Luego de que salieran a la luz unos audios en donde la exesposa del actor Johnny Depp, Amber Heard, admitiera haberlo golpeado, se han generado una serie de mensajes que quieren dar a entender que hombres y mujeres viven violencia de género o violencia machista por igual.
Bajo el mensaje #JusticiaParaJohnnyDepp, intentan contrabandear la idea de que la violencia no tiene género, y de un plumazo, querer borrar todo lo que se ha avanzado culturalmente y en legislación para señalar que sucede justamente lo contrario, que la violencia sí tiene un género, en donde recae más ferozmente: las mujeres.
No por nada, el 2019 se registraron 194 feminicidios, y este mes de enero ya superamos la cifra del 2019, 22 feminicidios comprueban que las mujeres siguen siendo más vulnerables a la violencia machista, y que son los hombres, en su gran mayoría, los que ejercen violencia de género contra niñas, niños, mujeres, ancianas y otros hombres en situación de vulnerabilidad.
Este es un problema estructural que gracias a los esfuerzos del movimiento feminista se ha logrado posicionar creando leyes contra el feminicidio, por ejemplo, o señalando que el consentimiento es parte importante en cualquier tratamiento legal de la violencia sexual, o que en el ámbito doméstico, son las mujeres las que viven más experiencias de dependencia y maltrato, pues generalmente no son independientes económicamente y cargan a cuestas con sus hijos, sin contar la violencia cotidiana que viven en las calles, de parte de hombres que las acosan y tocan a diario desde muy pequeñas.
Otra idea que quieren contrabandear los que instrumentalizan las situaciones de violencia vividas por Depp, para jalar agua para su machismo, es que al feminismo no le interesa la violencia que viven los hombres, lo cual es completamente falso, no por nada son las feministas las que continuamente visibilizan los abusos sexuales de los curas, pastores o profesores contra niños, o la violencia sexual que viven los hombres en las cárceles, de parte de otros hombres, o las que están pendientes de que se penalicen los crímenes de odio que matan a hombres gays y bisexuales, o las que animan a los hombres a denunciar las violencias que viven en sus hogares a pesar de las burlas de sus congéneres.
Movimientos como el Me Too han servido para hacer visible el poder que se ejercía sobre las mujeres para tener relaciones sexuales con ellas sin su pleno consentimiento, por miedo a perder trabajos, oportunidades, sostenibilidad económica o mil razones más. Nadie niega que algunas mujeres puedan mentir sobre sus denuncias, pero las estadísticas señalan que son muy pocas las que lo hacen y suelen desistir luego de la denuncia, la mayoría sí vive lo que denuncia, porque hay un sistema que lo ha permitido y naturalizado desde que existe civilización (o incluso antes), y nos han educado para convivir con esta violencia, para no reconocerla, para soportarla, para callarnos la boca sobre ella, y para que los violentadores se queden en la impunidad.
Justamente esa forma de educarnos hace que los hombres silencien las violencias que pueden estar viviendo para no ser revictimizados por las burlas, sobre todo, de sus colegas, ante quienes tienen que aparentar que son los jefes del hogar, los que mandan, a los que obedecen, los que protegen, y no los que sufren. El mandato de masculinidad que recae sobre ellos no les permite mostrar que son débiles, que lloran, que pueden ser golpeados por mujeres y violados por otros hombres porque eso les haría vivir más violencia, como a las mujeres, que cuando denuncian les dicen que seguro han hecho algo para que les peguen, las violen y las maten.
Nadie merece vivir violencia, de ningún tipo, ni física, ni psicológica, ni económica, ni verbal, ni institucional, pero sepamos diferenciar las causas por las que se viven, y las consecuencias diferenciadas en mujeres y hombres, porque esa es la única forma de enfrentar a cada una de ellas y proponer soluciones.