Como sabemos, el 8 de marzo hacemos un alto en nuestra vida cotidiana para celebrar el Día Internacional de la Mujer, gracias a la iniciativa de las socialistas europeas a inicios del siglo pasado, que el 8 de marzo de 1917 consiguieron el derecho de voto en Rusia y que décadas después, en 1975, lograron que la Organización de las Naciones Unidas oficializara la fecha para todo el mundo. Entonces, conviene darle sentido a los saludos que hacemos o vemos.

Lo primero que nos corresponde hacer es tratarlas con respeto, ya sea que tengamos alguna relación afectiva, amical, familiar, laboral, pastoral o militante con ellas, o que nos relacionemos de manera puntual por circunstancias específicas. Esto es obvio; pero no sencillo de sostener cotidianamente, pues los entornos culturales o sociales machistas en los que nos movemos, tanto física como virtualmente, estimulan la falta de respeto a las mujeres.

Faltar el respeto es no considerarlas de igual valor, afrentando su dignidad. Esto ocurre cuando actuamos poniendo sus aspiraciones luego de nuestros intereses, como ese 53% de parejas hombres que creen que sus parejas mujeres primero deben cumplir roles de madres y esposas antes de realizar otros sueños, según información divulgada por DEMUS. Al contrario, una forma de asegurar que no seremos parte de ese entorno que estimula la falta de respeto a las mujeres, es reflexionar cuánto ayudamos a su liberación de las condiciones o situaciones que les dificultan realizar sus sueños.

En segundo lugar, este 8 de marzo podemos hacer el ejercicio de mirar señales de inequidad a nuestro alrededor, también conocidas como brechas de género. Quizá observemos a la única colega ingeniera en un equipo de más de 5 ingenieros, o que en promedio, las trabajadoras mujeres ganan menos que sus pares hombres. En todo caso, podremos apreciar que las colegas mamás suelen asumir con más intensidad que los papás la atención de los niños o niñas en sus respectivos hogares. Peor aún, estoy seguro que conocemos a alguna colega u amiga que se hace cargo de su prole sin apoyo del progenitor, en la mayoría de casos por irresponsabilidad del mismo. En cualquiera de estas situaciones, recordemos que su origen es el machismo, que desde la niñez inculcó roles de género que indicaban que las mujeres no deben estudiar ciencias o ingenierías, que la maternidad actual o potencial se contradice con la productividad o que el cuidado de los niños o niñas le corresponde a las mujeres.

En tercer lugar, con esta conciencia, ayudemos a mejorar nuestra sociedad para que sea más justa, libre y equitativa. Para ello, ofrezcámonos a apoyar en los roles de cuidado en nuestras familias, así como en los reclamos de igualdad salarial, de oportunidades y condiciones en nuestros trabajos. Y actuemos fraternalmente para evitar situaciones de acoso o discriminación en otros espacios: parroquias, clubes, organizaciones sociales o políticas. No seamos parte del 59% de hombres tolerantes a dichas situaciones, según el INEI (encuesta nacional de relaciones sociales). Y pidamos que en nuestro trabajo, municipio, región y país, se adopten acciones de apoyo al cuidado de las personas más vulnerables: cunas, guarderías, centros de esparcimiento de día, bien equipados y con personal bien motivado. Eso ayudará a la autonomía de las mujeres y por ende, a un mejor ambiente para todos y todas. Hasta que contemos con un sistema nacional de cuidados y una política nacional en ese sentido, en el camino iniciado por la exministra de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, Anahí Durand.

Con respeto, atención bien enfocada y acciones contra la discriminación y las violencias, así como en favor de la autonomía de las mujeres, podremos hacer mucho por ellas, al hacernos parte de la historia de liberación que se conmemora cada 8 de marzo.