La editorial Heraldos Editores acaba de publicar los Escritos selectos de Miguelina Acosta Cárdenas, edición a cargo de Joel Rojas, filósofo sanmarquino quien ya se ha dado el exhaustivo trabajo de compilar los escritos de Dora Mayer en la publicación que salió a la luz en octubre de 2018, El sol que disipa las nubes. Textos esenciales, a través del Fondo Editorial del Congreso del Perú.
Justo es en esta investigación que Rojas revisa los escritos de Miguelina y se da cuenta de lo provechoso que sería seguir investigando sobre su producción intelectual en “La Crítica”, la revista que fundada junto con su mejor amiga, Mayer, con quien también compartía el activismo a favor de los indígenas en la Asociación Pro-Indígena.
Así, gracias a esta publicación se da un nuevo redescubrimiento de una activista feminista que entregó su vida a favor de los más desprotegidos y que luchó incansablemente por todo lo que estaba mal en la sociedad peruana de su tiempo en las primeras décadas del siglo XX: la sujeción de las mujeres a través de una legislación misógina, la violencia contra las personas indígenas continuamente explotadas, la imposición de la iglesia católica de sus rituales a toda la nación, el status quo de las universidades cerradas a la modernización educativa, la conducta usurera del empresariado que se aprovechaba de las carencias originadas por la Primera Guerra Mundial para encarecer el precio de los alimentos de subsistencia, la ausencia de derechos laborales, la falta de acceso a la educación de las y los que más lo necesitaban para poder realizar su movilización social y mejorar su calidad de vida.
Miguelina Acosta solo vivió 45 años, pero en esas poco más de cuatro décadas de existencia vivió más vidas que cualquiera. Fue estudiante universitaria, graduada en Letras y luego en Jurisprudencia por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, doctora en Derecho, la primera abogada litigante, dedicada a cambiar las leyes sexistas del matrimonio que colocaban a las mujeres en una perpetua minoría de edad, quitándoles autonomía, patrimonio, bienes, herencia e hijos incluidos.
¿Cómo habrán sido las discusiones de Miguelina con sus maestros? Todos hombres muy seguros de sus ideas anquilosadas y con la soberbia de la ignorancia a flor de piel. Sus dos tesis (que podemos revisar en el libro), de bachillerato y doctorado, demuestran el gran amor que sentía por el activismo feminista. El 24 de junio de 1920 Miguelina sustenta lo que sería la primera tesis feminista del Perú: “Nuestra institución del matrimonio rebaja la condición jurídica y social de la mujer”, y el 20 de setiembre de 1920 su tesis de doctorado: “Reformas necesarias del Código Civil Común peruano tendientes a hacer efectiva la igualdad civil y jurídica del hombre y la mujer”.
Ella no duda en colocar en las primeras páginas de ambas tesis, como sus mayores laureles, su pertenencia a organizaciones feministas, con su cargo respectivo: exsecretaria de las asociaciones feministas Evolución Femenina (fundada por María Jesús Alvarado), Sección Femenina de la Liga Agraria y de su anexo El Bazar Nacional; socia honoraria de la sociedad Labor Feminista; miembro de la Asociación Pro-Indígena; presidenta del Comité Femenino Pro Abaratamiento de las Subsistencias (con la que se hizo el primer mitin feminista en 1919), y codirectora y redactora de La Crítica.
No había espacio para más porque Miguelina también fue parte de los estudiantes que empujaron la Reforma Universitaria; la necesidad de un Estado laico rechazando la consagración del Perú al Corazón de Jesús; militando en el anarcosindicalismo; en contra de la milicia como parte de la Liga Internacional de Mujeres por Paz y Libertad; preocupada por la educación de las mujeres fundando el colegio Bolognesi en su ciudad natal y el Instituto Sudamericano para señoritas en el Centro de Lima; trabajando como docente de la Universidad Popular Manuel González Prada, enfocada en la educación de las obreras; y promoviendo el reconocimiento de la selva (ella era de Yurimaguas, Loreto) en un Estado ya fuertemente centralista; además de su iniciativa de Escuelas Rurales Ambulantes para la educación de niños y niñas indígenas, y su persistente trabajo como abogada litigante para divorciar a mujeres y proteger yanaconas. Todo ello le valió persecución, golpes, detenciones y estar presa en la cárcel de mujeres de Santo Tomás.
La vida de Miguelina Acosta estuvo dedicada a transformar su sociedad desde lo más profundo y puso todo su empeño en ello. Una vida entregada a politizar lo que no se politizaba: la opresión de las mujeres, y con esa claridad, intentar deshacer los entuertos de una sociedad que se empeñaba en colocar a las mujeres en el espacio de la subalternidad. Miguelina abrió el paso al feminismo jurídico y a todos los cambios legales que hasta el momento la sociedad peruana ha atravesado para igualar la situación de las mujeres con la de los hombres.