¿Qué tenemos en común todas las mujeres? Que tenemos miedo de que nos violen. No hay mujer que haya escapado de esta amenaza, otras muchas la vivieron en carne propia, algunas incluso desde muy pequeñas, apenas asomando a la vida social.

La violencia sexual es una constante en nuestras vidas, y tiene múltiples motivaciones, empezando por la constante justificación de esta a través de todas las instituciones y de los medios de comunicación que se vuelven cajas de resonancia de estas.

Han tenido que pasar siglos para que la violación deje de ser natural y pase a ser un delito, para que de delito contra el honor pase a ser un delito contra la integridad, para que no se nos obligara a casarnos con nuestros violadores para reparar el daño, para que nuestros esposos no nos violen en nuestras casas, y para que las penas vayan aumentando y los violadores dejen de tener beneficios penitenciarios para luego seguir violando.

Todo esto era posible porque se había instalado una cultura de la violación, es decir, un estado en donde era posible violar libremente y sin culpa a las mujeres, en sus casas, en sus colegios, en las universidades, en sus trabajos, en las fiestas, en las calles y en donde se quisiera, porque se asume como parte de la educación sexual de los hombres. Ellos tomaban cuerpos de mujeres a la fuerza a pesar de las negativas o sin consentimiento debido a la inconsciencia. De cualquier forma, estos cuerpos eran tomados sin culpa porque se convertían en trofeos para las masculinidades, en expresión de poder y de propiedad.

¿Ha aumentado la violencia sexual? Se preguntan algunos despistados. No, lo que ha pasado es que se ha hecho más visible gracias al movimiento feminista, es a partir del entendimiento de las mujeres de que tienen una voz para denunciar en el momento que ocurre o en el tiempo en el que ella pueda, porque vivir una experiencia de violencia sexual deja un trauma profundo que cuesta superar.

Esa voz que ha venido denunciando la violencia sexual llegó a un punto de auge con el himno feminista “Un violador en tu camino”, en donde las mujeres, de forma colectiva, pudieron gritar, bailar y arengar en las calles que “el violador eres tú”.

Si te molesta escucharlo, si crees que tienes que salir a defenderte y a defender a otros hombres porque piensas que el violador no eres tú, solo estás comprobando cómo la cultura de la violación se ha instalado de forma tan profunda en la sociedad que es más importante hacer espíritu de cuerpo con los que por siglos han violado que con las violadas.

¿Qué es lo que podrías hacer? Renunciar al mandato de masculinidad que te fuerza y luego te premia por ser violento. Invitar a otros hombres a renunciar a ese mandato. Dejar de hacer espíritu de cuerpo defendiendo a una cofradía que históricamente ha violado y matado. Educa a otros hombres para que dejen de hacerlo.

Las mujeres dejarán de decir que el Perú es un país de violadores cuando ya no haya violadores, mientras tanto, seguirán gritándolo así no te guste.