La falta de derechos para las mujeres y el cumplimiento de ellos proviene de diferentes partes, personas e instituciones. Para conseguirlos, hemos denunciado injusticias y organizado protestas, presentado proyectos de ley, etcétera. Plazas, avenidas y ministerios han sido colmados varias veces por carteles de Ni Una Menos y pañuelos verdes. Sin embargo, me atrevo a afirmar que, como sucede en varios círculos conservadores y el mío lo es -hasta cierto punto-, no he sentido pañuelos de ningún color flamear a mi alrededor.

Un gran paso que toda activista feminista identifica es la aprobación de leyes y su cumplimiento, pero también somos conscientes de que hay, además, otro objetivo aún más difícil: cambiar el pensamiento de ciertos tipos de grupos de personas claves para el proceso de igualdad.

A continuación, imaginemos que estamos frente a alguien tratando de hacerle ver que las mujeres carecen de ciertos derechos, que no se cumplen varios otros, que muchas estamos muriendo y, sin embargo, vaya que es difícil convencerlo. Esa persona te ignora o peor aún, te hace sentir mal. Un escenario no poco común. Ahora vístanla de blanco, colóquenle un estetoscopio alrededor de su cuello: tu vida depende de esa persona; esa persona es un médico.

¿Qué suceden en las aulas donde se forman futuros profesionales de la salud? ¿Qué se les enseñan a aquellos que, dentro de poco, tendrán la capacidad de tanto recuperar como perder nuestra salud o vida? ¿Cómo se les instruye? Luchamos por un aborto legal, gratuito y seguro, pero también tendremos que luchar futuramente por su cumplimiento; pues hemos tenido casos conocidos a nivel internacional de abortos terapéuticos totalmente legales, pero denegados por médicos de manera injusta y con repercusiones, ya advertidas con obvia anterioridad, en la salud física, mental y social de aquellas madres forzadas. El contexto, al menos en mi casa de estudios, no es alentador y es por ello que esa futura lucha que nombro, lo haremos contra personal de salud si no cambiamos nuestro panorama.

A pesar de ser mi tercer año de la carrera de medicina humana, he conocido a solo un profesor que nos habló sobre sexismo y homofobia. Además, nos mostró cómo estos matan y cómo nosotros somos sus instrumentos. ¿Resultado? “Otra clase aburrida más de ese doctor”. Ese era el comentario usual entre mis compañeros… Chicxs, ¿no han escuchado acaso? Nosotros somos sus instrumentos.

Por otra parte, una de mis primeras profesoras, antes de iniciar su clase que no estaba ni un poco relacionada con reproducción, nos dio una charla reflexiva de por qué nosotros, futuros médicos, vamos a defender la vida y repudiar el aborto. ¿Resultado? Silencio. Este último semestre, varios pudimos ser testigos de cómo uno de los profesores más queridos le llamaba la atención a una de mis compañeras al olvidarse de servirle su café: “Vamos, rápido, hijita, tienes que aprender mejor, ¿cómo vas a servirle sino a tu esposo más adelante?”.

Los ejemplos que he nombrado son solo algunos de un mar que nosotras, mujeres que estudiamos medicina, recibimos casi como pan de cada día. Sin embargo, no es la única forma en que las mujeres somos discriminadas en el ámbito académico o laboral de salud. Existen temas que deben ser sacados a la luz: cómo académicamente se refieren a enfermedades mentales como características y típicas del sexo femenino sin sustento científico, el acoso sexual que varias callan por miedo a ser desaprobadas en cursos, la brecha salarial, el reconocimiento profesional, etcétera. El aborto es un tabú, el cual si se nombra, es solo para remarcar la “falta de ética” al practicarlo y que una mujer no puede decidir sobre su cuerpo, que están “locas” o “confundidas y equivocadas”. Somos testigos de cómo esas diferencias son aplicadas a pacientes, afectando su salud. Desarrollar los tópicos nombrados necesita de un artículo aparte cada uno.

Ese mismo médico que demoró en atender a una mujer mientras tenía una hemorragia porque se practicó un aborto clandestino que le pudo costar la vida, que acosa a sus compañeras de trabajo y a sus alumnas y que le dice a su “compañero doctor” que cómo es posible que no sepa sobre ese tema si hasta “la señorita” (ojo, no doctora) respondió, es el mismo que puede atender a cualquiera que está leyendo esto y que ha jurado, jura y jurará respeto por la vida humana. Tu atención médica va a depender de tus “antecedentes”. Este es un escenario común, del cual debemos ser más conscientes, pues nos muestra que nos falta recorrer aún más camino, uno que pocos conocen, para llegar a la igualdad, que varios se jactan de que ya existe y nos tratan de opacar.

El no tener información sobre una enfermedad o el estado de esta en nuestra sociedad mata, no permite un adecuado abordaje y esto lo saben todos los que estudiamos o trabajamos en el área de salud. No hay datos oficiales del número de abortos practicados clandestinamente debido a su propia naturaleza legal. No hay datos exactos de cuántas mujeres tienen complicaciones luego, cuántas son hospitalizadas, cuántas fallecen. Todo son aproximaciones. De la misma forma, no hay datos exactos de cuántos embarazos infantiles y adolescentes son resultado de una violación. No hay datos oficiales de cuántas de ellas reciben ayuda psicológica, ni menos de su proceso. No hay datos exactos de cuántas de todas ellas siguen vivas y sanas. Tampoco existe registro oficial del número de mujeres que llegan a Emergencias debido a que sus parejas las golpearon. Cuántas trabajadoras del hogar ingresan también a los hospitales con una emergencia, pero luego de días “porque no podía antes, doctorcita”. No tener información, no solo enferma, sino invalida y mata. El machismo enferma, invalida, mata.

¿Cómo se puede sentir una mujer en un clima como el descrito atendiendo en la madrugada a otra mujer que viene por parálisis de la mitad de su cuerpo (debido a un infarto cerebral) luego de dos días “porque tenía problemas personales, señorita, no podía venir antes” acompañada de una amiga y sabiendo que el tiempo para poder tratar ese tipo de pacientes es de 4,5 horas como máximo?