dueño de la empresa de turismo de aventura que Nathaly contrató. Un feminicidio ocultado con la desaparición del cuerpo de Nathaly. Al desaparecer el cuerpo desaparecieron la prueba de su crimen. Un acto absolutamente calculado.

El premio por desaparecer el cuerpo

Once meses de prisión efectiva por el homicidio es lo que el Fiscal pidió por la muerte de Nathaly frente a una condena de hasta 35 años si el delito a sancionar fuese feminicidio.  La máxima pena que recibirán sería de 6 años y nueve meses porque al crimen se le adiciona la pena de hurto agravado, porque sí, además de asesinarla, a Nathaly le robaron. Qué terrible mensaje: si matas y eliminas el cuerpo, todo bien.

El criminal “perfecto”

Según el informe de la psiquiatra forense, Luzgardo, el asesino más joven, no presenta psicosis ni enajenación mental, por lo que hizo uso de su voluntad, en ningún momento estuvo fuera de la realidad, es emocionalmente dominante y no controla sus impulsos, pero no muestra emociones, y frente a la fallecida se muestra frío, calculador y la trata como objeto. No se arrepiente de nada, prosigue su vida y desecha los pensamientos que le habrían permitido manejarse dentro de esquemas de humanidad y consideración.

Calculador hasta con su silencio, este es el hombre que el sistema de administración de justicia sentenciará de manera benigna. El tope ya lo puso el Fiscal. Y como la historia siempre puede ser peor, prontamente podrá acogerse a los mecanismos de reducción de la pena. Finalmente, el criminal conseguirá su objetivo y se hará realidad lo que la psiquiatra termina señala en su detallado informe: “No se hace responsable de sus acciones y decide no corregir sus errores…”.

Él ha conseguido no hacerse responsable de sus acciones con el apoyo de un sistema judicial que, desde el inicio, por su mentalidad patriarcal, no buscó las pruebas que estaban a la vista o si las vio, las desechó. Un cuerpo desaparecido, una hija desaparecida que ni todo el amor del mundo, ni  200 operaciones de búsqueda, ni los 20,000 kilometros recorridos, cruzando ríos, lagos y montañas, fueron suficientes para encontrarla.

Las otras víctimas

En el camino, Alexandra Ayala y Marcelo Salazar, los padres de Nathaly, han encontrado cuatro cadáveres de otros desaparecidos, han sido extorsionados, han visto como se ha tratado de responsabilizar a la propia Nathaly de haber provocado su asesinato, tratando de construir a una persona poco juiciosa y descuidada. Le cuestionan tomar un taxi sin verificar si es o no formal, contratar un servicio de turismo sin verificar si tiene licencia. Además de haber visto y escuchado cómo se trató de minimizar su desaparición sugiriendo que ella estaría celebrando con su pareja en algún lugar.

Pero también, como lo señala Alexandra, tuvo “ángeles” que le dieron la mano en el camino. Más de 500 personas movilizadas en la búsqueda de su hija y una prensa solidaria son el refugio de ellos en las horas duras, sumado a la generosidad para hacer posible el traslado de España a Cusco. Lamentablemente, en el caso de Nathaly no apareció un Fiscal que, como Jimmy Mancilla en el caso de Solsiret Rodríguez, diera con pistas que permitieran saber qué pasó.

Hoy, a las 4 pm, Alexandra y Marcelo escucharán la sentencia en la última audiencia del juicio de su hija, en el que los acusados solo son juzgados por homicidio simple, en medio de todas las dificultades para acceder a la justicia en un escenario de pandemia. Solo me queda decirles que su fuerza estoica para buscar a Nathaly y por buscar justicia nos inspira, que mañana estaremos juntas comprometiéndonos a seguir dándole voz a Nathaly, dándole voz a todas las Nathalys que los feminicidas nos han arrebatado. No nos cansaremos de exigir #JusticiaParaNathaly.