Si algo nos queda claro, tras más de 20 días de Emergencia Sanitaria, aislamiento social, toque de queda y limitaciones a derechos como el de libre tránsito, es que puede parar toda o casi toda actividad, menos los hogares como productores de bienes y servicios que tienen al centro el cuidado de otras y otros, es decir la vida. Y quienes realizan ese trabajo doméstico no remunerado sosteniendo la vida -que hoy se pone en manifiesto- somos las mujeres; en Perú, por ejemplo, de acuerdo a la ENUT 2010 las mujeres trabajamos 23 horas con 35 minutos más que los hombres en actividades doméstica, trabajo por el que no recibimos pago alguno y que no se ha detenido en tiempos de la pandemia, por el contrario se ha incrementado.

Eso que creemos “natural” es división sexual del trabajo y se traduce en deberes, normas sociales y roles de género diferenciados que -incluso- definen lo que es ser mujer u hombre en una sociedad y tiempo determinado; y que ha tenido como consecuencia que las mujeres seamos enclaustradas en la esfera privada y dentro de ello al trabajo doméstico y al cuidado de otros. Y aunque las mujeres hayamos irrumpido en el mundo laboral, en general en los espacios públicos de la vida, somos devueltas a los espacios privados del cuidado como si de una fuerza centrifuga se tratará, como si fuera efecto de la inercia de lo biológico o la naturaleza; pero aquí hay menos de naturaleza o biología y más de patriarcado como la fuerza centrípeda que nos devuelve o confina al hogar y cuidado de otros/as.

El “pico y placa de género” ha permitido amplificar una realidad: somos las mujeres las que cuidamos a otros/as, sobre las que recae el trabajo doméstico no remunerado y ellos, nuestros pares hombres, los que “ayudan”, cuando no los “inútiles” a quienes servimos o quienes se sirven de nuestro trabajo. En este escenario es preciso pensar y desarrollar políticas de cuidado que subviertan las estructuras por las que recaen sobre las mujeres las cargas de cuidado y se entienda que el cuidado es un pilar de la protección social y, por tanto, un derecho que debe ser asegurado por el Estado a través de sus políticas públicas.

Y aunque parezca que pedimos políticas primer mundistas, ajenas a nuestra realidad y contexto, solo mencionar que la Política Nacional de Igualdad de Género aprobada por el Decreto Supremo 008-2019-MIMP, contempla implementar el Sistema Nacional de Cuidado, a fin de garantizar el ejercicio de derechos económicos y sociales para las mujeres en forma plena y atacar las causas de la discriminación estructural contra las mujeres, como lo es la división sexual del trabajo. De esta manera, para el Estado peruano la asignación desigual de roles de género (productivos a los hombres y reproductivos a las mujeres) que genera una recarga de trabajo no remunerado a las mujeres, debe ser atajado y reducido a través del desarrollo del sistema nacional de cuidado con enfoque de género.

Lo que estos días han demostrado, es que las mujeres en tiempos de la pandemia del COVID-19 asumimos más responsabilidades, compramos, cocinamos, limpiamos, somos profesoras de nuestras/os hijos/as y, además, hacemos trabajo remoto; es decir, atendemos y cuidamos a los otros miembros de la familia, como si fuera un “deber” parte de nuestra naturaleza y, por tanto, invisibilizado en la normalidad de una sociedad patriarcal.

Que esta sea una oportunidad para subvertir los roles de género ligados al trabajo doméstico no remunerado, evidenciarlos, amplificarlos y romper la naturalidad con la que nos imponen socialmente el “deber” de cuidar de otros. Usemos el “pico y placa” para interpelar a una sociedad que niega nuestro trabajo y salgamos a exigirlo TODO.